Por: Victor Ortega. 11/01/2025.
El ciclo de crítica revueltiana fue uno entre otros ciclos. El Partido Comunista Mexicano (PCM), como todos los partidos comunistas en el mundo, vivió una autocrítica en la matriz de sus estructuras formales, movilizada por fuerzas sociales internacionales.
Mario Héctor Rivera Ortiz (1927-2023) ingresó en 1947 a la juventud comunista (en toda la bibliografía sobre comunismo en México, sea la oficial o la maldita, se ofrecen datos contradictorios sobre este organismo juvenil desde los años 20’s; en la Historia del comunismo en México (1983) de Arnoldo Martínez Verdugo, la Juventud Comunista de México se funda hasta 1957), de la que fue secretario general. En 1952 es encarcelado bajo el cargo de disolución social; al salir de prisión, se integra al Comité Central del PCM.
Rivera Ortiz dejó por escrito el episodio de lucha por el que pasó casi dos años en prisión en su libro de 1997, Columnas contra cordones —hoy en día, de difícil acceso—.
Por su parte, Guillermo Rousset Banda (1926-1996) ingresa en el PCM como cuadro profesional en 1956, sin ninguna militancia política previa; mientras que David Alfaro Siqueiros (1896-1974) había participado en el PCM desde 1924, cuando pone El Machete al servicio del partido, junto con otros artistas de vanguardia.
Estos tres hombres comandaron otros ciclos de crítica al interior del PCM hasta su expulsión en 1962.
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José Revueltas y la Célula Carlos Marx se escinden del PCM un mes antes del XIII Congreso Nacional Ordinario de mayo de 1960, con lo que cierra dicho ciclo crítico. Los otros ciclos críticos sí permanecieron durante el XIII Congreso.
Rivera Ortiz, en su El fracaso de la Revolución Democrática de Liberación Nacional (2000) comenta:
“El XIII Congreso tuvo lugar en la Ciudad de México, del 27 al 31 de mayo de 1960, y su actividad se limitó a resolver conflictos internos, algunos de ellos que databan desde 1940. El congreso acordó con tal finalidad el relevo parcial de la dirección nacional y el reingreso [maniobras diversionistas, para Revueltas] de un grupo importante de miembros del Partido Obrero Campesino Mexicano (POCM), que incluía a Valentín Campa.”
El Comité Central se renovó en un 70% y sólo ocho de los 25 miembros de la dirección anterior permanecieron en sus puestos, los restantes fueron destituidos por “su seria responsabilidad en la situación del partido y los errores que cometieron durante su actuación”. Todo esto a pesar de que Dionisio Encina y otros dirigentes destituidos enviaron oportunamente cartas de autocrítica desde la cárcel.
Así mismo el Congreso rehabilitó políticamente al fallecido Hernán Laborde, expulsado del PCM en 1940, y también, ratificó la expulsión de José Revueltas y la de otros 12 miembros de la Célula Carlos Marx. El cargo de secretario general del partido fue suprimido para dejar abierta la puerta a una dirección colectiva.
Se dijo también que durante el proceso de preparación y en el propio congreso, el núcleo de nuevos dirigentes enfrentó y derrotó a dos tendencias políticas perniciosas, la primera estaba integrada por la vieja mayoría del Comité Central que presidía Dionisio Encina y la segunda estaba dirigida por el insigne escritor José Revueltas.
La tendencia encinista se caracterizaba, según afirmaba Arnoldo Martínez Verdugo, por la “pasividad política, la resistencia a la lucha, la confusión y las violaciones a las normas leninistas de la vida interna del partido”, y la segunda, o sea la revueltiana, porque “deformaba el principio del centralismo democrático y desconocía la propia existencia del partido…”, sobre la expulsión de Revueltas y la célula Carlos Marx en su conjunto, se decía: “De la crítica de los errores y las desviaciones reales de la dirección, cayeron paulatinamente en una posición hostil al partido en su conjunto”.
“Concluida la purga de los 13 y depurado el Comité Central de los elementos “atrasados”, la nueva dirección nacional batió palmas y auguró una prolongada era de color rosa para el partido, en el cual los problemas fundamentales de línea y de programa estaban resueltos [el escamoteo persistente tan señalado por Revueltas]. A pesar que el XIII Congreso había dejado pendiente la discusión y la aprobación del programa y la plataforma política. El nuevo grupo dirigente recién ungido quería convencer al partido de que ya no había en el camino grandes problemas teóricos y políticos que esclarecer y trataba de mantenerlo entretenido en tareas administrativas enmarcadas en un plan de trabajo nacional que aprobó el congreso.”
“vamos a lo más importante ¿En el terreno ideológico y político cuál fue la idea más importante que produjo el XIII Congreso Nacional del PCM?”
Pues bien, paradójicamente, en aquella tesis que puso en duda los más viejos y anquilosados dogmas del movimiento revolucionario, como era la supuesta vigencia de la Revolución Mexicana. Si bien no era una idea original y ni siquiera reciente –ya el politólogo Daniel Cosío Villegas la había expresado en su célebre ensayo: La Crisis de México (1947)-, hablar de la necesidad de una nueva revolución, como lo hizo el XIII Congreso, era, relativamente, una novedad ideológica en el léxico de los comunistas, pues recuérdese que entonces todavía campeaba en la izquierda democrática-revolucionaria la ilusión de reanimar la revolución “traicionada”, “debilitada”, “derrotada”, más no muerta. El XIII Congreso la llamó revolución democrática de liberación nacional.
Sin embargo, hubo contradictoriamente, algunas categorías teóricas que el XIII Congreso no modificó, ya que si hablaba de una nueva revolución debieron haber sido revisados conceptos tales como los relativos al enemigo principal, la contradicción principal y la caracterización del gobierno y, sobre todo, la burguesía nacional.
El Congreso definió como enemigo principal al imperialismo norteamericano, la burguesía “conciliadora” y los terratenientes, pero excluyó de esta categoría a la burguesía nacional; clasificó entre los “agentes del imperialismo” al Partido Acción Nacional, al clero político, al sinarquismo, al abelardismo-alemanismo y a otros sectores de la gran burguesía que se agrupaban en el Frente Cívico de Afirmación Revolucionaria; pero no incluyó al gobierno mexicano; y precisó la contradicción principal como aquella que enfrentaba al pueblo con el imperialismo.
En este tenor, el XIII Congreso creía que en el gobierno participaban, en proporciones desiguales, estratos diferentes de la burguesía mexicana substancialmente antagónicos: la burguesía conciliadora o intermediaria, que era, según eso, la que ejercía la hegemonía del aparato estatal y la burguesía nacional que actuaba en un plano secundario y que cogobernaba con aquella haciendo intentos al interior del gobierno para cambiar su política en un sentido nacionalista. Llegó a afirmar incluso, increíblemente que la burguesía nacional carecía de un partido político, con el fin de justificar cualquier tipo de alianza del PCM con ella.
El Congreso, además, hablaba de contradicciones secundarias entre la burguesía conciliadora y el imperialismo, entre la burguesía nacional y la burguesía conciliadora, entre el presidente López Mateos y sus secretarios “reaccionarios”, etc., pero ya en la práctica política del PCM, según se vio después, este tipo de contradicciones, se convertían, misteriosamente, en las más importantes y las que determinaban su táctica y su estrategia social-reformista frente al gobierno.
Todas estas elucubraciones teóricas, naturalmente desembocaban en la propuesta organizativa fundamental del congreso que no era otra que la formación de un poderoso movimiento de liberación nacional, instrumento clave, se decía, para la realización de la nueva revolución y para llegar al socialismo.
La dirección del PCM no consideraba, ni por un momento, que su idea sobre la estructura de la burguesía pudiera estar equivocada; que su esquema de subdivisiones de esta clase social y sus contradicciones internas fueran pura y simplemente meras especulaciones o al menos fenómenos irrelevantes; que lo que existía en realidad era una sola burguesía, en cuya historia se identificaban etapas cualitativas distintas, de acuerdo con el desarrollo del capitalismo a partir del siglo XIX.
Quiérase o no pues, con semejante resolutivo del XIII Congreso, el partido entró en una nueva fase de errores, confusiones y zigzagueos [continuación del proceso de liquidación para Revueltas], semejantes a los que habían prevalecido durante las etapas labordista y encinista, pese a que, ahora, en 1960, a cada paso se repetía con gran pedantería que el partido estaba en mejores condiciones para dar a las masas una dirección clara.
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Al final del XIII Congreso, Rivera Ortiz era miembro suplente del Comité Central del PCM; Rousset Banda, secretario general del Comité del partido en el D. F., y Alfaro Siqueiros, miembro de la Comisión Política del Comité Central. Desde esas instancias de dirección sostendrían otros ciclos de crítica al interior del PCM durante otros dos años.