Por: Ehécatl Lázaro. 29/07/2021
El ascenso económico de China se ha convertido en una preocupación de la clase política estadounidense y de sus centros académicos. ¿Qué hacer con China? Para algunos, bastan políticas lo suficientemente agresivas para frenar al país asiático y mantener la superioridad norteamericana: guerra comercial, tecnológica, mediática y militar están entre sus opciones. Por otro lado, hay académicos que analizan la correlación de fuerzas entre China y Estados Unidos aparentemente con mayor objetividad; entre estos se encuentra John Ikenberry, prestigiado politólogo de la Universidad de Princeton. Para Ikenberry el principal problema que enfrenta EE. UU. no es cómo mantener su hegemonía (la cual, afirma, se acerca irremediablemente a su fin), sino cómo preservar el orden internacional liberal cuando China haya desplazado a EE. UU. como potencia hegemónica[1].
De acuerdo con Ikenberry, la hegemonía de China significaría el fin del orden internacional liberal cimentado por las potencias occidentales en el siglo XIX y que hoy sigue vigente. Según el politólogo, el orden internacional liberal se puede entender de dos maneras: 1) Como un marco mundial que permite el florecimiento de la democracia; y 2) Como un conjunto de tres principios: a) El comercio y el intercambio son benéficos para todas las sociedades, b) La interdependencia económica es mejor si los Estados cooperan entre sí, y c) Las reglas e instituciones pueden facilitar la cooperación internacional. Este orden internacional logró mantenerse después de que Reino Unido perdió la hegemonía mundial gracias a que Estados Unidos, la nueva potencia hegemónica, era también una democracia liberal. Pero esta vez el orden internacional liberal se encuentra amenazado, pues China se encamina a alcanzar la hegemonía y su sistema político no es una democracia liberal.
La tesis de Ikenberry parece consistente; sin embargo, no resiste con solidez el contraste con la realidad. Si se revisan los tres principios del orden internacional liberal definidos por él, es claro que China no está tratando de subvertirlos. En lo comercial, Xi Jinping se ha convertido en uno de los principales defensores del libre mercado y busca alcanzar pactos comerciales cada vez más ambiciosos. Sobre la cooperación internacional, el desempeño de China durante la pandemia para apoyar a la OMS en la investigación sobre el origen del virus y el apoyo brindado a otros países con material médico y profesionales de la salud, son pruebas de una cooperación internacional mucho más sustantiva que la practicada por Estados Unidos. En lo referente al respeto a la institucionalidad existente, China participa en todos los niveles de la ONU e incluso ha ratificado más tratados de Derechos Humanos que los Estados Unidos.
Sin embargo, queda en pie el argumento de que China no es una democracia liberal, lo cual es cierto. Pero basta revisar la actuación de las democracias liberales en el orden internacional para esclarecer quiénes son la verdadera amenaza. No es China quien tiene bases militares en los cinco continentes, quien ha invadido países como Irak, Siria o Afganistán, ni son los chinos quienes han impulsado golpes de Estado para asegurarse el monopolio de los mercados o para instalar gobiernos supeditados a sus intereses. En los últimos 30 años, este rol lo ha desempeñado primordialmente Estados Unidos y antes que ellos Inglaterra y Francia. En los últimos dos siglos los principales agresores contra el orden internacional liberal han sido precisamente las democracias liberales que, supuestamente, son las únicas que pueden garantizar su estabilidad.
Ante el fin de la hegemonía estadounidense, Ikenberey propone conformar una coalición de democracias liberales que le haga frente a China en aras de preservar el orden internacional vigente. En el fondo, Ikenberry, los think tanks proimperialistas y la clase política estadounidense no temen el fin de un sistema que “permite el florecimiento de la democracia”; sencillamente se niegan a aceptar la pérdida de la hegemonía yanqui y llaman a las potencias occidentales a cerrar filas para el combate. China no es una potencia revisionista. No plantea destruir el orden internacional liberal y en su lugar construir otro orden marcado por el totalitarismo. Lo que sí promueve es que la institucionalidad internacional refleje mejor la diversidad social y cultural del mundo y no solo la occidental. No busca exterminar la democracia liberal. Busca ser incluida en términos de igualdad y respeto en un orden mundial diseñado por británicos y estadounidenses en el que China fue integrada de forma subordinada, sin atender a su soberanía y a su libre autodeterminación. China no combate a la democracia liberal en el plano mundial; quiere un orden internacional más plural en el que los Estados históricamente no hegemónicos reciban un trato más igualitario.
Ehécatl Lázaro es licenciado en Estudios Latinoamericanos por la UNAM e investigador del Centro Mexicano de Estudios Económicos y Sociales.
[1] John Ikenberry, “¿El fin del orden internacional de la posguerra?” (conferencia, El Colegio Nacional, 19 de marzo de 2021).
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Fotografía: Cemees