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Tomar el control

por RedaccionA octubre 9, 2022
octubre 9, 2022
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Por: Eugenio Fuentes. 09/10/2022

Cuatro distopías de Cory Doctorow dibujan rebeliones en EE UU ante la esclavitud digital, el sadismo policial contra los negros, el escándalo de los seguros médicos y la obsesión por las fortificaciones para sobrevivir a un apocalipsis

Se desconoce si durante la presidencia de Donald Trump el novelista Cory Doctorow (Toronto, 1971) desarrolló una fobia específica a las lacas y tintes capilares. Lo que sí se sabe es que el modo en que el magnate quebrado concebía el desempeño de la presidencia de Estados Unidos le sometió a considerables niveles de estrés y ansiedad. Doctorow, activista con una larga trayectoria de combate contra el oligopolio digital, intentó atenuar el mal que le atenazaba escribiendo una serie de cuatro novelas cortas de hechuras alegóricas que han acabado dando cuerpo a Radicalizado. Un volumen que, como un peculiar rompecabezas donde las piezas conectadas predominan sobre las encajadas, dibuja un agudo diagnóstico de grandes males que aquejan hoy a Estados Unidos. Y lo hace por el sencillo procedimiento de proyectarlos en un futuro muy próximo para, de ese modo, que suele llamarse distópico o, con más vagancia, ciencia-ficción, afilar los contornos del presente y rasgar con sus bordes más cortantes la membrana de sombras nacida de la inmediatez.   

Los textos, que Doctorov califica de tecnorrealistas, se disponen como una suite en cuatro movimientos: «Pan no autorizado», «Una minoría modélica», «Radicalizado» y «La máscara de la muerte roja». O, lo que es lo mismo, se despliegan como una pesadilla movida por cuatro amenazadores fantasmas: la esclavitud digital, la brutalidad de los agentes policiales, muy en particular contra los negros, la avarienta voracidad de los seguros médicos y la obsesión que anida en tantos multimillonarios por ponerse a salvo de una hipotética catástrofe apocalíptica. Cada amenaza, claro, da lugar a un conflicto que, al desbordarse, acaba teñido de incitación a los ciudadanos a tomar el control.

Por ejemplo, en «Pan no autorizado» un fallo en la nube impide a los inquilinos de unas viviendas sociales de Boston hacerse el desayuno o lavar los platos. Los afectados por la avería de sus electrodomésticos inteligentes se ven obligados a buscar una solución que les llega, como casi siempre en este volumen, a través de Internet. Ese paso adelante desata un choque con los propietarios del edificio y con las empresas fabricantes en el que se desnuda la aberrante sumisión de los inquilinos. En «Una minoría modélica», Wilbur Robinson, un varón negro de unos treinta años y aspecto irreprochable, es salvajemente agredido en Nueva York por una patrulla policial. El Águila Americana, un trasunto de Superman con un trasunto de Batman pisándole los talones, decide intervenir. Se abren así varios enfrentamientos: entre instancias policiales, ya que el Águila es agente delegado del FBI; entre activistas y fuerzas del orden, entre el superhéroe y quienes siempre han cuestionado la legitimidad de sus intervenciones. Una espiral de tensión que agravará la situación del agredido e incluso dejará en suspenso la tradicional asimilación del superhéroe al grupo de población de piel rosácea.

La tercera historia, la que da título al volumen, se activa cuando un seguro médico se niega a cubrir el tratamiento experimental de una mujer aquejada de un agresivo cáncer de mama. Su marido busca consuelo en un foro de internet en el que son frecuentes las amenazas de recurrir a la violencia contra las aseguradoras. Aquí no solo se apunta a un horizonte de masacre sino que, a la postre, en un arriesgado giro de Doctorow, se abre paso una pregunta sobre la legitimidad del rechazo incondicional a la violencia terrorista. «Máscara de una muerte roja», en fin, está protagonizada por un agresivo gestor de fondos que ha construido un sólido fuerte para refugiarse cuando se produzca El Suceso, una crisis apocalíptica que, según sus previsiones, llenará los caminos de depredadores despiadados. La crisis, por supuesto, estallará, pero el escudo acabará revelando sus fisuras e incluso servirá para resaltar que el aislamiento no es la mejor forma de hacer frente, por ejemplo, a una pandemia.

Más allá de sus vigas maestras, todas las historias se sumergen en la preocupación por los diferentes efectos que, según quien la controle, tiene la tecnología en la sociedad. Doctorow, a quien no se le conoce parentesco próximo con el autor de Ragtime, predica que la mejor ciencia ficción nunca habla en realidad del futuro, no trata de predecirlo, sino que alegoriza el presente. De ahí que, fino observador, su prosa escueta y detallista alumbre un buen número de problemas de ahora mismo cuyas pistas se encuentran sembradas por las cuatro narraciones de Radicalizado.

Además de la omnipresente violencia policial comparecen aquí el mercado, la vida basura, los refugiados, el racismo, los manifestantes de uno y otro signo, la clase media americana, los tiburones empresariales, las armas, las redes profunda y oscura o la desenvoltura de los jaquerillos infantiles para moverse por ellas y lidiar con tecnologías que desorientan a muchos adultos. A través de todos esos elementos, cabalgados por personajes a los que Doctorow dota de un buena panoplia de emociones y conflictos íntimos, el lector accede a un mejor conocimiento de la profunda sima que, año a año, va abriendo en la sociedad estadounidense el declive material de crecientes franjas de la población blanca. Una sima que ha propiciado escenas tan impensables hasta hace nada como el asalto de hordas trumpistas al Congreso en enero de 2021.

Solo teniendo bien presentes aquellas imágenes se alcanza a entender hasta qué punto resultan desnortadas y peligrosas las reflexiones sobre el mercado que desgrana en las primeras páginas de la cuarta historia Martin Mars, el impulsor del refugio a prueba de apocalipsis. En su opinión, el mercado, cuya gran virtud sería su capacidad para corregir «las asimetrías de la información», había decidido que una gran parte de la población era ya  innecesaria y la había ido arrinconando «a sitios cada vez más pequeños e incómodos». El paso siguiente, el definitivo, sería el Suceso, la crisis apocalíptica que, en realidad, consistiría tan sólo en un «periodo de ajuste» para deshacerse del «innecesariado». El razonamiento de Mars, está claro, es convergente con teorías conspiranoicas que hacen su aparición en las redes cada cierto tiempo. La última vez, por cierto, con motivo de la pandemia de 2020, poco después de publicarse Radicalizado en Estados Unidos. Es pasmoso el cuajo moral con el que se puede anunciar un genocidio si se le atribuye al mercado, ese ente sin rostro, sangre ni aflicciones. Sin embargo, a Doctorow, activista tecnolibertario, le gusta a veces ponerle un poco de cuerpo al mercado, algún nombre, una silueta para ejecutar pequeñas  venganzas literarias. Como esa, impagable, en la que uno de los refugiados en el fortín diseñado por Mars, un tiburón de la construcción que participa en una catastrófica expedición de rapiña, se hunde en su propia tragedia al oír cómo silban los disparos a su alrededor. «A veces se había imaginado como un tiburón que no paraba nunca, que salía a la superficie para atrapar una presa e iba de la deuda al pago, de la deuda al pago, quedándose con los beneficios. Ya no se sentía como un tiburón. Intentó ser un caracol. Una babosa. Rastrera, lenta. Tanto que no se le viese». Después llorará, se orinará, huirá. Se intuye que, en esos momentos, le gustaría disolverse en alguna fantasmagoría evanescente. En el mercado, por ejemplo.


Radicalizado: cuatro distopías muy actuales
Cory Doctorow
Capitán Swing, 2022
272 páginas
20 €

Eugenio Fuentes nació en Londres, en el hospital de St. Mary Abbot’s, donde doce años después fallecería el legendario guitarrista Jimi Hendrix. Licenciado en historia y especializado en relaciones internacionales contemporáneas, ejerció la docencia y la investigación en la Universidad de Rennes 2 Alta Bretaña durante cuatro años. En 1988 se integró en la redacción del diario La Nueva España, del que durante casi tres décadas fue responsable de información internacional, analista político, columnista y crítico literario. Fruto de una insana pasión por los libros mantuvo durante 31 años en el suplemento Cultura la sección de novedades «La brújula», alimentada sobre todo por volúmenes huidizos publicados por pequeñas editoriales. Entre 2000 y 2004 quedó embrujado por el pintor Luis Fernández, a quien dedicó numerosos artículos y el documental Los mundos de Luis Fernández.

LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ

Fotografía: El cuaderno digital

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