Por: María Fernanda Ampuero. La Circular. 21/08/2018
No se sobrevive a ciertas cosas aunque no te maten
Nic Pizzolato
Todo es de los otros, salvo la pena de no tenerlo
Fernando Pessoa
Lo que de verdad me enfurece es que hay gente que cree que si vivimos en una precariedad tan larga que ya se llama vida es porque no nos esforzamos lo suficiente. O sea, que piensan que lo que hace falta es motivación, esfuerzo, renunciar a ciertas comodidades o libertades. Que esto nos lo hemos buscado por vagas, inconstantes e idiotas. ¿Por qué emigraste? ¿Por qué no te regresas a tu país? ¿Por qué no te preparas unas oposiciones? ¿Por qué te sigues empeñando en vivir de lo que mejor sabes hacer? ¿Por qué eres tan testaruda? ¿Por qué no te callas un poquito más? ¿Por qué no escribes de cosas más amables? ¿Por qué no te dedicas a otra cosa?
Lo que de verdad me cabrea es que esta situación –que ya no es laboral, como decía, sino vital- me quitara entre otras cosas, miles de otras cosas, la posibilidad de ser madre. Si no soy madre es porque llevo demasiados años siendo precaria y no, así no quiero/puedo/debo ser mamá. Sería una gran estupidez traer un niño, una niña, a este mundo sin tener la certeza de que puedo poner un techo sobre su cabecita y una sopa caliente en su estómago. No tengo la fuerza, la valentía, la imprudencia. Lo contrario a precario es estable y yo llevo ya la mitad de mi vida sin ser eso, ¿cómo iba a hacer que mi pequeño o pequeña sufran una vida de inestabilidad? He hecho muchas estupideces en mi vida, pero esa, la mayor, me cuidé de no hacerla. ¿Si me pesa? Cada día, a cada hora, a cada minuto, mi hijo tan amado como inexistente me pesará hasta el día que me muera.
Lo que de verdad me entristece es que nos quieran vender la moto de que la precariedad es una anomalía, algo pasajero, y que si nos ponemos las pilas, si nos esforzamos mucho-mucho, si nos pateamos las calles hasta dar con esa oportunidad dorada –que está, que existe, que otros ya la encontraron–, la dejaremos atrás, seremos –por fin, por fin, por fin– sujetos de crédito, fijos de algo, el equivalente a funcionario en la loca ruleta del vivir, gente tranquila, pues, que duerme a pierna suelta porque sabe que va a poder pagar su casa el mes que viene y el siguiente y el siguiente. Mientras nos mantengan creyendo que es culpa nuestra y no de este maldito sistema no saldremos a las calles a romperlo todo. No, no es mi culpa hijos de puta que yo me haya quedado sin ser madre.
Lo que de verdad me mata es que los años más productivos de mi vida, los de la creatividad desbordante, de la energía, de la sangre bullendo, volcánica y vivísima, del crear y creer, de construir el mundo de otra manera, me los estoy pasando aterrorizada. Soy una mujer aterrorizada. Terror de la cuenta bancaria, del recibo de la luz, terror del supermercado y la nevera vacía, terror –pavor– de los imprevistos que cuestan dinero, miedo a las telefónicas y sus cobros, terror al shampoo diluido en agua, terror a que no me pidan colaboraciones, a que me las pidan y que tarden en pagarlas, terror a que cierren las revistas, terror a cualquier tos que pueda desencadenar en una enfermedad que me impida trabajar, terror a depender de mí y nada más que de mí, terror a antojarme como una imbécil de una blusa, de un libro, de unos pendientes, terror de pensar a quién pediré dinero primero y a quién pediré después, terror de decir “no pude”, terror de estar tan cansada que es tan dulce fantasear con la muerte (la muerte anula las deudas), terror de ser esto que soy y no alguien que sí sabe ganar dinero, terror de no comer nunca pescado, terror sin omega 3, terror de la gordura por carbohidratos, terror que da pesadillas, terror de los cuarenta años y los cincuenta que ya vienen y los años no traen prosperidad sino más más y más precariedad. Terror. Todo el día, todos los días.
Sonríe para la foto, María Fernanda.
¿Tú de verdad sabes lo que es vivir con el cuello siempre doblado de puro terror?
Lo que de verdad me enferma es que haya gente pasándola tan bien con lo que debería ser nuestro.
Lo que de verdad me hace llorar a gritos es que escribo esto sabiendo que absolutamente nada va a cambiar y que esta noche, otra vez, tendré pesadillas en las que estoy sola en el fondo de un pozo y pasa mucha gente, me miran, me saludan, incluso me sonríen con una cierta pena, pero nadie me va a tirar una soga, una puta soga, para salir o para ahorcarme.
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Fotografía: La Circular