Por: Maxim Edwards. Global Voices. 17/10/2019
Es marzo del año 2000, y el presidente interino Vladimir Putin y sus colegas observan el resultado de las elecciones presidenciales. El público ruso aún no sabe mucho acerca de Putin, el presidente interino, solo que es el sucesor elegido del frágil Boris Yeltsin. Mientras se anuncia el resultado final, Yeltsin bebe champaña con su familia. El camarógrafo le pregunta por qué no ha contactado a Putin para felicitar al nuevo presidente. Cuando Yeltsin decide hacerlo, Putin no contesta la llamada –y nunca le devuelve la llamada a su predecesor.
Con estas sorprendentes escenas inicia la película “Los testigos de Putin” de Vitaly Mansky que se estrenó en 2018. El documental basado en hechos reales, que obtuvo el premio al mejor documental en el Festival Internacional de Cine Karlovy Vary en 2018, narra cómo ascendió el presidente ruso al poder hace casi 20 años cuando Boris Yeltsin dimitió al cargo mediante una transmisión de televisión en vivo en la víspera de Año Nuevo de 1999. Mansky, galardonado director y cineasta documental, es idealmente la persona indicada para relatar esta historia: fue el camarógrafo de esa tarde importante. Por varios años, gozó de acceso sin precedentes a la élite política de Rusia por su trabajo como productor de películas para la televisión estatal.
Es un papel del cual aparentemente se arrepiente ahora; “Los testigos de Putin” es su manera de lidiar con esa carga.
Estos fragmentos nunca antes vistos que provienen del archivo de Mansky brindan una percepción importante del hombre que procedió a dominar la política rusa durante dos décadas. En una conversación informal, Putin reprende a Mansky por no comprender su decisión de devolver al himno nacional de Rusia su antigua melodía soviética. El nuevo himno restaurará la confianza al Estado en una sociedad que aún siente nostalgia por la estabilidad del periodo soviético antiguo, argumenta Putin, por consiguiente es la mejor acción para el estado, independientemente de lo que sientan los ciudadanos. A altas horas de la noche durante el desfile de vehículos presidencial, el presidente después reflexiona sobre las restricciones de la democracia electoral, aunque asegura ante la cámara de Mansky que no tiene ninguna “ambición monárquica”
Cuando esas ambiciones se hicieron evidentes, Mansky decidió marcharse de Rusia y vive en Riga, la capital letona, desde 2014. Sus películas son numerosas e importantes, y no son bien recibidas por las autoridades rusas. Por ejemplo, prohibieron en varios cines de Moscú la proyección de “Bajo el Sol”, documental de 2015 sobre la propaganda en Corea del Norte.
Hablé con Mansky al finalizar la proyección de su película en la tercera edición del Festival de Cine de Ucrania oriental en Kharkiv. El aclamado director contó lo que significa ser un testigo del ascenso de Putin, y si espera presenciar su caída.
Maxim Edwards (ME): ¿Cómo decidiste realizar una película con este tema? ¿Hubo algún momento en particular que te inspiró a hacerlo?
Vitaly Mansky (VM): “El momento en que decidí regresar al pasado fue cuando Putin regresó a ocupar el cargo de presidente tras el corto gobierno de [Dmitry] Medvedev. Yo, al igual que muchos compatriotas, me sentí ofendido profundamente por cómo anunciaron esto. Básicamente, las autoridades dijeron que nuestra opinión no les interesaba en absoluto. Que ellos tenían sus propios proyectos en los que desempeñábamos papeles de figurantes, incluso mientras cumplieron formalmente los procedimientos electorales. Lo realizaron de manera tan descarada y sin ninguna onza de vergüenza. Y comencé a recordar de dónde provino [Putin], cómo era y cómo lo colocaron en ese cargo en primer lugar. Recordé en dónde se había cometido la equivocación, que en ese momento se materializó de esta manera, por consiguiente, sentí que los materiales que ya tenía me permitirían relatar esa historia. No es una historia única, sabemos cómo sucedió todo esto, pero saber es una cosa y verlo es otra.”
ME: ¿Cómo terminaste teniendo un increíble nivel de acceso a Putin, para empezar?
VM: Se debe reconocer que en ese entonces era básicamente un país diferente, con legislación y normativa distinta. Y en ese país tuve más probabilidades de tener acceso a él que en la Rusia actual. Me parece que, como siempre, el acceso depende de las circunstancias profesionales, quién realiza qué y cómo. Probablemente, a él no lo habían entrevistado autores de documentales, pero sí periodistas con tareas, objetivos y niveles de independencia bastante diferentes. Incluso si un periodista tiene la oportunidad de acercarse al líder, aún depende de alguna publicación y sus jefes, y eso ejerce presión sobre él. En ese entonces, yo era un director autónomo que no dependía del Estado, él era simplemente uno de los personajes en mi película, no un líder nacional inaccesible.
ME: Cierto, y si no me equivoco, en esa época también trabajaste estrechamente con el equipo de Putin. ¿Te arrepientes de eso ahora?
VM: Por supuesto, me arrepiento que quizá no reconocí completamente el peligro de lo que estaba sucediendo. Eso no quiere decir que pueda decir ahora cómo debí haber actuado en ese entonces. Pero el hecho que yo formé parte de ese equipo es en cierto grado mi responsabilidad, y esa responsabilidad no va a desaparecer. Aunque nadie me acusa de nada, sigo siendo responsable. Es una situación muy seria.
ME: ¿Por qué elegiste el título “Los testigos de Putin”? La palabra “testigo” puede insinuar el haber presenciado un delito, una infracción a la ley, no simplemente un suceso histórico. ¿”Los testigos de Putin” se refiere a las personas que presenciaron de cerca su ascenso al poder o a cada ciudadano que lo vio en silencio pero que no hizo nada para impedirlo?
VM: Sí, un testigo en la sala de un tribunal, un testigo de la defensa, del demandante. Creo que Putin tiene varios círculos de testigos. Existe un círculo de los más allegados, un círculo medio. Me atrevería a decir que los testigos son los cómplices y todos los que fueron adultos en la época que Putin ascendió al poder y, en términos relativos, tuvieron el derecho a expresarse. Incluso en la sociedad totalitaria de la era soviética, [las personas hablaron]. Cuando emplearon fuerza contra Checoslovaquia en 1968, ocho personas acudieron a la Plaza Roja [de Moscú] y expresaron su desacuerdo con las políticas del Kremlin. Pero cuando [Boris] Yeltsin canceló básicamente las elecciones y nombró un presidente, nadie se opuso a su decisión, ni una sola persona. Por lo tanto, todos fuimos testigos y cómplices. La dinastía Romanov obtuvo prestigio durante el régimen de Boris Godunov. En la obra clásica de Pushkin que trata sobre Godunov se describe el proceso por medio del cual las dinastías y los gobernantes cambian. La última oración de Pushkin en esa obra dice: “las personas callan”. Así como las personas guardaron silencio, lo mismo sucede en la actualidad. Y mientras las personas permanezcan en silencio, Rusia puede realizar lo que le plazca.
ME: Para mí, uno de los momentos más extraordinarios en tu película fue la conversación breve que sostuviste con Putin sobre el nuevo himno nacional de Rusia. De sus palabras, ¿qué pudiste notar de su cosmovisión y su percepción de la relación entre el estado y los ciudadanos?
VM: Me dieron un entendimiento clave de la psicología de Putin, como estadista motivado por grandes ambiciones de poder. Con esa conversación, declaró de manera concisa su credo político. En primer lugar: es necesario formar una mayoría conservadora para consolidar tu poder político. Segundo: en el proceso de consolidación del poder político, es posible revertir la historia. Es decir, alejarse de las políticas que fueron definidas después de la Segunda Guerra Mundial, cuando todo político honesto se esforzó para avanzar. En esa oportunidad, Putin declaró que está preparado para retroceder a fin de garantizar su propio poder. Hasta ese momento, y hasta el estricto gobierno de Putin, ningún gobernante de ningún estado importante había contemplado esta idea. Esto simplemente sobrepasó los límites de la ética política. Y después del cambio radical de Putin y de introducir el populismo aplicado en la política, una ola de populismo arrasó en todo el mundo. Me parece que Trump surgió parcialmente gracias a Putin. Porque ningún político estadounidense habría decidido tomar semejante acción radical a menos que hubiese sido probado primero en la política de otros países.
ME: Me parece que, en el transcurso de las últimas dos décadas, Putin prácticamente ha dejado de ser una persona ordinaria, un político, para convertirse en una especie de efigie del Estado en la conciencia pública rusa. Y como dice el refrán, el poder cambia y corrompe a todo aquel que lo ostenta. ¿De qué manera crees que Putin, el hombre y el político, ha cambiado en los últimos 20 años?
VM: Sí, la filosofía de estado sostiene que Putin es Rusia y Rusia es Putin. En lo que a él respecta, no es un accidente que los estados democráticos instituyan restricciones sobre cuanto tiempo puede permanecer un gobernante en el poder. De ese modo, la sociedad puede protegerse de sus gobernantes e impedir que el gobernante se destruya de manera irreversible. El poder, cualquier tipo de poder, destruye evidentemente a la persona que lo ostenta. En particular el sistema de gobierno bizantino en Rusia, que desde un inicio instala al gobernante en una forma de existencia fundamentalmente diferente. Pocas personas han podido mantener la cordura bajo esas circunstancias. La historia de Rusia da fe de esto; quizá la única excepción es [Mikhail] Gorbachev, quien no logró resistir hasta el último momento y, en cualquier caso, gobernó por solo un periodo breve.
ME: ¿Qué crees que Putin preferiría personalmente? ¿Permanecer en la presidencia o ocupar un cargo nuevo?
VM: Muy poco depende de sus deseos. Creó un sistema que no le permite ninguna otra opción más que continuar reteniendo personalmente el poder. Es la única manera en que puede garantizar su seguridad propia.
ME: Una generación completa en Rusia de la actualidad creció sin conocer a otro presidente más que a Putin, e incluyo en esa misma evaluación el breve gobierno de Medvedev. ¿De qué manera se refleja esto en la atmósfera política en el país actualmente? Hemos observado en semanas recientes que los jóvenes rusos aún están dispuestos a luchar en las calles para defender los derechos electorales formales. Pero ¿no existe también el riesgo de que la prolongación de este sistema conlleve a la apatía y a la indiferencia?
VM: Su sistema, aunque demuestra control, generará tensiones altamente cargadas [en la sociedad] que estallarán. Pero serán fragmentadas, puesto que el sistema de represión es tan fuerte que durante el régimen de Putin es poco probable que surja alguna estructura [opositora] funcional. Será como los incendios forestales: un momento aquí, al siguiente por allá. Esa es la razón por la que no vale la pena esperar a que el sistema muestre una señal de debilitamiento. Pero, sin duda, habrá algunas explosiones, algunos destellos de activismo cívico. Aunque, los reprimen con semejante crueldad; no es un accidente que alguien pueda terminar en la cárcel por lanzar un vaso de papel. Las autoridades desean enviar una señal clara: nadie debe atreverse a enfrentarnos, nadie debería atreverse a expresar su voz y ser escuchado. Nosotros somos los jefes aquí, y somos eternos.
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Fotografía: Global voices