Por: Leandro Morgenfeld. NODAL. 24/02/2018
Tras casi una década de guerras de independencia en Hispanoamérica, y luego de haberse mantenido prescindente, el gobierno de Estados Unidos decidió que había llegado la hora de horadar la vieja hegemonía europea en el continente. El 2 de diciembre de 1823, el presidente James Monroe planteó en el Congreso la doctrina que llevaría su nombre y cuyo lema era America for the Americans. Traducido, en su uso habitual, significaba que América era para los norteamericanos. O sea que no permitirían avances de potencias extra-continentales en lo que ellos denominan el Hemisferio Occidental. En su famoso mensaje, Monroe declaró que considerarían cualquier intento europeo de extender su sistema político al continente americano como peligroso para la paz y la seguridad de Washington. La doctrina Monroe era una de las manifestaciones del nuevo expansionismo que Estados Unidos desplegaría en América en las décadas siguientes, construyendo un área de influencia propia, bajo su estricto control. Durante casi 200 años, fue reactualizada y reinterpretada en diversas ocasiones.
“La doctrina Monroe ha terminado” sostuvo el Secretario de Estado de Barack Obama, John Kerry, el 18 de noviembre de 2013, ante embajadores del continente en la sede de la OEA. Y Agregó: “La relación que buscamos… no es una declaración de Estados Unidos de cuándo y cómo intervendrá en los asuntos de estados americanos, es sobre todos los estados viéndonos como iguales, compartiendo responsabilidad y cooperando en asuntos de seguridad”. Ese discurso se inscribía en la estrategia que ensayó Obama en la Cumbre de las Américas de Trinidad y Tobago (2009) –“buscamos una relación entre iguales con los países de la región” – y procuraba también morigerar los efectos negativos que tuvieron las declaraciones de Kerry del 17 de abril de 2013, ante el Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes, cuando se refirió ofensivamente a la región como el patio trasero estadounidense, y el espionaje masivo de su gobierno contra líderes regionales como Evo Morales y Dilma Rousseff. Frente a una América Latina que avanzaba -aunque con dificultades- en la construcción de una integración alternativa, impulsando nuevas instituciones como la UNASUR y la CELAC. Frente a la creciente presencia de diversos actores extra hemisféricos, Washington intentaba reposicionarse en una región históricamente estratégica para su proyección imperial.
Más allá de su desdén hacia los hispanos y las agresivas declaraciones contra Cuba y Venezuela, hasta ahora Donald Trump no había precisado su política hacia América Latina y el Caribe. Con su discurso en Texas, antes de su primera gira por la región, el Secretario de Estados Rex Tillerson propuso una reafirmación de la Doctrina Monroe. En forma cínica, se refirió a las actitudes imperiales de China y Rusia, retomó la anacrónica retórica paternalista –que supone que Estados Unidos debe ensañarnos a construir sistemas políticos democráticos- y procuró comprometer a los gobiernos derechistas en su ataque contra los países bolivarianos.
El anacrónico discurso de Tillerson, con un claro sesgo injerencista, puede tener acogida en los gobiernos derechistas, que tienen afinidad ideológica con ese discurso más propio de la guerra fría y que permanentemente esgrimen el modelo político y económico estadounidense como el que hay que imitar, pero no entre los pueblos, que rechazan la prédica y prácticas xenófobas y anti-hispanas del nuevo presidente estadounidense.
En los próximos meses, Trump tendrá su debut en la región. Deberá asistir a la Cumbre de las Américas (Lima, 13 y 14 de abril) y a la Cumbre Presidencial del G20 (Buenos Aires, 30 de noviembre y 1 de diciembre). Más allá del alineamiento de los gobiernos de Kuczynski y Macri, seguramente enfrentará en esas capitales masivas protestas populares y confirmará porqué genera tanto rechazo en Nuestra América.
LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ.
Fotografía: YVKE Mundial