Por: Partido Comunista de España (PCE). 23/11/2024
El 1% más rico de la población fue responsable de una cuarta parte de las emisiones de gases de efecto invernadero entre 1990 y 2019. Esta es una cuestión de clase
Hace tiempo que la ciencia ha sido puesta en la mira del fascismo. Los poderes que controlan el discurso buscan acallar aquellas voces que denuncian cómo el sistema capitalista devasta el planeta, nos enferma y pone en jaque cualquier posibilidad de supervivencia colectiva. Se esfuerzan en desacreditar a quienes ofrecen análisis críticos, tratando de reemplazar la verdad con narrativas construidas sobre propaganda y falsedades. Prefieren evocar temas del pasado, como la construcción de las presas en tiempos de Franco, para distraernos de la realidad actual: ignoraron advertencias recientes de la Agencia Estatal de Meteorología y de la Confederación Hidrográfica del Júcar, solo para proteger intereses económicos. Este sistema pone las ganancias de un día laboral por encima de las vidas de quienes integran la clase trabajadora.
Mientras construyen sus discursos sobre el lodo que ahoga a las clases populares —las que siempre pagan el precio de cada crisis— eluden tratar el verdadero problema: el modelo económico capitalista. No buscan cambiar nada; solo generar caos para esquivar sus propias responsabilidades. Aprovechan el sufrimiento de nuestra clase como herramienta política, usándolo para protegerse mutuamente y desviar la culpa hacia quienes alertan de los peligros reales.
Nos instan a hablar de la supuesta imprevisibilidad del clima, esperando que ignoremos las vidas de quienes perdieron la vida trabajando en lugares como Consum o Druni. Pretenden que renunciemos a la evidencia científica, intentando moldear una narrativa que les beneficie. Antes fue Fernando Simón; ahora es la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET). En lugar de cuestionar el sistema que prioriza los beneficios económicos sobre la vida, buscan culpables entre los técnicos que cumplen con su deber.
Este ataque a la ciencia no es un fenómeno aislado. Los movimientos de extrema derecha en España toman lecciones de figuras como Trump, Meloni, Le Pen y otros, construyendo un discurso que promueve el negacionismo científico. Javier Milei, el estridente presidente de Argentina, llega a llamar al cambio climático “otra de las mentiras del socialismo”, a pesar de la abundante evidencia que muestra el impacto devastador del modelo capitalista en el medioambiente: el aumento de la temperatura global, el incremento del nivel del mar, y cambios drásticos en los patrones de lluvia, entre otros efectos.
Hasta ahora, el desarrollo científico ha sido orientado por la rentabilidad. Pero es hora de poner la ciencia al servicio del bienestar humano y de la naturaleza. Sólo así, la producción podrá alinearse con los límites físicos del planeta, en lugar de sobrepasarlos constantemente.
En momentos de tragedia, el dolor y la indignación pueden embargar nuestras emociones. Umberto Eco señaló que uno de los sellos del fascismo es explotar la frustración social, y este contexto parece hecho a la medida: gente sufriendo y muriendo sin que se haga lo necesario. Mientras los días pasan, el agua estancada se vuelve un caldo de bacterias, los cadáveres se descomponen y los riesgos sanitarios se expanden. Sin embargo, en medio del abandono, surgen personas de nuestro pueblo que, sin la formación o la protección adecuada, ponen su cuerpo y esfuerzo al servicio de los demás.
Aquí es donde debemos reconocer la admirable labor que están realizando compañeros y compañeras en el País Valencià, organizando brigadas de voluntarios para brindar ayuda en estos momentos críticos. Como decía Antonio Machado: «En España lo mejor es el pueblo. Siempre ha sido lo mismo. En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva».
Ante la catástrofe, lo que necesitamos es organización, conocimiento especializado y una respuesta bien estructurada. El populismo electoral puede acaparar titulares, pero no salva vidas. Frente a las amenazas que se ciernen sobre nuestra gente, necesitamos estudios, debate y recursos destinados a quienes construyen el país cada día con su esfuerzo. Frente a la barbarie, la ciencia es la respuesta. No queremos “Trumps” recomendando beber lejía en medio de una pandemia ni políticos ignorando alertas meteorológicas para mantener la actividad económica. La ciencia debe estar al servicio de las personas trabajadoras, quienes, con su labor diaria, sostienen esta sociedad.
Lo vemos con claridad: vivimos en un sistema que invierte más en proteger propiedades que en salvar vidas humanas. El cambio climático no es una farsa, sino una realidad que intensifica los fenómenos atmosféricos extremos, aumenta enfermedades y amenaza con nuevas emergencias sanitarias. Este mismo cambio climático cobrará el precio de décadas de desarrollo urbanístico irresponsable, llevado a cabo en zonas de alto riesgo para maximizar los beneficios de unos pocos. La construcción masiva en áreas inundables, a sabiendas de sus riesgos, se ha convertido en una práctica habitual en España. Además, la desertificación de vastas extensiones de terreno, el reemplazo de cultivos autóctonos por otros más rentables y la pérdida de biodiversidad también están desestabilizando el ciclo del agua y afectando la dinámica hídrica del suelo.
Son los científicos y técnicos quienes han advertido durante años sobre las consecuencias de estos actos, pero se les ha ignorado. Porque, en el fondo, la ciencia apunta a la irracionalidad de este modelo de crecimiento desmedido. En nuestro país, 11 científicos enfrentan juicios por actos simbólicos en los que arrojaron agua de remolacha para recordarnos que estamos en una emergencia. Y es fundamental no olvidar que esta emergencia afectará, como siempre, a la clase obrera. El 1% más rico de la población fue responsable de una cuarta parte de las emisiones de gases de efecto invernadero entre 1990 y 2019. Esta es una cuestión de clase.
Parte de la desinformación responde al partidismo y a la defensa de una gestión desastrosa, pero el conflicto de fondo es una confrontación ideológica y de intereses. Los bulos tienen un trasfondo de clase y no representan a las personas trabajadoras. Quieren que ignoremos la evidencia científica porque no es rentable para ellos. Debilitan la confianza en los estudios que señalan las destructivas consecuencias de este sistema, y buscan que sigamos trabajando en condiciones de riesgo, para que sus ganancias continúen.
Estamos inmersos en una batalla ideológica, y la ciencia está en riesgo. Hoy más que nunca, debemos poner el conocimiento científico al servicio de nuestra clase, abrir el debate y sostenernos en argumentos sólidos. El futuro de quienes sostienen este país depende de ello.
(*) Secretaría de Ciencia, Secretaría de Energía y Secretaría de Medioambiente del PCE
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Fotografía: Mundo obrero. Inundaciones cuasadas por la Dana en Catarroja (Valencia), 30 octubre 2024 | Manuel Pérez García; Estefania Monerri Mínguez / CC BY-SA 4.0