Por: ALICIA TORRES. 19/01/2022
La historia de la comunidad de Quilloac se entreteje con la de la ex hacienda Guántug. Mientras la hacienda se constituyó desde el registro escrito, las comunidades indígenas debieron acudir a la historia oral. Los testimonios que trascienden de generación en generación son un modo de resistencia para los pueblos indígenas que no son incluidos en la historia oficial permitida por el Estado Nación.
El pueblo de Quilloac se ubica en las sierras de Ecuador, a una hora de la ciudad de Cuenca. Entre 2007 y 2009, durante un trabajo de campo sobre la permanencia y las formas de construcción de la comunidad, los antiguos comuneros hicieron referencia a la “historia de la hacienda Guántug”, sus formas de trabajo y sus prácticas de discriminación al interior del complejo. Simultáneamente, los relatos daban cuenta de las luchas de los indígenas por la tierra, antes y durante la reforma agraria de la década del ‘60.
A lo largo de los relatos, la referencia permanente a la comunidad de Quilloac podía variar y ser nombrada como “comuna” u “organización”. Como en el mundo indígena una comunidad es una organización sociopolítica, económica y cultural, las diferentes enunciaciones me llevaron a plantear la necesidad de reconstruir su historia. Si bien una historia puede escribirse de diversas maneras, la “historia” de Quilloac no puede desligarse de la hacienda Guántug.
La historia oral y la memoria como método científico
Mientras la comunidad ha debido acudir a la historia oral y a la memoria para constituirse en una entidad social, económica y política, la hacienda se construyó desde la palabra escrita. Esto significó el establecimiento de relaciones basadas en la desigualdad, la discriminación y el racismo. Sin embargo, esta violencia simbólica pudo ser contrarrestada por la comunidad a través de la historia oral que la resignificó permanentemente. La adopción de nuevas nomenclaturas permitió la inclusión de la “comunidad” en los documentos escritos, tanto en los archivos oficiales como en los comunales.
La utilización de la historia oral y de la memoria en ciencias como la historia y la antropología es un antiguo debate. Lo mismo ocurre en la investigación sobre las prácticas letradas de los pueblos indígenas. El debate propone analizar la historia oral en un contexto en el cual encuentra sentido y permite una interpretación más adecuada de los hechos. Desde esta perspectiva, la oralidad es considerada una herramienta de los grupos subordinados para la creación de ese “algo virtual”, es decir, “la comunidad”. En definitiva, la historia oral y la memoria constituyen una narrativa sobre la identidad.
Asimismo, la tradición oral convive con una tradición escrita. El lenguaje utilizado en cada formato es diferente: mientras la oralidad está destinada a lo transitorio, la escritura forma parte de lo perdurable, lo importante y lo trascendente. De este modo, el habla y la escritura son formas diglósicas, pero de uso complementario.
Finalmente, ¿por qué hablamos de historias orales en plural? Los relatos a los que me refiero fueron fruto de entrevistas a antiguos comuneros de Quilloac realizadas en castellano y algunas con traducción del quichua. Por lo tanto, antes que ser la “Historia Oral” (con mayúscula) de Quilloac, son las historias orales de estos comuneros y dirigentes: relatos con afinidades, contradictorios y diversos.
El Tayta Carnaval es un mítico personaje de la cosmovisión andina. Foto: Alicia Torres
Hacienda, comunidad y conflicto en los archivos de la República
Don Antonio Quinde, antiguo dirigente comunero de Quilloac, explica la razón por la cual la comunidad habría perdido la tierra: “Cuando iniciaron los trabajos del Camino Real, todas las comunidades libres tenían la obligación de trabajar, pero, en cambio, las comunidades de la hacienda no podían abandonarla porque el patrón defendía”. En Ecuador, la Ley de Trabajo Subsidiario de 1825 obligaba a los indígenas y blancos entre 18 y 50 años a participar en las obras públicas. Al principio, la obligación era de cuatro días al año y, posteriormente, ascendió a 24 días consecutivos.
Don Antonio narra que, para evitar los trabajos obligatorios, las comunidades libres de Quilloac acudieron al patrón para que los defendiera y le entregaron todas sus tierras. En definitiva, la hacienda Guántug es producto de la expropiación del territorio de la antigua comunidad de Quilloac. Este testimonio y el afán de rastrear la forma en la que se dio este “traspaso” de las tierras comunales a la hacienda, orientaron nuestra búsqueda de información hacia los archivos de la época republicana. Fueron estos documentos los que nos permitieron reconstruir la trayectoria de la tenencia de la hacienda Guántug.
A partir de los testimonios obtenidos en Quilloac, el primer hito encontrado es la compra de tierras por parte de la cooperativa Quilloac al Instituto de Reforma Agraria y Colonización en noviembre de 1967. Este proceso fue producto de la Reforma Agraria iniciada en la región unos años antes con la liquidación de los huasipungos (como se denomina en Ecuador a las parcelas de tierra entregadas a los indígenas por su trabajo en la hacienda en vez de una remuneración monetaria).
La memoria de los comuneros relata la existencia de la hacienda. A pesar de que la heredera de mayorazgos, Florencia Astudillo, había transferido la propiedad de la hacienda a un asilo, la señora mantenía el control a través de los administradores y los mayorales. Además, había guardado para sí misma el uso de las casas de habitación de las distintas propiedades que habían sido donadas y también los réditos de la producción.
Los testimonios del lugar ponen en evidencia que los archivos republicanos no dan cuenta de la existencia de la comunidad indígena de Quilloac. Por el contrario, la constitución del latifundio de Guántug está claramente registrada en los mismos archivos, más allá de los vacíos de información. La conflictividad que atravesó la conformación de este latifundio, tanto hacia el interior de la propia familia como con las comunidades aledañas, exigió ese registro en los archivos. De modo contrario, no hay registro de las voces de los comuneros.
Ex-huasipunguera de la hacienda. Foto: Alicia Torres
La comunidad se transforma en cooperativa
En las historias orales sobre el proceso de la Reforma Agraria, los comuneros se refieren indistintamente a la comunidad o comuna. Incluso varios testimonios aseguran que Quilloac se había constituido como “comuna” bajo la Ley de Organización y Régimen de Comunas de 1937. Sin embargo, en la comunidad no había constancia de ese registro, mientras que la búsqueda en los archivos también fue infructuosa. Más tarde, la entrega de huasipungos en 1965 y la posterior parcelación de la hacienda irán conduciendo los relatos.
Durante la Reforma Agraria de 1964, la comunidad debía ser renombrada. Este requisito del proceso le permitirá acceder al registro escrito que, con el tiempo, se convertirá en una constancia de una parte de su historia: la posesión y propiedad de la tierra. Los comuneros mayores afirman que, si bien muchos no creían que era posible que la hacienda se acabara, las comunidades se organizaron para acceder a la tierra. Los requisitos previstos por la Reforma Agraria para la afectación de las tierras de las haciendas imponían también una nueva forma de organización: la cooperativa.
La formación de la cooperativa fue un proceso complejo. Por un lado, es probable que hubiera temores de enfrentamiento con los patrones. Por otro lado, la estrecha relación de las familias indígenas con la hacienda generaba altos niveles de incertidumbre, ante la posibilidad de que el sistema colapsara.
En el recorrido por los diferentes archivos no se pudo localizar la existencia de la comuna, es decir, de su constitución legal. Por ello, seguramente se optó por formar una cooperativa que permitiera acceder a la propiedad de la tierra y a una forma de registro escrito: este es justamente el inicio de la presencia en los archivos. Esta presencia se inicia con la entrega de tierras de la hacienda a la Cooperativa Quilloac y a otras cooperativas colindantes.
La cooperativa significa, por una parte, desmontar la hacienda, por otra, el fin del silencio del archivo sobre la comunidad de Quilloac. Actualmente, persiste la comunidad de Quilloac. Así, la comuna y la cooperativa ceden el paso a la “comunidad” y es esta forma de organización la que ocupa su lugar: son comunidades de indígenas, ni huasipungueros, ni arrimados, solamente indígenas kichwa kañari.
Casa de la comunidad Quilloac. Foto: Alicia Torres
Literacidad y racismo
Los comuneros han acudido a la historia oral: los reiterados testimonios sobre las conflictivas relaciones con la hacienda condujeron nuestra investigación hacia los archivos de la comuna. La insistencia testimonial sobre su presencia durante el tiempo de la hacienda necesitaba de una comprobación gráfica, pero no se encontró ese rastro en los archivos. Sin embargo, se constató la larga historia de constitución de la hacienda, atravesada por conflictos al interior de las redes de parentesco, las herencias y los testamentos. A pesar de su grafismo, esta historia aún deja varias lagunas cronológicas.
Los testimonios también dan cuenta de las luchas que emprendieron los indígenas para acceder a la tierra. En los testimonios, se utilizaron varias formas para referirse a la comuna; entre ellos, el de comunidad fue el más utilizado para describir el modo de organización y relatar su propia historia. Estas distintas formas de nombrar hacen referencia a una misma entidad social, política y económica. Es necesario destacar que una nomenclatura heterogénea no es gratuita, sino que tiene que ver con las características de la relación que esa comunidad empezó a tener con el Estado en un momento determinado.
El vínculo entre comunidad indígena y Estado impone una forma de denominación como requisito para acceder a la propiedad de la tierra. Esta imposición supone el acceso al grafismo: el papel del Estado deja constancia y garantiza la propiedad indígena de la tierra. Al mismo tiempo, la cooperativa es resignificada para ser renombrada como “comunidad de Quilloac”. De este modo, la comunidad comenzó su constitución gracias al papel del Estado y, posteriormente, acudirá de manera reiterada al papel escrito y a la historia oral.
Durante algunos años, una de las reivindicaciones más disputadas por el movimiento indígena ecuatoriano fue el acceso a educación bilingüe. Esta conquista se obtuvo en 1988. Fue justamente en Quilloac donde se fundó el primer Instituto Intercultural Bilingüe del Ecuador. Allí se debatió la posición del movimiento indígena frente a las disposiciones gubernamentales para eliminar los institutos de educación bilingüe. La única universidad indígena del Ecuador, Amawtay Wasi, fue clausurada por el gobierno de Rafael Correa, el 7 de noviembre de 2013 bajo el argumento de la baja calidad de la educación impartida.
Resulta paradójico. Las comunidades indias acudieron al papel del Estado y al papel escrito para su constitución (luego resignificada gracias a la oralidad) y para insertar su historia en los archivos. Sin embargo, ahora ese mismo Estado arrincona su bilingüismo. ¿Será posible que estas comunidades aún puedan disputar un lugar en los archivos, en la historia, ya sea desde la oralidad o desde la escritura?
Alicia Torres es Profesora Titular de FLACSO – Sede Ecuador, en el Departamento de Antropología, Historia y Humanidades. Actualmente es la responsable de la Maestría de Historia y trabaja sobre las relaciones de género en la época colonial en la Real Audiencia de Quito, particularmente, en la región andina. Ha trabajado sobre movimiento indígena, organización indígena y migración indígena transnacional de los pueblos Kañari y Otavalo
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Fotografía: IWGIA