Por: Guadi Calvo. Rebelión. 26/07/2017
La Misión de Asistencia de las Naciones Unidas en Afganistán (UNAMA) informó que desde el 1 de enero al 30 de junio, la violencia terrorista, provocó 1662 muertes de civiles, un 2% más respecto al mismo período de 2016.
No es casual que el mayor número de muertos y heridos se hayan producido en las provincias de Nangarhar y Helmand, ambas fronterizas con Pakistán y donde la actividad tanto del Talibán como de otros grupos armados integristas como la red Haqqani, Lashkar-e-Tayyiba (LeT), Jaish-e-Mohammed (JEM) y Lashkar-e-Jhangvi, de una u otra manera vinculados al Talibán afgano o al grupo Khorasan, vinculados al Daesh y en abierta guerra entre ellos.
Desde siempre, no solo terroristas, sino bandas de contrabandistas y carteles de la droga, han utilizado la intrincada geografía que atraviesa la Línea Durand, (la frontera entre Pakistán y Afganistán), como verdaderos santuarios para su protección.
Era solo cuestión de tiempo para que el terrorismo le doble el brazo a Kabul, capital de un país prácticamente fallido y escenario de guerra e inestabilidad política y armada, que desde hace más de cuarenta años ha horadado a su sociedad y su economía hasta los cimientos. Incrementado además la pugna entre sus más de 50 etnias y tribus, siempre dispuestas a una nueva guerra.
Esa realidad ha congelado la inversión extranjera y convertido al país en estado mendicante que vive de las contribuciones internacionales, lo que impide más allá, si existiera la “buena voluntad”, recomponer la economía. Es fundamental que Kabul venza al terrorismo.
A casi dieciséis años de la invasión norteamericana, prácticamente el 60 % del territorio afgano está bajo el control de diferentes grupos armados. Convertido nuevamente el Talibán, un fantasma ubicuo y omnisciente, que puede golpear, prácticamente a su antojo, en cualquier sitio.
Para que este estado de situación haya alcanzado el punto crítico que está obligando al gobierno de Donald Trump a replantear su estrategia respecto a Afganistán y que la posibilidad de una nueva intervención militar a gran escala, ya no sea una contingencia remota, sino una alternativa casi inmediata, ha jugado un elemento clave, fundamental e histórico: Pakistán.
Prácticamente desde que Pakistán logró separarse de India en 1947, ha entendido que su existencia dependía de la construcción de unas fuerzas armadas y de seguridad que no solo pudieran contrarrestar las pretensiones de Nueva Delhi en Cachemira y el resto de sus 2.900 kilómetros de frontera con India, sino también evitado cualquier tipo de alianza entre Afganistán e India.
En 1948, Pakistán tras el fracaso de la primera guerra, de las tres que mantendría con India, por la provincia de Cachemira, entendió como clave la creación de un servicio de inteligencia militar adecuado a los desafíos por venir. En ese mismo año se funda la Dirección de Inteligencia Inter-Servicios de Pakistán (ISI) hoy uno de los poderosos servicios de inteligencia del mundo, cuya función es coordinar las distintas oficinas de inteligencia de las tres fuerzas armadas y la policía pakistaní.
Si bien particularmente el ejército, a lo largo de su historia, se convirtió en un estado dentro del Estado por una capacidad financiera y estratégica que le han permitido gobernar el país más de la mitad de sus 69 años de historia independiente. Mientras que el ISI, se ha convertido en lo que el intelectual canadiense Peter Dale Scott llama Depp Politics o Estado Profundo, una red de funcionarios públicos que opera secretamente, más allá de sus jefes naturales.
El Servicio Inter Fuerzas pakistaní ha controlado históricamente la actividad política y militar del país, desde para dar una simple paliza a un estudiante, pasando por secuestros, torturas y ejecuciones extrajudiciales, hasta conseguir componentes para la fabricación de armas nucleares. Pakistán cuenta con armamento nuclear desde 1998, tras haber fundado su programa de investigación en 1972.
Entre una “simple” paliza a la concreción de ojivas nucleares, el ISI ha actuado y lo sigue haciendo en todo. Alcanzado su punto el mayor exposición en la larga guerra entre las fuerzas muyahidines afganas, armadas y entrenadas por Estados Unidos y financiadas por Arabia Saudita contra la Unión Soviética (1978-1992), convirtiendo a Pakistán en un portaaviones norteamericano anclado en pleno macizo de Hindú Kush.
En Pakistán los muyahidines afganos, junto a combatientes provenientes de una decena de países particularmente musulmanes como Arabia Saudita, Chechenia o Tayikistán y otros tan lejanos como Filipinas o Túnez, y muchos pakistaníes salidos de las madrassas financiadas por Arabia Saudita, conformaron el núcleo que se esparciera para la creación de otros muchas organizaciones similares a lo largo del mundo islámico.
Al abrigo del ISI y el ejército pakistaní, los muyahidines, no solo se entrenaron, sino que se les permitiría utilizar la frontera como cuarteles de invierno, donde no solo encontrarían refugio, recurso y asistencia sanitaría. En esos largos años de contacto, entre los muyahidines y el ISI se estrecharon fuertes vínculos que no cambiaron cuándo aquellos combatientes, en octubre de 1994, a las órdenes del Mullah Omar, se convirtieran en el movimiento Talibán.
El ISI ha utilizado al terrorismo afgano en varias incursiones contra India en Cachemira e incluso existen fortísimos indicios para considera que los ataques a Mumbai en 2008, que dejaron más de 170 muertos, haya sido una operación conjunta entre muyahidines vinculados al Talibán y al-Qaeda y la inteligencia pakistaní.
Una relación, por lo menos, tortuosa.
Washington permitió las relaciones entre el ISI y el Talibán, hasta que se conoció, por lo menos públicamente, que un viejo amigo en común Osama bin Laden, estaba implicado hasta las pestañas en los ataques a las World Trade Center .
El final de la cacería de Bin Laden y su muerte (?) tras diez años de búsqueda se produjo en la madrugada del 2 de mayo de 2011, en Waziristán Haveli , de la ciudad de Abbottabad, poco más de tres kilómetros de la Academia Militar de Pakistán , en Bilal Town y 70 de Islamabad, sin haber informado a ninguna autoridad política del país, ni a los general Ashfaq Parvez Kayani, jefe del estado mayor del ejército y al general Ahmed Shuja Pasha, director general del ISI.
Según algunas fuentes, concluyen que el ISI estaba al tanto de la presencia de Osama Bin Laden en el país e incluso existe la información de que fue el mismo ISI quien había ordenado Amer Aziz, un médico y mayor del ejército paquistaní que atendiera a bin Laden, quien se encontraba enfermo a pesar de ser el hombre más buscado del mundo y por cuya cabeza se ofrecían 25 millones de dólares.
Aquella madrugada de mayo, no ha sido la única violación de la soberanía pakistaní por parte de los Estados Unidos, el 3 de septiembre de 2008, dos helicópteros de las fuerzas especiales estadounidenses presumiblemente las Task Force 88, en búsqueda de miembros de al-Qaeda y Talibán, ingresaron a territorio Pakistaní y aterrizaron en el pueblo de Musa Nikow, en Angorada, Waziristán del Sur, donde asesinaron a más de 20 civiles. Este es un ejemplo emblemático pero no el único “incidente” similar que han involucrado a fuerzas estadounidenses asesinando civiles en Pakistán, la cifra supera las dos mil muertes y en su mayoría fueron realizadas desde drones en abierta violación de la frontera de Pakistán.
Desde su implicación con grupos integristas, Pakistán ha sufrido incontables acciones terroristas que le han provocado miles de muertos. Tomando como punto de partida el ataque al Hotel Marriot de Islamabad, en septiembre de 2008, que causó la muerte de 53 e hirió a otras 266, y cuya autoría se adjudicó el movimiento Tehrik-e-Talibán Pakistán , los atentados contra objetivos militares y miembros de la minoría chií se han multiplicado de manera exponencial haciendo imposible calcular una cifra exacta que sin duda excede las tres mil víctima mortales. Hechos que sin duda beneficia a los sectores más nacionalistas del ejército.
El ISI también tiene a cargo la vigilancia de los diferentes grupos separatistas de la provincia de Beluchistán, en muchos casos financiados por India, y el control de las Zonas Tribales, santuario de las bandas terroristas.
A esta monumental actividad, oficialmente, hay que agregarle la vigilancia de los carteles del opio que desde Afganistán trasportan su mercadería o bien hacia Irán o el Puerto de Karachi sobre el mar Arábigo, próximo al estrecho de Ormuz, cuyos embarques abastecen a Europa y Estados Unidos y por la efectividad de los transporte y los miles de millones de dólares en juego la inteligencia pakistaní colabora con dichos carteles.
Por el temor a India la estrategia de Pakistán, articulada por el ISI, para Afganistán es mantener a ese país en permanente estado de zozobra para evitar que alguna vez se conforme un gobierno lo suficientemente fuerte para que pudiera trazar algún tipo de alianza con India y desequilibrar las fuerzas en la región.
Mientras que Estados Unidos había encontrado en Pakistán un socio con flancos muy débiles para poder presionarlo cuando fuera necesario, el doble juego de pakistaní, respecto a su alianza con Washington y las bandas terroristas al mismo tiempo, es lo que ha obligado a los Estados Unidos a replantearse sus políticas respecto a Islamabad, hacían donde fluyeron una cifra cercana a los 30 mil millones de dólares durante los últimos 20 años.
Estados Unidos está intentado desenmascarar al sector del ISI que pueda jugar tanto con los terroristas como con los carteles del opio y de alguna manera iniciar un proceso de estabilización en Afganistán, convertido en un pozo sin fin a la hora de consumir los recursos norteamericanos.
Estados Unidos debe jugar rápido y bien en esta nueva ecuación de Asía Central, ya que también han empezado a jugar y muy fuerte China y Rusia, sin olvidar que Irán, como potencia regional, y cuestiones geográficas, históricas y religiosas, también tiene mucho para decir en ese juego, por lo que no sería descabellado pensar que a los Estados Unidos podrían arrebatarle su posición dominante en una región que como afirma la teoría del Heartland o de la región Cardial, del geógrafo ingles Halford John Mackinder: “Q uien la domina, tiene muchas posibilidades de dominar el mundo”.
Fotografía: Resumen Latinoamericano