Por: Jordi Vaquer. openDemocracy. 17/12/2020
Foto: El Presidente Jair Bolsonaro habla con la prensa en su residencia oficial del Palacio Alvorada en Brasilia, Brasil, el 22 de Mayo 2020 | Andre Borges/NurPhoto/PA Images / All rights reserved
Cada vez hay más dictaduras nacidas a caballo del apoyo electoral popular. El nacional-populismo no amenaza las élites o el statu quo; amenaza los derechos y las libertades.
No queda ya prácticamente ninguna democracia en el mundo donde algún líder o fuerza política de signo nacional-populista no esté disputando el poder e impugnando el régimen democrático existente. Es más, en la última década, el nacional-populismo ha dejado de ser una fuerza de oposición marginal y ha llegado a gobernar, a veces de manera sorprendente, en países de los cinco continentes, algunos tan grandes como Estados Unidos, India o Brasil.
Una vez en el poder, los gobiernos de este signo político desarrollan rápidamente rasgos autoritarios y son un peligro para el respeto de los derechos humanos y las libertades democráticas. Su balance en esta materia demuestra que no se puede homologar estos gobiernos a otras opciones democráticas desde el punto de vista del respeto de los derechos fundamentales.
La tercera oleada autoritaria
El mundo se encuentra inmerso en la llamada Tercera Oleada Autoritaria. Desde el cambio de siglo y, en particular, en los últimos cinco años, cada vez más países van perdiendo características propias de la democracia y se convierten en regímenes híbridos o abiertamente autocráticos. Por primera vez desde 2001, hay más autocracias (92 países, donde vive el 54% de la población mundial) que no democracias, y el 35% de la población mundial vive en países con regímenes cada vez más autoritarios. Los progresos positivos en algunos países, desde Gambia, Etiopía y Sudán hasta Armenia o Malasia, son excepciones en un marco global cada vez menos favorable a la democracia liberal.
La característica principal de este momento político es que el principal vector autoritario son gobiernos salidos de las urnas
Las vías tradicionales por las que se instala un régimen autoritario, como por ejemplo golpes de estado y conflictos civiles, han jugado un papel importante en esta oleada autoritaria, con ejemplos tan relevantes como Egipto o Tailandia. Aun así, la característica principal de este momento político es que el principal vector autoritario son gobiernos electos que, a pesar de su claro desprecio por los mecanismos de control y equilibrio de poderes, obtienen y mantienen el apoyo popular en elecciones competitivas.
Y lo hacen, y esta es la gran novedad, en países con una trayectoria democrática y tradición de pluralismo relativamente consolidadas. Es el caso de los gobiernos liderados por Viktor Orbán en Hungría, Narenda Modi en India, Rodrigo Duterte en las Filipinas, Jair Bolsonaro en el Brasil o Donald Trump en los Estados Unidos.
Los retrocesos en materia de derechos fundamentales no se limitan a los países donde hay gobiernos de signo nacional-populista. Algunos de los peores abusos se producen en situaciones de guerra abierta (como Libia, Yemen o Siria), violencia extendida (como la franja del Sahel o en América Central), o en dictaduras sin disputa electoral (como China).
Así mismo, la práctica totalidad de los países con gobiernos comprometidos con la democracia plural y constitucional, entre ellos los de Europa Occidental, cometen abusos y, en ámbitos como la lucha anti-terrorista o la vigilancia en el ámbito digital, han empeorado sustancialmente.
Aun así, esto no nos tiene que hacer perder de vista que, en los países donde gobiernan líderes nacional-populistas, el deterioro ha sido particularmente rápido y profundo, fruto de estrategias a medio plazo de transformación institucional y de consolidación de nuevas mayorías ideológicas y sociales.
El nacional-populismo llega al poder
Según la definición de Cas Mudde y Cristóbal Rovira Kaltwasser, el populismo es una ideología ‘delgada’, sin el grosor ideológico necesario para intentar dar respuesta a la totalidad de la agenda política (como lo quieren hacer liberalismo o comunismo), basada en una oposición entre un ‘pueblo puro’ y una ‘élite corrupta’.
Jan Werner Müller añade dos características importantes: la negación del pluralismo –solo hay un pueblo, sin divisiones internas– y el moralismo –las élites representan intereses especiales y oscuros, y son traidoras del pueblo, moralmente puro.
Para los populistas, el gobierno tiene que ser la expresión de la voluntad general. Por eso, una vez llegan a él, rechazan el equilibrio de poderes y los contrapesos tanto desde las instituciones –judiciales, autoridades independientes, internacionales, etc.– como desde la sociedad civil –prensa, intereses organizados, organizaciones no gubernamentales y demás – con el argumento que este equilibrio sería anti-democrático, en la medida en que podría coartar el ejercicio del mandato electoral (o refrendario) del pueblo.
Finalmente, el líder populista rehúye todo lo que puede las estructuras de intermediación social, buscando un contacto directo con la población (por ejemplo, mediante la televisión, videos circulados por aplicaciones como WhatsApp, o trinos de Twitter) y deja de lado agentes tradicionales como las estructuras de partido, la prensa o la sociedad civil organizada.
Para los populistas, el gobierno tiene que ser la expresión de la voluntad general. Por eso, rechazan el equilibrio de poderes y los contrapesos de las instituciones y la sociedad civil. Desde su punto de vista, el equilibrio coartaría el ejercicio del mandato electoral del pueblo.
El nacional-populismo es una variante del populismo, la de más éxito en el momento actual, que se construye desde el espectro político de la derecha, buscando, en particular entre las capas populares, una base electoral mucho más amplia que la que tradicionalmente se situaba en este espectro.
Resulta difícil trazar una separación definitiva entre los regímenes democráticos o híbridos que están gobernados por esta ideología, y regímenes abiertamente autoritarios
A la contraposición entre pueblo y élites de todos los populismos, se suma la utilización política de sentimientos nacionalistas y xenófobos que posan el foco en determinados grupos sociales minoritarios. Este grupo o minoría, según los nacional-populistas, estaría siendo privilegiado por las élites tradicionales en detrimento de la mayoría, a pesar de que sufre unas evidentes condiciones de marginalidad.
Al nacionalismo y a la agenda conservadora se añade, en algunos casos, una componente religiosa, como pasa con el islamismo moderado en la Turquía de Erdogan, el budismo militante en la Sri Lanka de los hermanos Rajapaksa, el hinduismo en la India de Modi o el cristianismo católico en la Polonia dominada, desde la sombra, por Jarosław Kaczyński.
Resulta difícil trazar una separación definitiva entre los regímenes democráticos o híbridos que están gobernados por esta ideología, y regímenes abiertamente autoritarios.
Aun así, en este análisis nos restringiremos a países donde todavía hay un cierto nivel de competición electoral y pluralismo mediático y político, y donde se puede considerar que el nacional-populismo en el poder es una opción política que compite con otras opciones, y no es una simple estrategia de legitimación de un poder autocrático plenamente establecido.
En estos países, el ataque desde el gobierno contra los derechos fundamentales suele tener unas características comunes que pasamos a detallar a continuación.
El ataque nacional-populista contra los derechos fundamentales: siete características clave
1. La arquitectura de protección de los Derechos Humanos
Los derechos humanos, los mecanismos estatales e internacionales para su protección, y las organizaciones y personas que los defienden, han estado en el punto de mira del nacional-populismo.
Más que rechazo directo y frontal de la idea de derechos humanos, los gobiernos y partidos nacional-populistas ponen énfasis en la soberanía nacional y popular, que reclaman ilimitada. Cuando mecanismos nacionales e internacionales cuestionan sus prácticas en materia de derechos humanos, el propio sistema internacional de protección y sus instituciones son objeto de crítica, como pasó con la Corte Penal Internacional en Filipinas, en Hungría con el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos o en Brasil con la creciente tensión entre su presidente y tanto el Supremo Tribunal Federal como la Corte Interamericana de Derechos Humanos
2 . Machismo y otras guerras culturales
Una de las estrategias de movilización popular del nacional-populismo es estimular la polarización social y política. Para movilizar partes del electorado que están profundamente vinculadas a valores religiosos y morales tradicionales, el nacional-populismo recurre a un conservadurismo social que exalta valores y estructuras tradicionales.
Lo hace en detrimento de los derechos de las mujeres –por ejemplo, los intentos de restringir el derecho al aborto en Brasil y en Polonia– y de la minoría LGBT, un objetivo compartido por los nacional-populismos de Europa Central, el espacio puesto-soviético, África, Asia y América Latina.
3. Chivos expiatorios y ‘enemigos interiores’
El nacional-populismo identifica como enemigo del pueblo no solo a la élite, sino también a minorías, a quienes presenta como una amenaza al cuerpo social nacional, y a quien se culpa de los males de la población mayoritaria, como por ejemplo el desempleo.
Los inmigrantes son objetivo preferente, sobre todo en Europa y EE. UU, y son objeto de algunos de los peores abusos cometidos por gobiernos nacional-populistas, por ejemplo con el trato dado a solicitantes de asilo e inmigrantes irregulares en las fronteras sur de los Estados Unidos y de Hungría, incluyendo a niños.
Hay también minorías religiosas y étnicas señaladas desde el gobierno con su acción, y también con la impunidad para quienes las atacan, como pasa con los musulmanes en India o en Sri Lanka. Desde el poder nacional-populista también se señala otros grupos, con referencias más o menos disimuladas contra minorías, como por ejemplo los judíos y el pueblo gitano
4. Estado de derecho y separación de poderes
La reducción de la democracia a un juego de mayorías y minorías, y el cuestionamiento constante, en nombre de la voluntad del pueblo, del equilibrio de poderes y de las leyes (y de los acuerdos internacionales) que impidan al ejecutivo hacer y deshacer a su antojo, es quizás la amenaza populista más clara (en este caso, no solo nacional-populista) a la democracia. El primer objetivo es atacar la independencia del poder judicial, una cuestión por la que, por ejemplo, el gobierno de Polonia podría ser objeto del procedimiento sancionador de Unión Europea.
Desde India hasta Brasil, el poder judicial ha podido frenar algunas de las iniciativas más nocivas para los derechos fundamentales propuestas por el ejecutivo y, en el proceso, ha sido blanco de los ataques de los líderes nacional-populistas y sus seguidores.
La presión también afecta otras instituciones que no se plieguen a la hegemonía nacional-populista, ya sean independientes, como por ejemplo bancos centrales, o autoridades electorales, u otros poderes del Estado, como por ejemplo el legislativo o el poder local y regional. En las confrontaciones institucionales resultantes se acaba determinando la evolución de los regímenes, y su eventual conversión en dictaduras
5. Violencia sancionada, milicias e impunidad
Una perspectiva eurocéntrica nos podría hacer perder de vista hasta qué punto la violencia forma parte, de manera indirecta pero relevante, de proyectos nacional-populistas. Por un lado está el ánimo, más o menos encubierto, de la brutalidad e incluso de los asesinatos policiales, con impunidad garantizada desde muy arriba, ya sea en las favelas brasileñas o en las ciudades filipinas golpeadas por el narcotráfico. Por otro, la creación o la tolerancia de milicias armadas para hacer el trabajo sucio de intimidación, sea en el Capitolio del estado de Michigan o en los barrios de mayoría musulmana en la India.
En esencia, se trata de crear vínculos directos con fuerzas armadas, ya sean oficiales o para-estatales, estableciendo una cadena de autoridad que desborda las instituciones y debilita las estructuras de control constitucionales, como pasa en el Brasil cuando la Policía Militar, bajo la autoridad de los gobernadores de los estados, advierte que ‘si tienen que escoger entre los gobernadores y el presidente, se quedan con él’. En este ambiente de impunidad e instigación, se producen abusos y asesinatos contra las personas más vulnerables y pobres, y también contra aquellas que levantan la voz contra el proyecto autoritario nacional-populista
6. Pluralismo mediático y debate público
Algunos analistas señalan al nacional-populismo como principal agente y culpable de la degradación del debate público; otros consideran más bien que esta degradación explica precisamente el éxito del nacional-populismo.
Una vez en el poder, los líderes nacional-populistas utilizan su posición para atacar directamente a las voces que se les oponen, y para reducir el pluralismo en los medios
Más allá de este debate, es inquietante observar cómo, una vez en el poder, los líderes nacional-populistas no sólo mantienen e incluso incrementan su discurso anti-sistémico, sino que utilizan su posición para atacar directamente a las voces que se les oponen, y para reducir el pluralismo en los medios.
Los métodos cambian, desde la cuenta de Twitter de Donald Trump a una larga estrategia de compras, cooptación y consolidación de medios en Hungría, de los ataques desencadenados por la ‘brigada online’ encabezada por los hijos de Jair Bolsonaro, o la humillación directa por parte del propio presidente a periodistas, hasta la multiplicación de las amenazas y agresiones a periodistas bajo la presidencia de Rodrigo Duterte en Filipinas
7. La presión sobre la sociedad civil independiente
El incremento de la presión sobre la sociedad civil crítica que se ha vivido en la última década tiene su foco más importante en China y Rusia, dos dictaduras que han renunciado claramente al modelo de democracia liberal, aunque se extiende por docenas de países, desde grandes potencias como India hasta las pequeñas repúblicas del Caribe.
En muchos casos, paradójicamente, las restricciones se hacen en nombre de proteger la democracia frente a unas organizaciones a quienes se acusa de estar al servicio de intereses oscuros y extranjeros. El discurso nacional-populista es particularmente agresivo con las organizaciones críticas, a quienes acusa de dividir y traicionar el pueblo, y a quien ve como un obstáculo en la conexión directa entre el líder y la población.
Acusaciones de trato desigual y proyectos autoritarios: no todo es relativo
Nos encontramos en un momento complicado en cuanto a los derechos fundamentales en todo el mundo. A principios de 2020, el equilibrio global parecía decantarse hacia el autoritarismo. Incluso en países que mantienen la adhesión a los principios de democracia y separación de poderes, y al orden global basado en el multilateralismo, incluidas algunas de las grandes democracias europeas, ha habido un deterioro sensible en el respeto de las libertades fundamentales.
El control del populismo sobre los medios y la sociedad civil es creciente. La pandemia de la Covid-19 ha creado nuevas oportunidades para que todo tipo de líderes y gobiernos, en particular los autocráticos y los autoritarios electos, extiendan aún más su control abusivo. ¿Por qué, en este contexto, fijarse en el nacional-populismo y no hacer sencillamente, como lo hacen muchas organizaciones dedicadas a la defensa de los derechos fundamentales, un inventario de todos los abusos?
En primer lugar, hay que reiterar que, en el momento actual, la manera más común en la que emerge un régimen autoritario ya no es dando un golpe de Estado, sino vaciando una democracia desde dentro, y desde el poder.
La reducción de la democracia a la expresión ilimitada de la voluntad popular puede ser, por lo tanto, el primer paso hacia la implantación de la mera dictadura, a menudo personalista. Las violaciones de derechos fundamentales, que en principio parecen afectar solo a un colectivo particular (los inmigrantes de religión musulmana en India, las personas transgénero que quieren servir al ejército de los Estados Unidos, los adictos y pequeños traficantes de drogas en las Filipinas, los solicitantes de asilo en Hungría), se van extendiendo a medida que el país en cuestión se desliza por la pendiente autoritaria, que empieza con la llegada del nacional-populismo al poder.
El nacional-populismo en el poder ha demostrado ser una amenaza directa a los derechos fundamentales
En segundo lugar, hace falta no caer en la trampa tendida por los propios nacional-populistas. El gobierno de Orbán en Hungría, por ejemplo, cuando es criticado por una de sus medidas que erosionan la democracia, a menudo señala una medida parecida adoptada por algún otro país europeo, y después acusa los críticos de tratamiento desigual (‘dobles estándares’). Con esta táctica, han ido transformando la naturaleza del régimen húngaro hasta el punto de ser el único estado miembro de la Unión Europea considerado solo ‘parcialmente libre’ por Freedom House.
Hay que criticar cada una de las medidas que resulten en restricciones de los derechos fundamentales, sea cual sea el gobierno que las lleve a cabo, pero esto no nos tiene que hacer perder la perspectiva sobre la existencia de proyectos de transformación autoritaria llevados a cabo por líderes y partidos políticos con una agenda encubierta.
Por último, es importante ver las similitudes en la manera en que los gobiernos nacional-populistas erosionan las libertades fundamentales. Estos rasgos comunes hacen patente la amenaza real que representa el nacional-populismo, que se presenta en los entornos democráticos como una alternativa tan válida y legítima como las demás. Incluso cuando se encuentra en los márgenes o en la oposición política, el nacional-populismo tiene una influencia negativa sobre derechos y libertades, y sobre la igualdad entre personas; pero su potencial anti-democrático se multiplica cuando llega al poder.
Cada vez hay más dictaduras nacidas a caballo del apoyo electoral popular. El nacional-populismo no amenaza las élites o el statu quo; amenaza los derechos y libertades. Conviene poner el foco sobre la obra de gobiernos de ideología nacional-populista y sus efectos sobre derechos fundamentales.
Cuando lo hacemos, veremos que el nacional-populismo no amenaza principalmente el statu quo y las élites, como promete durante las campañas electorales, sino los derechos y libertades, en primer lugar de los colectivos marginalizados y de las personas más vulnerables y, enseguida, de la totalidad de la población. El nacional-populismo en el poder ha demostrado ser una amenaza directa a los derechos fundamentales.
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Fotografía: openDemocracy.