Por: Tlachinollan. 04/07/2018
Los resultados de esta jornada electoral ponen en evidencia el empuje de una sociedad que se abre camino en medio de la partidocracia que se ha encargado de invisibilizar a la y el ciudadano y de supeditarlo a los intereses económicos de las élites que han ostentado el poder público. Esta demostración de la fuerza avasalladora de un electorado que ha expresado no sólo su irritación y hartazgo por toda la felonía de las autoridades, sino que también ha condensado ese deseo de un sujeto colectivo que empuje a un cambio social profundo, es el nuevo capítulo que se escribe desde el reverso de la historia oficial.
La experiencia electoral vivida con mucha pasión e intensidad por amplios sectores de la sociedad, es una demostración de un poder ciudadano que ya no está dispuesto a padecer estoicamente la rapacidad de los políticos. Tampoco está resignado a recibir migajas de los jugosos negocios que realiza la casta de gobernantes corruptos. Están decididos más bien a cuestionar un modelo económico depredador, porque privatiza el patrimonio nacional y despoja a los verdaderos dueños de los bienes tangibles e intangibles de esta gran civilización.
En este contexto, la contienda electoral de este 1 de julio no la podemos catalogar como un fin en sí misma, sino como un medio y una gran oportunidad para empoderar a los electores y enaltecer la dignidad de las mujeres y los hombres que con su trabajo cotidiano cobran conciencia de su papel histórico en la transformación de las estructuras que reproducen la desigualdad y profundizan la injusticia. Es una coyuntura propicia para impulsar la organización de base, para reafirmar las luchas locales y robustecer la autonomía de los pueblos y barrios que defienden sus derechos y sus territorios.
La lucha electoral para las élites políticas sigue siendo el método más efectivo para mantener bajo cierto control a una población que acepta delegar en los candidatos de los partidos políticos sus deseos de cambio. En este modelo de democracia, las urnas son los filtros que permiten a la clase política monopolizar y manipular la voluntad popular. Son también las alcancías donde la población pobre deposita su capital político para volver millonarios a quienes lucran con los cargos públicos. Es una democracia centrada en la papeleta, que sigue viendo al ciudadano y a la ciudadana como un ser que se le puede ignorar y desplazar. En esta democracia el ciudadano y la ciudadana no son aún el motor de la transformación social y política, porque los gobernantes y los partidos políticos siguen siendo los que se erigen como los iluminados del pueblo que toman decisiones, independientemente de lo que opine la gente.
El proceso electivo nos permite calibrar el nivel de conciencia y organización que hay en el electorado, sin embargo este referéndum resulta insuficiente si todo este esfuerzo ciudadano se reduce a sólo depositar su voto en la casilla, la democracia electoral cumple su cometido al emitir los resultados finales de la elección. Esta democracia minimalista trivializa la participación ciudadana porque los partidos políticos valoran más la boleta electoral que al ciudadano y ciudadana de carne y hueso. Lamentablemente la misma población que decidió votar se resigna a dejar en manos de los partidos y los futuros gobernantes el rumbo que tomará el nuevo gobierno. La clase política ha entendido que las boletas son como cheques en blanco que les entrega a la ciudadanía para que ellos se encarguen de cobrar los saldos millonarios de esta democracia, sin rendir cuentas y mucho menos sin entregar estos recursos a quienes son los legítimos dueños de este patrimonio.
El electorado tiene ante sí un gran desafío: construir una democracia de alta intensidad conformada por ciudadanos y ciudadanas sumamente críticas, asumiendo con gran responsabilidad su participación e involucramiento en las tareas orientadas a combatir la corrupción y a desterrar los vicios de la tranza, el contubernio con la delincuencia y el encubrimiento de quienes violentan los derechos humanos. Es un trabajo que no se limita a promover una devoción más hacia los nuevos gobernantes, no se trata tampoco de crear otras clientelas políticas, mucho menos de depositar nuestra voluntad en las autoridades para que ellos decidan unilateralmente lo que supuestamente puede beneficiar a las mayorías. No se trata de quedarse con los brazos cruzados, mucho menos esperar que los milagros sucedan por parte del político todopoderoso y seguir esperando que de arriba llegue la solución de nuestros problemas. La verdadera democracia nos coloca en una perspectiva diferente, más allá de un proceso electivo, nos obliga a ver el futuro forjado con la fuerza y la decisión de quienes han manifestado en unas papeletas que quieren un cambio. Por lo mismo, la expectativa no queda cubierta plenamente con el triunfo del candidato, es apenas cruzar el umbral de un proceso electoral para transitar a un modelo de democracia participativa, esto requiere refundar nuestro papel como ciudadanos y ciudadanas que seguimos relegando nuestro rol como sujetos del cambio. Este tránsito es una coyuntura formidable para favorecer la organización de base y alentar la articulación de los movimientos protagonizados por la clase trabajadora para construir objetivos comunes. No es una tarea sencilla querer modificar una situación que nos ha hundido en el atraso y la desesperanza. La fuerza del cambio no puede reducirse a delegar un mandato a quienes estarán al frente del Poder Ejecutivo y Legislativo sino que tiene que extenderse a los ciudadanos y ciudadanas de a pie que poseen una fuerza indómita para transformar esta situación de oprobio y a modificar las relaciones marcadas por las desigualdad, la discriminación y la exclusión social. Es un llamado para que la población desarrolle su creatividad y genere formas inéditas de organización para resolver los problemas comunitarios, municipales, estatales y nacionales que nos aquejan. Desde ese núcleo de la organización ciudadana se tiene que empujar para que el cambio verdadero pueda ser efectivo empujando desde la raíz para que las nuevas autoridades se sientan obligadas a trabajar de manera conjunta con la sociedad organizada. Esto requiere una organización de forma inmediata, es decir, un día después de las elecciones. Implica preparar este nuevo escenario con una contribución significativa de los diferentes sectores de la población que asumen un rol como actores sociales y no como población destinada a vivir de la beneficencia pública.
¿Qué va a pasar un día después de la elección? Esa es la pregunta obligada que no debe dejar de responder el electorado. La gran mayoría comentará con algarabía que tienen que celebrar el triunfo, como si se tratara de una victoria de la Selección mexicana, donde se olvidan de todo y se entregan a la embriaguez festiva. Lo más importante para el día siguiente es fortalecer los procesos organizativos que se han multiplicado a lo largo y ancho de nuestro país. Se tienen que afianzar las luchas históricas de los ciudadanos y ciudadanas que entregaron la vida para democratizar nuestro país. Se deben ondear las banderas que con gran heroísmo portaron muchas mujeres y jóvenes, que enfrentaron un Estado represor que se obstinó en resquebrajar sus sueños de justicia.
En este México que se desangra son los familiares de las víctimas de la violencia, quienes han marcado un nuevo derrotero en nuestro país, que han desenmascarado el pacto de impunidad que mantienen con los perpetradores cobijados por el mismo aparato de gobierno. México no puede seguir siendo un país de desaparecidos, ni una nación marcada por la violencia y la muerte, tampoco un territorio devastado por el modelo económico depredador, ni una patria postrada ante los interés macroeconómicos y coludida con la macrodelincuencia.
La sangre de los caídos del 68 no puede quedar congelada en los museos ni formar parte de los archivos muertos. Se necesita dar un gran paso a este proceso de justicia transicional. Hay una gran deuda histórica con las víctimas de crímenes cometidos en el pasado que obligan a desenterrar la verdad de las atrocidades de un gobierno impune. Ese régimen autoritario, que siempre ha catalogado como enemigos a los ciudadanos y ciudadanas que ejercen sus libertades sin pedir permiso es el responsable de esta grave crisis de gobernabilidad que nos tiene atrapados entre el fuego de la represión política y de los cuernos de chivo de la delincuencia organizada.
Esta jornada electoral permitió expresar el mandato de las mayorías que al unísono pugnan por un cambio. Se optó por una opción política porque existe un clamor profundo de un pueblo expoliado, cansado de tanto engaño, que ya no está dispuesto a pagar los lujos de los gobernantes rapaces. Esta gran mayoría fue el plebiscito más efectivo para la clase gobernante que le hizo ver su pequeñez ante una voluntad popular agigantada que ahora les demuestra que este resultado inobjetable es la demostración de lo que puede seguir sucediendo un día después de esta histórica elección. No debemos olvidar que la esencia de la democracia no radica en los candidatos ni en los partidos políticos, sino en el ciudadano y la ciudadana de a pie que se organiza y se erige como el torbellino que une la fuerza del pueblo para orientar el rumbo que requiere nuestro país.
Centro de Derechos Humanos de la Montaña Tlachinollan
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Fotografía: Tlachinollan