Por Güiris J. Fry. ECO’s Rock. 19 de enero de 2019
Abre los Ojos (Alejandro Amenábar, 1997)
No existe obra o representación artística que pueda discernir del paso del tiempo. Todo armazón fílmico contiene en su ADN un estatuto de temporalidad, una disposición hacía futuro que o bien la puede “universalizar” dotando de atributos anacrónicos, o bien todo lo contrario y le hace envejecer prontamente debido a causas tanto internas –por parte de la construcción autoral –como también a fuerzas ajenas que le rebasan, entiéndase como modas:estilos / temas:aproximaciones. Con el segundo largometraje de Amenábar, por aquellos años una alentadora nueva figura dentro del cine español que venia de sorprender a propios y extraños con su ópera prima Tesis (1996), nos hallamos con un caso en donde el pasar de los años no ha sido soportado de la mejor manera. Y es que a poco más de dos décadas de su estreno, la película se denota ajada en parte por su juicio y argumento; en sus motivaciones básicas –el manejo de sus objetivos (los cuales pueden refrescarse cada tanto), pero sobre todo por sus premoniciones tecnológicas y científicas. No obstante por ello se le debe obviar o hacer un lado, en su tentativa y capacidad de expresividad nos sirve para rememorar las crecientes inquietudes de una arrinconada, relegada y compleja generación como la de los 90, que bajo una sui géneris mezcla de temor, esperanza y enajenación, vislumbraba cuasi laberínticamente el alumbramiento del nuevo milenio.
Con un intrincado juego estructural, el filme se presenta en forma de una fantasía; una ensoñación –en este caso una pesadilla– que descansa sobre las banalidades de la juventud: apetencias sexuales, ambiciones capitales, el temor a la muerte y la eventual capacidad de la vida eterna (eterna juventud: eterna belleza). Aunque el sumario de la cinta puede resultar soso de primera mano, o errado al ya experimentarla, este bien puede ser el de un acomodado y “bien parecido” joven que entre sus aventuras de conquista se ha visto entre dos mujeres de opuesta naturaleza. Por un lado está aquella belleza delicada por la que está interesado de manera sincera mientras, por el otro, se encuentra la figura carnal y obsesa. Después de un encuentro entre ambas y un accidente que le deformará el rostro, el mundo se le vendrá abajo y todo lo que sueña, piensa, reflexiona, recuerda y vive se verá ofuscado por la incertidumbre y el misterio. Sin duda la apuesta principal del entramado es un juego de confusión, de enmarañamientos entre lo onírico y lo “real”, que se retrata, al igual, como un espacio turbado en busca de desubicarnos a cada secuencia; cosa que logra, sí, pero de manera por demás sobrada. En sus años quizá marcó una pauta de innovación y refrescamiento, atractivos claros para la juventud de la época pero a la distancia se manifiesta mas como un manejo exacerbado en el intento de sorpresa que el de un encadenado bien solidificado. Dentro del seguimiento propio de las acciones encontramos viñetas muy llamativas pero que o bien se alargan o bien estancan el ritmo y no hacen avanzar la película. El resultado, excéntrico, termina naturalmente por ser irregular.
Bajo un conveniente manejo del thriller y tras máscaras de codificación a expensas de la fábula, el melodrama juvenil y una ciencia ficción pop, Amenábar se alzaba en aquellos años con un llamamiento a toda una nueva gama de jóvenes a presenciar un fenómeno que les otorgaba alternativas al cine hollywoodense (aunque tratase de parecerse a este), que estrenaba en ese mismo año, dicho sea de paso, la pomposa Titanic de James Cameron. Con un sobrio uso de sus recursos técnicos: la comedida fotografía y diseño de arte de los hermanos Burmann, Hans & Wolfgang respectivamente, junto al templado montaje de María Elena Sáinz, no se logran tejer las coyunturas necesarias pero tampoco son exigidas en demasía, la jugada plenamente está en un dédalo narrativo en el que la misma producción cae.
Al final, Abre los Ojos se alza dispar al recorrido que ha hecho el mundo después de su estreno; las manías que le germinaron han quedado atrás y si bien las necesidades propias que retrata pueden equipararse a tiempos más actuales, estas se disfrazan ahora con vestidos diferentes; opulentamente más evasivos. El contagio, pues, del que quería hacernos participe ha quedado a una escala menor debido a la revoluciones de violencia y desapegos emocionales que van cicatrizando y describiendo en los libros de la historia al siglo XXI, quizá y hasta su conflicto hoy se torne de candor… pero tal vez es ahí donde aún podamos encontrarle un campo de nostalgia y efectividad: en esa milenaria y romántica concepción de la vida como un sueño… Y es que de ser así, ¿qué esperaríamos ver al despertar?
Abre los Ojos de Alejando Amenábar
Calificación: 2.5 de 5 (Regular).
Fuente:
https://www.facebook.com/permalink.php?story_fbid=2233696936908681&id=1598949577050090&__tn__=K-R
Fotografia: ecartelera.com