Por: Raquel R. Incertis. 18/11/2024
El famoso filósofo francés vuelve con ‘Las razones del arte’, donde defiende la belleza del arte contemporáneo y dice que nuestro narcisismo nos impide disfrutarlo. “Los selfis prueban que nos creemos el centro del mundo y las obras de arte son nuestro telón de fondo”
Para Michel Onfray, la vida es un permanente rifirrafe entre iniciados y no iniciados. Dicho de otra manera: un debate entre gente que sabe o quiere saber y gente que dice saber pero no sabe tanto como pretende hacer creer. Tendrán que perdonarnos el trabalenguas; hablar con un filósofo es, a menudo, así de complejo.
Fundador de la Universidad Popular de Caen y declarado “nietzscheano iconoclasta”, Michel Onfray (Argentan, 1959) ostenta un lugar predilecto dentro de la intelectualidad gala: el del filósofo más popular, más mediático y más prolífico de la Francia del siglo XXI con más de un centenar de obras en su bibliografía. En su último ensayo, Las razones del arte (Paidós), hace un exhaustivo repaso al concepto del arte desde la prehistoria hasta la actualidad, a través de nociones como la inmanencia, la alegoría o la abstracción.
“El problema es que tenemos la impresión de que cierto tipo de arte es inmediatamente comprensible porque tenemos una aprehensión sensorial y no necesariamente intelectual“, apunta Onfray respecto a los estigmas que circundan la noción de arte contemporáneo. “Es una estupidez no calificar al arte contemporáneo de arte por haber dejado de ‘ser canónicamente bello'”.
Conviene, aun así, que Las meninas de Velázquez son significativamente más disfrutables que La fuente de Duchamp, aunque con una mayor formación podrían cambiar las tornas. “Cualquier obra de arte alberga una intencionalidad que necesita ser decodificada antes de que podamos entenderla, ya sea una huella en una cueva prehistórica o la ausencia de una huella en una obra conceptual. No basta con la emoción; Duchamp lo entendió y aprovechó justamente eso”.
Onfray comenta que, cuando era profesor de filosofía en una escuela técnica, sus alumnos le decían con frecuencia que sus hermanos pequeños podían replicar cualquier cuadro de Picasso con absoluta facilidad. “Al mismo tiempo, afirmaban comprender perfectamente toda la iconografía de un retrato de Luis XIV, pese a no haber vivido en esa época”, prosigue vía Zoom desde su salón a la española hora de la siesta, que tan productiva es, en cambio, para él.
Hablando de las cuestionadas técnicas picassianas, le recordamos que el Museo Reina Sofía dio luz verde hace unas semanas a que los visitantes pudiesen hacerse una foto con el Guernica, algo terminantemente prohibido hasta este año. Desde entonces, cientos de turistas abarrotan la sala para capturar el cuadro y subir un selfi a Instagram. ¿Vivimos en la era de la impostura?
Estoy acostumbrado a que cualquiera diga que puede pintar como Picasso
“El mayor problema de la sociedad actual es el narcisismo”, critica. “Delante de las pirámides de Luxor o del Coliseo romano, por ejemplo, he visto a gente con palos selfi haciendo innumerables muecas y posturas. El selfi no es otra cosa que la prueba de que el mundo existe. Es decir, la prueba de la existencia de la Fontana de Trevi soy yo mismo delante de la Fontana di Trevi, así que la foto no está ahí para mostrar una obra de arte. Está ahí para demostrar que somos el centro del mundo y que las obras de arte son nuestro telón de fondo”.
Según el filósofo, el turismo de masas lo ha destruido todo: “No basta con estar delante de una obra de arte; hay que decir que has estado en Venecia, que has estado en el Museo de la Academia y que has estado en la sala de pintura donde se encuentran los Carpaccios, por ejemplo. Sí, pero, ¿y qué? ¿Has hecho algún trabajo de investigación previo? ¿Qué representa esta obra? ¿Qué la distingue de una obra pintada un siglo antes o un siglo después?”.
Pregunta. Hace un año desde que activistas de Just Stop Oil arrojaran un bote de sopa de tomate a Los girasoles de Van Gogh en la National Gallery de Londres. Desde entonces, ha habido múltiples irrupciones en los museos -reivindicativas o vandálicas, según se mire- con la ‘Gioconda’ o ‘La venus del espejo’ como protagonistas. ¿Cómo valora estos actos en nombre de causas como la climática?
Respuesta. A estos jóvenes realmente se les dijo que no dañaran nada, porque cada vez que tiran pintura, lo hacen sobre obras de arte que están protegidas por un cristal antibalas. Solo quieren llamar la atención: saben muy bien que, si van a un museo y hacen algo así, van a poder grabar su discurso para colgarlo en Internet y todos los periodistas lo repetirán una y otra vez durante 24 horas con un discurso sensacionalista y sin contar toda la verdad. En una sociedad mediática, es la mejor forma de conseguir cobertura. Así que, mientras eso sea todo, como decía Lenin, es una forma de agitación y propaganda limpia. Es mejor hacer eso que asesinar a un carnicero porque eres vegano y no soportas que haya carniceros.
Durante siglos, los coleccionistas de arte gozaban de cierto privilegio por tener la propiedad exclusiva de obras en sus hogares, excluyendo al pueblo de ciertos espacios de contemplación. Gracias a las posibilidades tecnológicas, los museos han democratizado paulatinamente el acceso a las exposiciones: cualquier usuario puede disfrutar de ellas sin salir de casa a través de una visita virtual en el Centro Pompidou, el MOMA o la Tate Modern.
El autor de Las razones del arte no considera problemático el uso de la tecnología per se, sino el poder que se le atribuye. “Es positivo que cada vez más gente tenga acceso a las obras de arte. Sin embargo, forma parte de una experiencia fabricada artificialmente: es lo mismo que hacer el amor con una muñeca hinchable. En otras palabras, tiene poco que ver con la realidad”, sentencia.
Para que te escuchen hoy tienes que incendiar bancos, volcar coches, romper cristales, encadenarte a verjas, tomar rehenes…
El concepto de realidad vive una época complicada debido a los retos que plantea la IA. En el mundo del arte, la emergencia de los NFT (artículos digitales) ha revolucionado también la idea de propiedad de una obra, otorgando al mejor postor la posibilidad de rentabilizar sus múltiples copias. “Walter Benjamin ya habló de esa aura inmaterial que tienen las obras en la era de la reproducibilidad técnica. Compras un libro de arte y puedes tener a la Mona Lisa en casa; ahora es lo mismo, pero con Internet”, explica.
Con toda la información disponible en la web y el caudal inagotable de vídeos en YouTube y en las distintas plataformas, Onfray tiene la sensación de que cualquiera puede convertirse en crítico o experto en arte sin pasar por la universidad: “Hay un punto medio entre defender una tesis frente a un tribunal y ser un payaso que suelta chistes ante millones de personas”.
“Todo el mundo se considera ahora un emprendedor, ya no hace falta ser excesivamente competente para convertirse en empresario hotelero o en taxista. Es un mal derivado de la uberización de la sociedad“, sostiene el francés. “Basta con crear un blog y robar el trabajo de otros para decir que eres un especialista en tal o cual cosa. Sin embargo, no aceptaríamos subir a un avión si el piloto no sabe conducir un Boeing y no aceptaríamos entrar en un quirófano si el cirujano no tiene el diploma de cirujano. Está claro que la competencia es necesaria, pero también que hoy todo el mundo se considera competente, y eso es un error”.
Pregunta. Muchos dirigentes políticos, desde Lenin a Hitler, han utilizado el arte con fines ideológicos o propagandísticos. Ilustra el libro con fotografías de exposiciones organizadas por los nazis y carteles de películas como ‘El acorazado Potemkin’. ¿Atribuimos un poder simbólico a elementos que no lo tienen, o toda lectura encierra connotaciones políticas?
Respuesta. Siempre existe un poder más o menos simbólico. Pero, pese a su valor alegórico, es importante contextualizarlo todo. La pintura, como cualquier otra cuestión, se entiende muchísimo mejor si se explica no solo el qué, sino también el quién, el cuándo, el por qué, en qué circunstancias… Un testimonio está completo cuando se facilita toda esta información, más allá del simbolismo o de la lectura política que se le quiera dar.
Pese a su incuestionable fama y conocimientos, o quizá precisamente por eso, Onfray se ha ganado otro título más, que se suma a los tres mencionados al inicio: el de filósofo más polémico de su país, enemigo del establishment y de la corrección política que promulga actualmente, dice, “la izquierda más radical”. Sostiene que, si gente como el presidente Emmanuel Macron le detesta, es porque está haciendo algo bien: el socialismo actual “no le representa”.
La identidad europea es una identidad de mercado
Tampoco son santo de su devoción los gobiernos excesivamente proeuropeos. “No quieren fronteras, no quieren pueblos autónomos e independientes, sino crear un imperio antiliberal”, afirma. “Eso explicaría los intereses que hay puestos sobre Ucrania. Percibo una especie de fascistización de todo lo que es nacional y soberano. Hoy, Europa es de todo menos liberal, y ese es un planteamiento muy peligroso. Las naciones son oportunidades para resistir: frente al imperialismo ruso, el nacionalismo ucraniano es una forma de resistencia”.
PREGUNTA. Imagino que estará al tanto de la situación política en España. El acuerdo de amnistía al nacionalismo catalán que ha impulsado el gobierno de Pedro Sánchez ha llevado a muchos manifestantes a las calles de forma muy violenta, como sucede a menudo en Francia…
RESPUESTA. La violencia, como decía antes, es el epicentro de la estrategia mediática. Tienes que generar expectación para ser escuchado: incendiar un banco, volcar coches, romper cristales, encadenarte a una verja, tomar rehenes… Si desafías amablemente al poder, los periodistas no vendrán a grabarte ni te preguntarán nada. Evidentemente, no defiendo la violencia, pero sé que es la mejor forma de acceder a los medios de comunicación hoy en día. Las mismas personas que deploran la violencia invitan a sus platós a quienes la practican o, al menos, reproducen imágenes de sus acciones en bucle mientras dicen, deleitándose: “Mira, ¡qué mal está esto!”.
¿Qué puede aprender, entonces, la sociedad actual de la filosofía clásica en estos tiempos de guerra dentro y fuera de las trincheras? “Occidente ya no es teocrático, sino supuestamente democrático. Al final es mejor tener hombres que nos digan que debemos votar aunque las elecciones estén vagamente amañadas que hombres que nos digan que, primero, no votemos y, segundo, que si están en el poder es porque lo ha decidido Dios. Para pensar hoy, no podemos obviar las implicaciones de la estrategia geopolítica: la identidad europea es, esencialmente, una identidad de mercado”, concluye Onfray.
LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ
Fotografía: El mundo