Por: Oswualdo Antonio González. Director General del Portal Insurgencia Magisterial. 06/06/2018
Para Linda, compañera de horizonte.
La docencia es un acto político, se nos decía en la escuela Normal y aunque poco se avanzó en relación con el impulso de prácticas pedagógicas políticas, esta idea, nos acompañó en varias etapas de nuestro proceso formativo como maestros (no educadores). Otra idea que recuerdo mucho, pero ésta, dicha con menos constancia y menos fuerza, era que la docencia es un acto de amor.
La Política era entendida desde las escuelas Normales como la opción que se tomaba por estar de lado del “pueblo”, de sus luchas por mejorar, por superarse, por organizarse, y también de las consecuencias de esa decisión, ya que optar por un lado implicaba ponerse de frente contra terratenientes, caciques, explotadores, lo cual no siempre terminaba bien. En este proceso de actuar con ese sentido de lo político muchos compañeros se quedaban en las comunidades y desde ahí construían el mundo que deseaban, aunque es de reconocerse que esta tendencia ya venía en decrecimiento desde la década de los noventa.
El amor era un recuerdo de la idea del apostolado, donde el maestro se reconocía como un medio, como una opción que implicaba “gastar” la vida propia y de la familia cercana, para dársela a los demás, para con ese acto construir ladrillo a ladrillo esta patria que es de todos. Ese espíritu vencía cansancios, incomodidades, enfermedades, desvelos, todo. Con dinero propio se levantaban escuelas, se organizaban festivales, todo por ese amor a la niñez y a la patria nuestra.
Política y amor, ahora parecen piezas de museo. En los convivios de mayo, fue común hablar de lo que se había perdido con la Reforma, de la falta de “valores” de las nuevas generaciones, de los padres sin “autoridad” y de la violencia. Política y amor ya no son motivo de preocupación, porque tal vez desde hace tanto que están ausentes, que se da por sentado que nunca estuvieron.
Y el vacío que ha dejado la política y el amor, es llenado por la “esperanza” de que si gana determinado candidato, las cosas, como por arte de magia volverán a ser como fueron. Pero en el fondo todos saben que no será así. La única magia que existe es la del amor, la de la política, entendida como camino hacia el bien común y esas hoy luchan por sobrevivir en un ambiente completamente adverso.
Ser un maestro que conciba la educación como un acto político y como un acto de amor parece una práctica en peligro de extinción, afortunadamente todos los días se encuentran destellos, chispas, que nos dicen que la educación pública sigue siendo un espacio de defensa del otro y de nuestras historias. Día a día, cientos de maestros gastan su vida para hacer realidades, las posibilidades que tienen en sus aulas. El problema es que muchos de estos maestros están y se sienten solos, viviendo en un mundo que les es extraño, donde sus valores son menospreciados, donde la moda y lo superfluo se imponen.
Por ello, ante el vacío, desesperanza, impotencia, valemadrismo, traición y rapiña que invade en diferentes medidas y combinaciones los corazones de muchos docentes, conviene traer a nuestras vidas una práctica sencilla que nos recomendaron en la preparatoria: volver la mirada a los libros. Que cada maestro no salga a la calle sin un libro en la mano. Dejemos que las letras nos envuelvan, que rieguen nuestras esperanzas diariamente. Que la poesía sea nuestra compañera, que las novelas alimenten nuestras ideas, que los ensayos nos hagan realistas soñadores. Y tal vez en un quince de mayo no muy lejano, las quejas sean desplazadas por historias chuscas, por historias de alumnos que lograron romper sus territorios y se aventuraron a otros mundos y ellos al volver la vista al camino andado, simplemente digan, gracias maestro. Expulsemos de la política a los políticos y llenemos nuestro país de educación como un acto político y como un acto de amor.
Fotografía: lorealdeguerrero