Por Güris J. Fry. ECO’s Rock 1 de febrero de 2025
Pedro Páramo (Rodrigo Prieto, 2024)
Es ya muy conocido que la obra de ficción literaria de Juan Rulfo es escasa pero no por ello carente en importancia –así como allegada siempre al mundo del cine. Diversos textos breves que han aparecido con los años se agregan a sus tres entregas formales; el compilado de cuentos “El Llano en Llamas” (1953) del cual se han adaptado algunos a la pantalla grande como “Talpa” (Crevenna, 1956), “El Rincón de las Vírgenes” (Isaac, 1972), “¿No Oyes Ladrar los Perros?” (Reichenbach, 1975) así como algunos otros tantos más. En misma situación se encuentra “El Gallo de Oro” (1980), novela corta escrita en el segundo lustro de los 50 pero publicada de manera oficial décadas después, de este texto existen por lo menos dos versiones reconocidas, la homónima dirigida por Roberto Gavaldón (1964) con un guion libremente adaptado por Gabriel García Márquez y Carlos Fuentes, así como una pieza mucho más fiel al tomo original bajo el nombre de “El Imperio de la Fortuna” (Ripstein, 1986) guionizada por su propio director.
Pero si hablamos de su obra cumbre nos referimos siempre a “Pedro Páramo”, una de las novelas latinoamericanas más exitosas e influyentes de la historia debido a su campo de libre interpretación; el manto onírico con que cubre su estructura abierta a varias bandas y un manejo libertino del tiempo que pone en entredicho al leedor en su disertación, resulta una andanza completamente distinta ya sea entre propios y extraños, tanto entre distintos circunstantes que habrán de elucidar de manera particular el universo hallado entre sus palabras y acciones, como en relecturas personales: el texto nunca habrá de contar con un cimiento firme al cual asirse sin perder nunca su amenidad e interés; es ahí donde radica gran parte de su gran legado: nunca dejará de moverse y de mostrarse de manera diversa pasen los años que pasen. Una buena historia de fantasmas no puede morir.
Dada la propia naturaleza de la obra esta ha sido igualmente explicada y reexplicada en el marco del séptimo en arte. La primera versión (homónima) la encontramos bajo la tutela de Carlos Velo (1967) con un guion de Barbachano Ponce y Carlos Fuentes; en esta adaptación podemos encontrar una unificación de varias de las células narrativas que en la novela se desperdigan entre sus hojas/momentos; se intentan, pues, cohesionar en una especie de anecdotario cuasi colectivo. En una segunda versión: “Pedro Páramo: El hombre de la Media Luna” (Bolaños, 1977) redactada por su realizador, nos encontramos con una aproximación muchos más cauta y lenta, con una entrada sumamente seductora que nos sitúa en un prado vacuo y espectral desde el primer minuto y en cuya evolución habrá de dotar el entorno del protagonista en un horizonte oneroso para justificar diversos recursos estéticos y suprarealistas (obteniendo así, quizá, la más interesantes versión cinematográfica de la novela).
La más reciente adaptación de la obra cumbre de Juan Rulfo recae en el trabajo argumental del realizador español Mateo Gil (reconocido por ser co-guionista de algunas de las cintas de Alejandro Amenábar) y que ya en 2009 había intentado llevar el universo de Comala al cine bajo su propia dirección, pero que debido a falta de financiación tuvo que cancelarse. Claro que el proyecto no murió y la tarea habría de cumplirse a posterior. Con el texto del propio Gil bajo el brazo, la dirección recayó en el connacional Rodrigo Prieto en lo que sería, y es, su ópera prima.
Prieto, como uno de los cinefotográfos más exitosos y reconocidos en el ambiente internacional (sus trabajos circundan obras de González Iñárritu, Ang Lee y los trabajos más recientes de Martin Scorsese), explora el mundo y la cosmovisión de Rulfo desde un aspecto más cercano a la plástica; dada su propia labor dentro del marco cinematográfico la respuesta resulta lógica pero no por ello quizá la más eficaz y diestra en términos de narrativa y campo emocional. El ataque obviamente se da a través de un paralelismo entre el pretérito buscado y el aparente presente encontrado, entre la indagación de aquello impalpable y la inquietud permanente de aquellos ya desaparecidos que han encontrado la magia de abrazarse y dialogar sin importar los años de distancia.
En esta nueva asimilación del texto de Rulfo se trata de balancear ambos tiempos. Con ello se obtiene, claro, algunos fundamentos esenciales para la comercialización de la propia producción: un tratamiento muchos más asequible para el público en general (aunque tiene y siempre tendrá sus retos debido al material original), una mayor cantidad de tiempo en pantalla para su cuerpo actoral (que dicho sea de paso es una de las apuestas principales en pro de su atractivo), y un terreno más firme para postrar retablos de una belleza pasmosa y ornamental pero que le restan espacio a los subtextos primarios de la obra del autor, ya no digamos de este texto en particular sino de todo su universo estilístico.
Esta nueva expedición de Pedo Páramo termina por ser más una puesta y una apuesta mucho más visual, la exploración de temas tan vitales como la venganza, el vacío y la soledad quedan relegados a un nivel inferior de importancia. La imagen, sí, es sumamente bella y comenta –al margen de sus objetivos internos– pero no siempre narra con la profundidad requerida. El Páramo de Gil y Prieto es de una lectura más al margen de las acciones primarias de la novela, no así de las evocaciones que emanan de las mismas. El resultado es sugestivo, embelesado por todos los departamentos que le dan vida –como nunca– al mítico Comala y sus habitantes. Los colores, los sonidos y hasta los sabores se encuentran ahí, pero los conflictos que avivan, irritan, excitan, enconan y abrasan las energías del propio pueblo se diluyen cuál destino final del propio protagónico.
No se puede negar la calidad de una obra como la presentada por Rodrigo Prieto, más teniendo en cuenta que es la primera vez que dirige un largometraje de manera oficial y formal. Es una película a detallarse y verse con todos los sentidos puestos en ella, con todo el interés pues su belleza es alta, muy alta. Y fuera de sus alcances –interpretados estos también por cada uno de los espectadores y críticos que la vislumbren– se le agradece que vuelva a poner en el aparador el nombre y la pluma de Juan Rulfo, una tina portentosa que ha sabido describirnos sin importar fechas o ciclos; que ha logrado resumirnos en nuestra porosa naturaleza: cuyos actos habrán de desmoronarnos, pero sin perder nunca la voz en la tempestad de los años. Dicho de otra forma: una voz que aún resuena susurrándonos que la inmortalidad es una nostalgia universal a la que todos pertenecemos.

Pedro Páramo de Rodrigo Prieto
Calificación: 3 de 5 (Buena a secas)
Fuente: https://www.facebook.com/ECOsRockXalapa/posts/1180967139785262
Fotografia: Impawards