Por: Javier Martín. 23/04/2021
Las norteafricanas deben luchar contra un ciclópeo “rascacielos de cristal” que las mantiene alejadas de los puestos de responsabilidad y de dirección tanto en la política como en la economía, además de contra una sociedad fuertemente patriarcal y con una interpretación restrictiva de los preceptos religiosos que las relega “un escalón por debajo del hombre”.
El ejemplo más reciente es el nuevo gobierno de transición en Libia, que ha afrontado el voto de confianza sin respetar la cuota femenina que introdujo la ONU en el proceso de reconciliación iniciado el pasado octubre.
Según la norma establecida por el Foro de Diálogo Político Libio (FDPL), un organismo no electo creado “ad hoc” por Naciones Unidas para poner fin a un lustro de guerra civil, el nuevo Gobierno Nacional de Unidad (GNU) debería incluir un 30 % de mujeres.
Sin embargo, la lista presentada por el primer ministro designado, Abdel Hamid Dbeibah, solo incluye cinco mujeres -las ministras de Justicia, Exteriores, Cultura y Asuntos Sociales, y una secretaria de estado para Asuntos de Mujeres, lo que supone un 15 % de un gabinete de 34 personas.
Barreras culturales, socieconómicas y políticas
“Todos hemos visto un gran cambio en las mujeres de Libia, especialmente como empresarias. Mantienen a sus familias económicamente y muchas son el único sostén. Algunos proyectos son pequeños, pero otros son grandes empresas que logran generar ingresos excelentes y exitosos”, explica la periodista Amal Creui.
Pero “por desgracia las mujeres todavía tienen que superar barreras culturales, socioeconómicas y políticas para acceder al liderazgo. Las mujeres libias han sacrificado todo durante este periodo de transición y ha llegado el momento de que pasen del aislamiento y la victimización a la responsabilidad y el poder”, remarca sobre los techos de cristal norteafricanos.
La situación se repite en países más estables -como Argelia, donde de los 39 ministros solo cinco son mujeres, apenas un 12 %, ninguna de ellas en un ministerio de estado– y en Túnez, con cuatro ministras en un gabinete de 27 personas, igualmente sin presencia en los ministerios esenciales, excepto en el de Justicia.
Más allá de la política -en Túnez, sin embargo, hay una alcaldesa, la única mujer al frente de una capital árabe-, las mujeres tampoco aparecen apenas en los Consejos de Administración de las grandes corporaciones privadas ni en las compañías estatales, y cuando lo hacen deben lidiar con una enorme presión, bajo escrutinio permanente y obligadas a demostrar su valor a cada paso.
Políticas y empresarias con poco poder
La breve carrera de Olfa Hamdi al frente de la aerolínea de bandera tunecina “Tunisair”, sumida en una aguda crisis económica, ejemplariza esas barreras, que normalmente se hacen incluso más altas cuando logran atravesar ese casi inalcanzable “techo de cristal”.
Hamdi, una ejecutiva altamente cualificada, fue designada por el gobierno a mediados de enero y cesada apenas seis semanas después tras una campaña en su contra liderada por el jefe del principal sindicato de Túnez y uno de los hombres más influyentes del país, Nuredin al Tebubi que la acusó de inexperiencia y puso en duda su formación académica.
La mujer, de 35 años, había señalado la amplitud de la plantilla -que según diversas organizaciones independientes es desproporcionada e ineficaz- como el principal problema de la compañía aérea, que se encuentra al borde a la quiebra.
“Aunque los índices de alfabetización de las mujeres son más altos que los de los hombres, y en la universidad se gradúan muchas más mujeres, en la población activa sigue habiendo muchas menos mujeres que hombres” subraya Amnistía Internacional sobre el techo de cristal en la educación.
La organización advierte que pese a los impresionantes avances logrados desde la revolución, Túnez está en riesgo de perder la oportunidad de ser el faro de los derechos de las mujeres porque “está minando sus propios progresos al vacilar sobre estos últimos obstáculos, poco numerosos pero importantes”.
Primera línea de batalla
Pero pese a las dificultades, las mujeres aparecen en la primera línea de batalla y lideran la mayor parte de las protestas de la sociedad civil, que han resurgido en Argelia y en Túnez diez años después de las marchitadas “primaveras árabes”.
Un combate que a muchas de ellas les cuesta la libertad, como el caso de la tunecina Rania Andoumi, condenada la semana pasada a seis meses de prisión tras protestar contra los abusos de la Policía.
“El combate de la mujer es doble; luchamos por la democracia pero una democracia sin igualdad no tiene sentido. La democracia no significa nada si declinamos o dejamos derechos de la mujer para más tarde“, resumea a Efe la activista argelina Amel Hadjadj.
“Para lograr esa igualdad hay que muchas otras cosas. No se puede cambiar la sociedad sin la mujer, no podemos estar aquí para reivindicar y luego encontrarnos aisladas“, apostilla.
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Fotografía: Efeminista