Jorge Salazar García. 20/06/22
Existen tantas razones para desear la propia muerte como maneras de quitarse la vida. Pero realmente ¿qué lleva a las personas a tomar esa decisión? Aunque las causas del suicidio son múltiples, lo común es que impliquen una pérdida irreparable o un problema considerado irresoluble; en ambas, la vida del sujeto (invadido por el miedo y la impotencia para enfrentarla) se vacía de sentido existencial. Tal decisión puede ser tomada en momentos de profunda depresión, enojo y paradójicamente por miedo a la muerte. Si el miedo y la frustración existencial predominan en el sujeto, su orientación necrofílica le conducirá a la autodestrucción. Los sujetos con esta tendencia creen que la existencia debe centrarse en el combate a la muerte y al envejecimiento por considerarlos castigos redimibles. La orientación contraria que asume esos dos procesos como naturales, controlable y parte de la existencia, se le llama biófila.
Ernest Becker ofrece en su libro “La negación de la Muerte” (1973), algunas reflexiones interesantes. Rechaza que el temor a la muerte sea innato pero reconoce que nacemos con un instinto de sobrevivencia que la implica. Afirma que la muerte comienza a hacerse consciente entre los 3 y 9 años de edad. Pero que la intensidad de su presencia depende esencialmente de la cosmovisión asimilada dentro del núcleo familiar. Si el niño, agrega, es conducido con afecto mostrándole que la muerte es un proceso natural, se le dota de elementos para hacer soportable y hasta agradable la existencia. Si al contrario, se le aísla, reprime y alimentan sus miedos la persona puede ser inhabilitada para desarrollar un sentido de vida creativo y pleno. En los casos extremos la angustia existencial puede conducirle hacia el suicidio.
Debe enfatizarse que la falta de control de nuestros miedos nos hace vulnerables a la manipulación y fáciles presas de la mercadotecnia. Con las técnicas de persuasión, se nos impone un castigo parecido al de Sísifo, quién por desobedecer a los dioses fue condenado a subir una pesada piedra por la ladera de una montaña empinada. Y cuando estuviera a punto de llegar a la cima, la gran roca caería hacia el valle, para que él nuevamente volviera a subirla. En nuestro caso, desobedecemos la Naturaleza y al sentido común en el intento de lograr juventud y vida eterna. Con cada fracaso la persona regresa al punto de partida, pero ya con el sentido de vida más corrompido hasta que lo pierde. A los afectados graves les es tan doloroso vivir que prefieren suicidarse.
Debido a que desde los medios masivos se fomenta una cultura que niega la muerte y considera el envejecimiento evitable, la frustración y angustia existencial se están generalizando, sobre todo en los jóvenes. Esto, no es fortuito. El premio Pulitzer, Ernest Becker (1924-1974) dice que “la negación de la muerte es algo que crea la sociedad; y al mismo tiempo, utiliza contra la persona para mantenerla sometida”. Fue este autor quien visualizó el primer momento clave de la implantación de esa visión necrófila. Lo ubicó en 1945, año de despegue del nuevo orden mundial. Otro momento crucial sucedió en 1989 al crearse el consenso de Washington.
Los resultados están a la vista: las fortunas crecen igual que la tasa de suicidios. Veamos algunos datos sobre este fenómeno, extraídos del resumen ejecutivo elaborado por la OMS (2013-2020). En este se reconocen como factores de riesgo de suicidio el estrés, la guerra, la aculturación, la imitación, etcétera. Para prevenirlo propone reducir la accesibilidad de los medios (drogas, armas, venenos, fármacos), considerar este fenómeno como un problemas público de salud mental, divulgar información “responsable”, entre otras medidas paliativas que están resultando poco eficaces.
Durante las dos décadas de este siglo XXI los suicidios aumentaron 35% respecto al siglo pasado. En 1972 el Consejo Americano de Educación reportó que el 74% de universitarios consideraban vacía de sentido su vida. Al investigar a los suicidas fallidos se determinó que al 83% de ellos les invadía ese vacío, a pesar de no tener problemas económicos ni familiares, graves. Otro dato de la misma época, proveniente del Instituto Nacional de Salud Mental, registra que el 78% de estudiantes de 48 colegios ansiaban descubrir un sentido a sus existencias.
La situación es alarmante, mientras en E.U.A. el suicidio es la décima causa de muerte, en el mundo es la sexta entre los jóvenes. En México, la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición, indica que hubo en 2020, entre las edades de 10 a 19 años, 1.3 millones de personas que intentaron suicidarse de las cuales alrededor de 8 mil personas lo lograron. Según la OMS, las muertes globales auto infligidas son superiores a las causadas por las guerras y los homicidios, ¡juntos!
Fuera de las frías estadísticas, lo más importante es indagar cómo podría fomentarse o recuperarse el sentido existencial desde la familia y la escuela. Abonaría mucho proteger a los niños de la influencia perniciosa de los medios digitales, al mismo tiempo que exigir revisar, y en su caso reformar, los programas educativos (escuchando a padres y maestros) para incluir contenidos orientados hacia la vida no hacia la necrofílica competencia que hoy permea la curricula escolar.
Tal vez piense que esta problemática no le incumbe; sin embargo, su vida, podría enriquecerse preocupándose por los demás y su entorno. No lo digo yo, lo dice el creador de la Logoterapia, Viktor Frankl, cuando afirma que la voluntad de sentido para vivir se nutre de emociones positivas como la empatía hacia los otros.
Le dejo el número 800-911-200 (Línea de Vida) que brinda ayuda sobre el tema aquí tratado.