Por: Luz Elena González. Hamartia. 11/07/2019
El arte es sumamente personal, los artistas proyectan sus historias en sus obras; pero también es político, porque el contexto del artista siempre condiciona su visión del mundo, y por tanto sus productos. No importa si bailaron para expresar repudio a condiciones de opresión o si escribieron un poema a la ternura que le provocan los gatos. No me cansaré de repetirles que la creatividad como derecho es potencial para la provocación y cambio, más allá de las limitaciones circunstanciales. Si somos creativos, ya no hay quien nos pare. Si protegemos la creatividad, cimentamos el cambio. La pregunta es ¿tenemos derecho a ser creativos por medio del arte?
¿Desde cuándo hacer arte es un derecho?
Por más obvio que nos parezca a muchas personas, proteger los derechos sociales y culturales de los individuos no fue un tema muy sonado hasta hace relativamente poco tiempo. Apenas en 1976 entró en vigor el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. El problema debió haber terminado ahí, e idealmente los países partes tomarían acciones en lo nacional para el disfrute de estos derechos, pero a lo largo de las 122 páginas que componen el tratado, solamente el artículo 15 aborda los temas de producción artística y libertad creativa.
El Pacto habla sobre el respeto a la libertad creativa y la protección del interés moral y material de la producción creativa. Ojo acá, porque no es lo mismo respetar al pintor manteniéndose al margen, que proteger la libertad del pintor para crear; y no es lo mismo proteger el interés material que resulta de vender sus pinturas, que salvaguardar las condiciones de vida dignas para que se pueda expresar. Desafortunadamente, ninguna de las generaciones previas de derechos humanos provee seguridad para lo inoperante, lo improductivo. Con esos dos adjetivos me refiero a la producción artística y los procesos creativos, porque al no servir para la acumulación de valor, la actividad creativa se encuentra fuera de las dinámicas económicas en las que estamos insertados, pero también fuera de derecho. Eso sí, la producción artística si se perfila como las demás actividades económicas en el tenor de la hipercompetitividad. En un contexto así no hay mucho espacio para el arte.
Aprende algo, dinero
No tiene el mismo peso decirle creativos a los chicos que trabajan para Google, que los que van a exponer su trabajo en el XXXIX Encuentro Nacional de Arte Joven en Aguascalientes, México. Hoy por hoy, los derechos protegen a quien haga dinero. Una protección de derechos humanos con visión tan corta carece de sentido. Dejamos al arte atrás, y con ello a las posibilidades de desarrollo que nos traería. La improductividad económica de la expresión artística es precisamente la característica en la que reside el potencial creativo y de desarrollo humano. La utilidad cultural va más allá del volumen y del valor, en el poder de la expresión.
Si mientras me lees, piensas que el que el reclamo de la creatividad como un derecho humano no tiene mucho sentido pues ya existe el derecho a la libertad de expresión, te entiendo, pero no va por ahí. Sin pretensión de hacer menos la importancia de la libertad de expresión, impulsar la agencia creativa como derecho humano pretende generar una perspectiva que abarque todo lo que significa ser artista, escritora, bailarina, pues es una intersección de varios derechos y libertades. Libertades individuales de opinión, expresión, trabajo y educación se encuentran con la protección de derechos colectivos para el desarrollo y protección de las minorías. Todos los anteriores dan como resultado el surgimiento de la agencia creativa, en una sociedad que pueda acoger la disidencia y actúe sobre las necesidades de su gente; una defensa del desarrollo de la personalidad y el potencial humano.
¡Qué belleza lo anterior! Pero, sucede que lograr que nos dejen ser creativos no es tan fácil, porque esto significa darnos poder, y ello nos puede llevar al desacuerdo con las normas y valores que conocemos. Efectivamente, la creatividad como derecho es potencial para la provocación.
La defensa de la agencia creativa muchas veces perece bajo una cultura que se limita a considerar como desarrollo a la ganancia material, aún en proceso de incorporar el bienestar como estándar para la medición de la prosperidad. Cuando, en 2017, el presidente de EE. UU., Donald Trump anunció la intención de reducir el financiamiento público para el Fondo Nacional para las Artes, el columnista George Will escribió:
“Subsidiamos la producción de soya, pero por lo menos sabemos lo que es la soya. (…) ¿por qué insisten en gastar fondos públicos sin un propósito definido?”
Reducir el gasto público en programas para el fortalecimiento de la creatividad está íntimamente relacionado con el discurso económico de acumulación de valor, pero la relación entre las artes y el propósito público no tiene pierde: construye un sentido de la identidad, ayuda en el mejoramiento de los valores democráticos por medio del pluralismo y forma una ciudadanía más educada y consciente.
En 2015, el artista contemporáneo Patrick Bill, conocido por el seudónimo Bob and Roberta Smith, se lanzó en campaña para la Elección General de Inglaterra, con la intención de generalizar la defensa del arte como un derecho humano contra un sistema que insiste en reducir las herramientas de protesta y empoderamiento.
La política del arte vive
El gasto para el desarrollo económico es importante, pero la cultura y la creatividad necesitan estos fondos también. Las artes, la cultura y el tiempo libre como ocio dependen de infraestructura e inversión para regresar beneficios al proceso de desarrollo y mejoramiento de la calidad de vida. La creación artística mejora tantas vidas como un aeropuerto nuevo, el problema es que eso no lo podemos medir (aunque eso es otro tema).
Todo este alegato le da la vuelta a la necesidad de asegurar condiciones de dignidad humana para que los artistas puedan crear, pero también cruza por el beneficio comunitario de la creación artística. Nos toca a nosotros seguir exigiendo y empujando para que las artes se respeten y se incentiven, no solamente cuando el beneficio económico de la explotación del arte como un recurso turístico o de nexo cultural al extranjero se haga presente, sino en las escuelas, centros comunitarios, y ultimadamente, en políticas nacionales de desarrollo. Un país que presuma de defender los derechos de sus ciudadanos será puesto a prueba en la defensa efectiva de las artes.
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Fotografía: TEC