Por Víctor Manuel Domínguez M. 23 de mayo de 2020
Dedicado con cariño para todos mis alumnos, exalumnos de la BENV y mis amigos basquetbolistas
Con la misma ilusión que esperamos que acabe el confinamiento, los basquetbolistas esperamos con ansias el estreno del documental “The last Dance”, mismo que describe la historia de Michel Jordan (MJ); su paso por la NBA y particularmente, el camino para la obtención de sus 6 anillos de campeonato.
En primer lugar, debo dejar claro que soy fan de MJ. Para decirlo en concreto, no solo creo que es el mejor basquetbolista que ha existido, también creo que, junto con Michael Phelps, es el atleta más dominante en su disciplina y uno de los mejores atletas de todos los tiempos. No creo que haya mucho margen de discusión acerca de su talento, sus habilidades físicas o su extraordinaria capacidad competitiva. Y es aquí precisamente, donde conociendo detalles, testimonios y entrevistas revelados en “The last Dance”, me sentí motivado, después incluso obligado, a escribir mis reflexiones al respecto.
A todos nos gusta ganar. Está en nuestra biología. Sentir satisfacción cuando se alcanzan metas quizá sea una de las sensaciones más antiguas ligadas a nuestra supervivencia. Ganar se siente bien, por mucho que sepamos que a veces hay pocas probabilidades, nadie entra a una competencia deseando perder. La vena competitiva, sin embargo, no se encuentra igualmente arraigada en todos nosotros. Quienes hemos trabajado en el deporte con niños pequeños sabemos que, aunque la competitividad se puede estimular y por lo tanto desarrollar, hay niños que ya traen un espíritu competitivo y hay niños que son más colaborativos.
Decía el legendario Coach, Bobby Knight, que el primer rasgo que él buscaba en sus futuros atletas era que odiaran perder. Como ya dije, a nadie le gusta perder. Pero él buscaba a quienes no soportaran perder; aquellos para quienes perder era tan doloroso, que estaban dispuestos a darlo todo para que eso no ocurriera. Se oye bien, ¿no? Pues es aquí donde se encuentra el punto de mi reflexión. Desde aquella legendaria frase de Vince Lombardi “Ganar no lo es todo, es lo único”, la filosofía del triunfo ha encontrado cada vez más caminos para conducir a los atletas al logro de sus metas. (hay que decir aquí que la filosofía de Vince Lombardi está basada en el trabajo arduo, la humildad y el trabajo en equipo. No es, en mi opinión, su mejor frase, aunque sí la más famosa).
Lancemos entonces la pregunta que como duende se nos aparece a quienes nos interesa la educación deportiva, cuyos propósitos son, y esto es un punto muy importante, diferentes a los del alto rendimiento ¿Ganar, lo es todo? ¿Es lo único? ¿Qué precio estamos dispuestos a pagar para ganar? ¿Vale la pena pagar ese precio? Es posible que todas estas preguntas se resuman en una cuestión filosófica, cuya respuesta sigue y seguirá generando debate, ¿El fin, justifica los medios?
Tomemos uno de los ejemplos de excelencia deportiva: los chinos (nadie quiere saber mucho de ellos en estos momentos, pero son una potencia mundial en el deporte). ¿Cómo se forma un atleta chino? Dependiendo de la disciplina deportiva, son aislados desde muy pequeños en villas deportivas, donde además reciben su formación escolar; ven a su familia una o dos veces al año; entrenan un promedio de 6 hrs diarias (en las primeras etapas, después entrenan hasta 8 hrs diarias, algunos más). Revisemos en internet las imágenes de los niños chinos entrenando gimnasia, por ejemplo. En varias de ellas están con lágrimas en los ojos, soportando el dolor del entrenamiento. Es el precio que hay que pagar, pensará alguien. Tal vez sea más preciso señalar que es el precio que el niño tiene que pagar. Ante ello, surgen interrogantes incómodas ¿vale la pena pagar con la niñez del infante? ¿Lo quiere el niño, o son anhelos frustrados de los padres?
No pretendo aquí hacer una apología del no esfuerzo. El trabajo, la disciplina y el esfuerzo son valores indispensables en la formación de una persona. Los niños, sensibles en su formación biológica y sicológica, deben ser particularmente formados en ello. Para esto, el deporte es un excelente medio que permitirá, más adelante, formar adultos que sepan que ganar tiene un costo y que perder encierra una enseñanza. No estoy de acuerdo con las nuevas corrientes de pensamiento que le evitan al niño perder; “todos ganan”, “no hay perdedores”, “no es una competencia, es una exhibición”. La vida no funciona así. Y si no le enseñamos a los niños el costo de la victoria o el valor de la derrota, más adelante no tendrán herramientas suficientes para enfrentar y reorientar los tropiezos que sin ninguna duda, tendrá en la vida.
Pero volvamos a Michael Jordan. En el documental, puede comprobarse lo que ya sabíamos muchos fans de MJ: le encanta competir, pero en cuanto a ganar tiene una obsesión. No soporta perder ni siquiera en los más intrascendentes juegos. Esto, en el ámbito profesional, sin duda alguna representa una ventaja mayúscula; potencia el afán de conseguir metas y obliga a dar el 100% siempre.
Ese espíritu competitivo, esa obsesión por la victoria, lo llevó durante su carrera, según muestra ahora el documental, a exigir a sus compañeros con métodos para algunos cuestionables. Jordan no era el mejor compañero de equipo: varios de ellos refieren maltrato, incluso físico. Humillaciones, lejanía. Sin duda hoy calificaría como un auténtico bully. A favor de él hay que decir que, según varios de sus compañeros eso hizo que dieran lo mejor de sí y lograran los anhelados campeonatos. Para ellos, Jordan funcionó como un auténtico líder, planteando metas y motivando a los demás para llegar a ellas. Sin embargo, creo que el documental no destaca todo lo que vale el papel de Phil Jackson (PJ), para alcanzar los éxitos de MJ. Porque resulta que el baloncesto es un deporte de equipo. Dudo mucho que MJ hubiera podido obtener varios campeonato si no se hubiera conformado un equipo que lo apoyara. Ese fue el papel de PJ.
Curiosamente, la filosofía de Phil Jackson es completamente opuesta a la de MJ. Jackson, entusiasta seguidor de la filosofía zen, repite en su extraordinario libro “11 Anillos”, frases como “abrazar la derrota”, “aceptar que se puede perder”, “dejar fluir las habilidades”, “una mente, una respiración”. Enseñó a sus jugadores a meditar, los introdujo en la atención consciente y les pedía conectarse con sus emociones. Cuando Jordan regresó de su retiro, puso como condición que Phil fuera el entrenador. No jugaría para nadie más. Quizá porque con Phil, MJ sentía el equilibrio que su obsesión necesitaba. Jackson es un maestro en el manejo del grupo y de la personalidad de los jugadores; metió en cintura a Kobe Bryan y controló las locuras de Shaq, igual que hizo con las de Rodman. Obtuvo otros 5 anillos con los Lakers. 11 anillos. El entrenador más exitoso en la historia de la NBA.
Para entender el éxito, en cualquier campo, uno tiene que ir a lo que no se ve, a las raíces ocultas y profundas que explican los frutos. Para eso, las biografías son una buena fuente de información porque dan una visión más amplia sobre cómo fue la vida de los grandes genios desde pequeños; qué los llevaba a competir, o a crear, de esa manera; cuáles fueron los principales obstáculos que tuvieron que enfrentar. Las biografías dan siempre un panorama más amplio. Algo que pasamos de largo cuando pensamos en las súper estrellas: recordamos las escenas con sus trofeos o sus grandes autos y récords, pero no sabemos qué hay detrás de ello. En honor a la verdad, hay que decir que la obsesión por la competencia y la victoria no siempre tiene buenos resultados “tras telón”. Las biografías de Tiger Woods y Pep Guardiola, por ejemplo, pueden dar una idea del costo que tiene ser el mejor. Recomiendo especialmente la de André Agassi, con su excelente libro “Open”. El común denominador es la obsesión en la que se convierte ganar y el costo que algunos tienen que pagar por ello.
La pregunta clave es si esta es la única forma de ganar. ¿No hay otra opción para que la victoria, el esfuerzo y la competencia se prologuen más allá de las duelas o de las canchas? Sí, la hay: Roger Federer; Rafael Nadal; Pelé; Tim Duncan; Larry Bird; Alex Fergusson; Andrés Iniesta; Carles Puyol, Coach K, etc. Todos ellos han logrado la excelencia, dentro y fuera de la cancha. Son admirados, respetados y queridos, especialmente por aquellos que jugaron junto a ellos.
Escribí este artículo porque me preocupó que quedará en el aire la idea de que para obtener campeonatos es necesario “patear el trasero de tus compañeros”. Solo quien tiene las habilidades de un superdotado, como MJ, podría tener autoridad moral para ello, ya que gracias a esas habilidades físicas y mentales, pueden funcionar más allá de los límites normales; funcionando como un líder inspirador. Si no se tienen esas facultades, recomiendo sinceramente abstenerse de ello: sólo se hará el ridículo (y enemigos).
Es de crucial importancia que quienes tienen la enorme responsabilidad de estar al frente de la formación de niños y jóvenes, muchos de los cuales NO serán profesionales, entiendan que tarde o temprano, la vida es más que trofeos, medallas o reconocimientos. La educación deportiva, el trabajo en las etapas de formación, debe tener como objetivo primordial el desarrollo físico, técnico y moral del deportista.
De poco sirve ganar si después de ello el resto de tu vida (y recordemos que la vida deportiva es muy corta) tendrás que lidiar con los demonios que construiste. Desafortunadamente hay muchos ejemplos de ello.
Después de la vida deportiva lo que queda es tu relación con los demás. Tu día a día. Especialmente con aquellos cercanos a ti. Entonces se entiende que mientras más amigos hayas hecho, mejor; mientras más personas hayas apoyado, mejor; mientras más personas hayas querido y te quieran, mejor.
Termino como empecé. Soy fan de Jordan. No me canso de ver, 20 años después, su increíble habilidad anotadora. Creo que si jugara en estos tiempos, tomando en cuenta que actualmente las reglas de la NBA protegen mucho más al jugador ofensivo, podría promediar 45 pts por partido. Además, algo que no se ha tomado en cuenta, los métodos de entrenamiento técnicos y físicos, han avanzado muchísimo. Hoy sería incluso mejor lanzador y sus habilidades físicas estarían mejor entrenadas. Realmente creo que sería imparable.
No critico a Michael Jordan, es un ganador. Un atleta súper dotado. Solo me vi obligado, quizá por mi trabajo como formador de maestros, a cuestionar en voz alta si el fin justifica los medios.
Desde mi perspectiva, si un día llega la Señora Vida y presenta en charola de plata la disyuntiva de triunfar dentro o fuera de la cancha, uno bien podría responderle ¿Por qué elegir solo una?