Por: Xavier Rodríguez L. Facebook. 26/09/2017
Dos preguntas:
Primera: ¿la reacción de la sociedad después del sismo se explica por nuestro espíritu nacional latente que súbitamente despertó? Respuesta: no, para nada. Luego entonces,
Segunda: ¿por qué inmediatamente se desenfunda al nacionalismo como argumento encubridor y difuminador de la solidaridad humana más elemental?
Lo que sucedió este 19 de septiembre de 2017, al igual que en 1985, fue una movilización y organización espontánea que nunca pasó por el tamiz o la bendición de algún espíritu tricolor. Nada de eso, fue únicamente ver y saber que había gente muriendo, sufriendo, jodida o sin casa, lo que impulsó a decenas de miles de personas a volcarse para tratar de hacer frente a la devastación. Así de simple: era necesario ayudar y salvar a congéneres sin pensar en pasaportes, culturas, gustos, valores, clase, etc. ¿Alguno de ustedes pensó en su mexicanidad en esos momentos en que se lanzó a levantar escombro, llevar víveres, herramienta, ropa, cobijas, juguetes y mil cosas más a los centros de acopio, o a dar tiempo en los albergues, o a ayudar en las líneas de acarreo de víveres, o a preparar comida para los damnificados, o a organizar la asistencia desde el feis o el tuiter? Yo tampoco. Lo hicimos y lo seguimos haciendo porque aun somos humanos. Nada más, pero nada menos.
Los jovencitos de la prepa cinco que apenas unos minutos después del sismo vi correr para acercarse a ayudar al colegio Rébsamen, iban desesperados porque ya sabían que una escuela se había caído y existía gente atrapada. Se trataba de ayudar no porque fuera un edificio mexicano, con gente mexicana y una irresponsable directora mexicana. Las atrapadas en ese derrumbe eran simplemente personas a las que había que rescatar, y esos adolescentes corrían desaforadamente como si a ellos les fuera la vida en ser los primeros en llegar a levantar piedras.
La organización social espontánea, casi automática, ante la catástrofe no pasó por los cada vez más erosionados reductos del Estado nación, o de una idea general de nacionalismo o, peor aún, de “mexicanidad”. La clave radica en que echar mano del argumento del nacionalismo lleva implícito el ánimo, el objetivo político, de desmovilizar a la sociedad que una vez más recordó que es capaz de organizarse, actuar, decidir, por encima de un poder corrupto, burocrático, ineficiente, rapaz, etc. Esgrimir al nacionalismo es obtener la licencia para poder utilizar un gran arsenal de descalificaciones contra la crítica y el empoderamiento de la sociedad civil que salió a las calles. Ya lo hemos visto: “no es momento de criticar”, “todos debemos estar unidos”, “codo con codo porque somos una gran nación”, “recordemos el espíritu que nos une”, “los que nos gritan son provocadores” (Peña dixit), “la inigualable respuesta mexicana ante la catástrofe”, “no hay que politizar la tragedia”, etc. El nacionalismo, no lo olvidemos, es la primera réplica de los gobiernos cuando son cuestionados o se sienten amenazados en su legitimidad.
“México ya despertó” es una frase linda pero equivocada. Lo que se movió -además de la tierra- fue tan solo una parte de la sociedad que súbitamente de cara a la impredecible tragedia se percató de su importancia y de su poder de organizarse para hacer cosas sin esperar la instrucción de alguna autoridad o representante del gobierno. Lo acontecido tampoco garantiza ni mucho menos que se tome conciencia del profundo ejercicio político que su accionar ha demostrado. Sería lo deseable, pero no necesariamente así sucederá.
¿Entonces por qué a la gente le dio por cantar el himno nacional en algunos momentos de clímax dentro del proceso de rescate de vivos y muertos? Más que con el nacionalismo la respuesta tiene que ver con la urgencia de, frente a la adversidad, sentir algún vínculo con el desconocido de al lado sin importar mucho quien sea. Yo me abracé sentimentalmente con mi familia sin necesidad de entonar la canción que aprendimos en la escuela y escuchamos al inicio de los partidos de la selección de futbol, y si hubiera tenido a mis amigos al lado hubiera sucedido lo mismo. Nos abrazamos y eso fue suficiente, el lazo de unión era explícito. En la tragedia, frente al terror, es natural e instintivo tratar de sentirse acompañado. Cantar el himno nacional les sirvió a los que lo hicieron en esos momentos álgidos de los rescates para eso, sólo para eso. Así como fue esa canción podrían haber elevado una plegaria, o realizar una ovación (cuestión que sucedió la mayoría de las ocasiones) o simplemente refugiarse en el ruido más poderoso de todos: el silencio. El punto de entonar el himno era saberse unidos, y la manera de hacerlo fue alrededor de una canción que la mayoría conocía y que, según nos han enseñado, nos debe unir a los distintos. Sin embargo, de acuerdo con las notas periodísticas, hasta los integrantes del equipo de rescate japonés se sumaron a los cánticos de la bélica rola mexicana. Luego entonces, no importaba lo que se cantara, lo trascendente era el sentido de comunidad solidaria que ahí se estaba expresando. No interesaba lo nacional, sino la humanidad intrínseca al gesto heroico realizado y atestiguado.
Sabemos que el nacionalismo es el tapete bajo el cual se ocultan las divisiones y desigualdades sociales. Hoy se trata de no caer en el garlito de este gobierno y sus intelectuales (los mismos de siempre) aterrados por la movilización social que una vez más los rebasó en su accionar, evidenciándolos en su mundana preocupación tanto por mantener su imagen como por continuar lucrando políticamente. Más bien es urgente identificar las nuevas formas de identidad social que nos permitirían consolidar los lazos que se han hecho evidentes entre todas las personas que, de una u otra forma, hemos sido sacudidos por esta tragedia. Comprender que muchísima gente se volcó a ayudar por razones distintas al nacionalismo incrementa la valía de su accionar, ya que nos percataremos de que esos individuos lo hicieron no gracias a una entelequia históricamente construida sino por algo mucho más básico y natural: solidaridad humana.
El anhelo romántico sobre el surgimiento (ahora sí) de una sociedad civil fuerte que por fin asuma y ejerza la responsabilidad de participar en el ejercicio directo del poder, es tan solo eso, un anhelo que como posibilidad existe pero como certeza habrá que construir. Se trata de escribir una nueva narrativa, distinta y diferente a la estatal construida en el siglo XIX, tan simple como eso. Al gobierno le urge que los que salieron a la calle regresen a la brevedad a su pasmada normalidad, y para ello ha empezado a ondear la enseña nacional frente a nuestra cara. Nosotros decidimos si lo hacemos o nos seguimos de frente.
25sep17. 20:30
Posdata perrona. Amamos a Frida no por ser miembro de la Marina Armada de México, sino porque es la más mediática de todos sus perrunos congéneres colegas y porque sabemos que ha salvado vidas (sin importar nacionalidad) o ayudado a recuperar cuerpos. Es por ello que nos cae muy bien y nos parece entrañable, no porque sea mexicana.
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Fotografía: nvinoticias