Por: Jorge Salazar García. 25/12/2017
Uno de los principales argumentos presentados por buena parte de los integrantes del movimiento amloista oponiéndose a su conversión en PARTIDO en 2014, se refería al desprestigio que estos entes políticos se habían ganado ante la ciudadanía. Sin excepción, decían los idealistas, los partidos se mimetizaron con el PRI, tienen las mismas taras: corrupción, antidemocracia, manejo patrimonialista de las prerrogativas y anulación de principios. Y, eso podría suceder con el movimiento convirtiéndose en Partido. Por esa razón, se pugnaba seguir construyendo un movimiento de masas, vinculándose a las luchas populares de resistencia. La otra postura (pragmatismo) adujo esencialmente la falta de tiempo y recursos económicos para edificar esa esperanza y consideraba la participación electoral como necesaria para conquistar espacios de poder y desde arriba realizar el cambio.
A tres años de distancia y hasta cierto punto, las dos posturas acertaron, aunque no en lo deseable. Por un lado, MORENA se convirtió en Partido (2014) y el financiamiento público recibido (prerrogativas) ha sido puntal en la conquista de cargos (diputaciones y ayuntamientos) y seguramente se verán incrementados en 2018. Pero por el otro lado, los idealistas no se equivocaron; al prevalecer el pragmatismo electoral sobre la formación y capacitación políticas, en el mejor de los casos, se han debilitado los principios y el enlace con los grupos en resistencia, disminuyó.
Desde aquella inicial confrontación definitoria, en MORENA, el quehacer político es una lucha entre la congruencia estatutaria y el pragmatismo político. Parte de la estructura base (comités) no funciona conforme a lo establecido en los estatutos. La autocrítica se ausenta y el desempeño autocrático de algunos dirigentes está alejando a simpatizantes. De continuar así, por lo pronto, podría no lograrse siquiera cubrir todas las casillas en el próximo evento electoral con cuadros del partido. Sí eso pasa, tendrá que ceder espacios a quienes garanticen “voluntarios” externos para completar la estructura electoral. Eso ya sucedió en Veracruz en la renovación de alcaldías, y algunos creen que funcionó. Pero no fue así, ni se consiguió cubrir el 100% de casillas ni se ganaron las más de 60 alcaldías pronosticadas. Las 17 obtenidas, reflejó que la estrategia aplicada (negociación cupular y postergación de la norma) fracasó.
El debate fraterno nunca debería ignorarse, ni mucho menos reprimirse. La transgresión de principios tales como la no reelección, la tolerancia y la transparencia tendrá consecuencias. Su reforzamiento es tarea impostergable si se quiere ser un partido diferente a los cloaqueros; aunque se padezca el acoso brutal de todo un gobierno debe intentarse. Decir estar contra el sistema cuando se votan leyes que amenazan derechos fundamentales (Ley mordaza) y posponer los cambios internos por miedo a ser infiltrados, es caminar hacia atrás. Ya lo ha repetido muchas veces AMLO, el pueblo no es tonto, lo es quién así lo trata. Los cargos conquistados han despertado la ambición personal y el atrincheramiento de caudillos y facciones en detrimento de la causa común. Esta estrategia del Estado de lanzar mendrugos para dividir tiene sus esencia en la obligación legal que amenaza con retiro del registro oficial si un partido NO participa en elecciones (Art. 94, 1; inciso a LGPP[1]). Es cierto, no es tarea sencilla reencausar el rumbo dentro de un sistema de partidos diseñado para que así sean las cosas. Es más, se torna imposible cuando se cree caminar hacia la dirección correcta.
MORENA tiene gente, muy valiosa en sus filas; pero debe ser tomada en cuenta, no relegada o desplazada por los advenedizos con dinero o de oscuros “liderazgos”. Además, sus propuestas originales para rescatar al campo, creación de universidades, apoyo a los grupos vulnerables, disminución al 50 % de los sueldos de funcionarios y cero tolerancia a la corrupción, son aciertos que aumentan su credibilidad, cuando se cumplen.
Abrirse, no encerrarse; facilitar el debate, no evitarlo; tolerar la crítica, no condenarla; responder con transparencia, no ocultar; reconocer méritos de trabajo, no ignorarlos; reforzar la lealtad a los principios estatutarios, no a los caudillos oportunistas ni chapulines partidistas. Estas son algunas de las acciones que podría descascarar el grueso maquillaje de los falsos redentores. Con el rumbo pragmático perfilado tras bambalinas, la expulsión del idealismo cancelará también la esperanza. El destino de MORENA, si no gana la Presidencia, será el ofrecido por el Sistema: muy redituable para el puñado de encumbrados, pero hundidos en el albañal. Como Partido, en ese indeseable futuro, al verse en el espejo de la ética sólo reflejará un engendro de lo ideado, muy parecido al PRD. MORENA es para no pocos mexicanos una opción electoral digna. Eso es real. Pero su triunfo en las urnas, siguiendo así, sólo servirá para posicionar a unos MUY pocos embriagados de poder. Las votaciones a favor de la Ley mordaza y de la reelección, no pueden justificarse; desde afuera parecieran intentos de suicidio (¿inducido?) por decir lo menos. Por supuesto, quienes negocian en cubículos, cafés y oficinas dirán que eso es hacer política con visión. Eso tendrá un costo y la cuenta será cobrada en el 2018, su monto dependerá si MORENA retoma o no el rumbo que le posicionó en el corazón de muchos mexicanos. Es necesario el justo medio entre la emoción y la eficacia, el sentir y el hacer: Ni idealismo sin resultados ni pragmatismo sin ideales.
[1] Ley General de Partidos Políticos.