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Marcela Lagarde: Los derechos de las humanas y la democracia genérica.

por La Redacción diciembre 26, 2017
diciembre 26, 2017
Lecturas del Artículo: 270

Por: Mujer del mediterraneo. 26/12/2017

Los derechos de las humanas y la democracia genérica En la actualidad cada vez más personas reconocemos la necesidad de criticar el orden del mundo patriarcal y  transformarlo a través de opciones no opresivas ni enajenantes de convivencia entre mujeres y hombres, así como de alternativas prácticas de  vida para cada mujer y cada hombre que no estén basadas en el dominio ni en la enajenación, sino en la construcción de formas de convivencia y entendimiento basadas en los derechos humanos de género.
La alternativa es compleja, ya que involucra desde líneas de desarrollo social, hasta la vida individual, y trastoca necesariamente todas las dimensiones de la cultura, tanto como la estructura y los fundamentos de los poderes. Al proceso de desmontaje de los poderes  patriarcales y a la  creación de alternativas prácticas reales, le he llamado democracia genérica, por su metodología democrática y porque su finalidad inmediata es la vigencia de modos de vida democráticos entre mujeres y hombres y el establecimiento del orden social  y las instituciones que lo posibiliten y lo impulsen.  (Lagarde, 1995). Veamos algunos de los procesos que atañen directamente al género femenino en  el desarrollo de la democracia genérica:
Tiene como objetivo lograr el estatuto -social, jurídico, político, cultural e identitario- de personas humanas para las mujeres. Esto sólo es posible si se eliminan los mecanismos que producen la asimetría jerárquica con los hombres y, al mismo tiempo se transforman los contenidos de la condiciones de género femenina y masculina. Para empezar, es preciso reconocer que la opresión de las mujeres no sólo es externa, producto de las relaciones sociales, sino que además la condición femenina como expresión histórica de la dominación patriarcal, contiene en sí misma hechos que atentan contra la condición humana de las mujeres, de las humanas.
 Llamar seres humanas a las mujeres busca expresar la crítica a esa historicidad y la creación histórica de las mujeres como personas (Zambrano, 1988)  humanas. Asumir que la humanidad de las mujeres no es un hecho ni un dato esencial, previo, o natural, sino que se va urdiendo en un proceso histórico que requiere acciones y voluntades concretas para consumarse.
La pregunta ¿qué somos las mujeres? sólo puede ser respondida con la categoría humanas. Y el enigma ¿qué soy yo? reclama una develación similar: soy humana. En cambio preguntarnos ¿quiénes somos? ¿Quién soy?, nos ubica en el ámbito de la identidad genérica o individual que conduce al recorrido de vida, a hurgar en él  quién he sido, es decir, a la manera específica en que he sido humana.   Sí, las mujeres somos humanas y afirmarlo significa asumir  con voluntad, conciencia y libertad  la dimensión inalienable de nuestro ser, hasta ahora conculcada con los artilugios del dominio.
La categoría humana  es una transgresión política que choca por su feminización a quienes, aún sin darse cuenta, han internalizado ideologías patriarcales excluyentes que les impiden reconocer la existencia específica y no subsumida de las mujeres en lo humano. Es posible que objeten el uso del  lenguaje y afirmen que así no se dice, que no está bien, que no se usa. Se equivocan: el castellano tiene género femenino para hacer referencia a lo que acontece al sujeto femenino y a sus atributos. Pueden objetar también la identidad de género de las mujeres y nuestra conciencia con argumentos sobre los usos, las costumbres y las tradiciones del bien hablar y  el bien decir. Pueden escalar la filosofía y afirmar que el ser no tiene género. No importa.
Humana es la más bella de las palabras de nuestra lengua renovada por el feminismo tanto, como ha sido renovado nuestro mundo por esta filo praxis. La voz, humana, está en el centro histórico y simbólico de esta concepción del mundo y expresa una nueva categoría de género distinta de las conocidas: humano, hombre y mujer. Ha sido enunciada por mujeres que siendo lo que somos deconstruimos y desaprendemos, innovamos y conservamos, y creamos para deliberar nuestras vidas y nuestro mundo (Lagarde, 1994).
La palabra humana plasma no sólo la utopía extendida a todas, el deseo fantástico trasladado al futuro, sino el topos: lo real, el aquí y ahora, el presente como espacio de la existencia,  los pasos concretos, los tropiezos, la palabra, el balbuceo, las dudas, los equívocos y lo que firmemente entreveramos. La voz humana expresa lo que vamos siendo las mujeres en pos de libertad y lo que dejamos de ser, para ser plenamente en la integridad y en la completud, al ir ocupando como género nuestro lugar en el mundo y al convertirnos cada una en el centro de su vida.
En la cultura patriarcal la humanidad de las mujeres está fincada en la desocupación del centro del mundo y de la vida, en la expropiación del cuerpo y de la subjetividad, y en su apropiación y subordinación por parte de los hombres y los poderes. La humanidad de las mujeres sólo es reconocida si su existencia es reducida a la sexualidad, a la inferioridad y a la minoridad. Por eso, cuando somos subsumidas en lo humano, se nos asigna como condición de género y contenido de vida personal ser-para-otros y de-otros. La humanidad subsidiaria de las mujeres reconocida en la cultura patriarcal les exige tener a otros como motivo y fin de la propia existencia, aceptarlo en la dominación, asumirse inferiores y secundarias y conseguir así la felicidad.
Ser humanas, en cambio, significa para nosotras, tener como posibilidad la diversidad de la experiencia y   la inclusión de las mujeres como sujeto, como sujetas, en una nueva humanidad y como protagonistas de nuestras propias vidas. Ser humanas remite a las mujeres a ser-en-el-mundo, sin mediaciones, para existir-en-el-mundo, convivir y compartir con otras y con otros, en condiciones de equidad, los afanes por desenajenar la vida y por enriquecerla.
 Es preciso por ello, no sólo mirar la opresión en las relaciones de género sino además, en el género mismo. La alternativa consiste en continuar con los cambios a la condición patriarcal de género de las mujeres, en el sentido de dejar de ser-para-otros,  de vivir dependientes de otros y de estar dominadas por otros.
El nuevo paradigma implica cambios radicales que abarcan el modo de vida de mujeres y hombres, los contenidos de la cultura y la conformación y distribución de los poderes sociales entre los géneros y entre las personas. Se trata de generalizar  acciones puntuales  que conduzcan a modificar las tradiciones, las costumbres y las prácticas sociales que especializan y valoran a las mujeres como cuerpo-para-la vida de-otros  y permitan a las mujeres dejar de cifrar la existencia, la seguridad y la autoestima unilateralmente en la sexualidad cosificada.
Por ello son sustanciales los acciones que hagan que la maternidad deje de ser un mandato compulsivo estructurante de destinos previsibles, que deje de ser un hecho ineludible de la condición de género y permitan  convertirla en un potencial humano de cada mujer cuya vida no se limita al hecho materno y cuya identidad no es habitada. El nuevo paradigma implica integrar en la condición de género otras actividades funciones y papeles de las mujeres y valorarlas de tal manera que la maternidad deje de ser magnificada como el hecho femenino.
La construcción de la humanidad de las mujeres requiere asimismo cambios tendentes a eliminar la enajenación erótica de las mujeres pensadas, imaginadas y deseadas, tratadas y obligadas a existir reducidas a  una sexualidad cosificada,  a ser objetos -deshumanizados- de contemplación, uso y desecho: a ser cuerpospara-el-eros  posesivo de los hombres.
La humanización femenina  implica de manera ineludible la redefinición de la experiencia erótica de las mujeres y con ello de los cuerpos femeninos, de la subjetividad y la identidad erótico-corporal de las mujeres, con el sentido de construir  socialmente a las mujeres -desde y en su experiencia erótica- como sujetas en completud, cuyo potencial erótico requiere la igualdad  con las otras y los otros, y la integridad de sus personas para realizarse, así como del placer y el goce sin peligro. Se trata de una sexualidad abierta no estereotipada, construida en torno de un conjunto de principios éticos sintetizadlos como compromisos, derechos, poderes y libertades.
Si cambian paradigmáticamente los ejes estructuradores de la condición de la mujer es posible continuar por el camino planteado por ancestras y contemporáneas para  que las mujeres podamos hacer y  lo que queramos en cuanto a trabajos, actividades, oficios y artes, y podamos dedicar nuestras existencias a diversidad de fines, objetivos y experiencias. Ser humanas dotadas de derechos y de estatuto humano significa poseer la capacidad de decidir sobre el sentido y los contenidos de la propia vida y poder orientarla a  satisfacer las necesidades propias. Ser humana es ocupar el centro  y ser protagonista de la propia vida. Y, para las mujeres como género, ser humanas significa  convertirnos en sujetos sociales, sujetos políticos, sujetas de la historia.
Las mujeres requerimos en consecuencia, conocimientos, habilidades y destrezas que son parte del bagaje cultural del mundo inaccesible hasta ahora para la mayoría: derecho al alfabeto, a la escritura, a la palabra y a la imagen, tanto como a la educación escolarizada permanente y a la comunicación.  Se trata de los poderes vitales culturales que nos dotan de recursos para apropiarnos de conocimientos y desarrollar habilidades y de los lenguajes para construir discursos, representaciones simbólicas y entrar en comunicación con otros. Necesitamos que se difundan los saberes de las mujeres y los conocimientos e interpretaciones que hemos producido.
La condición patriarcal de las mujeres se modifica cuando se elimina la calidad de las mujeres como seres-de-la-opresión, seres en cautiverio (Lagarde, 1990) y se construye otra organización social no-jerárquica que contemple la igualdad entre mujeres y hombres, entre las mujeres y entre los hombres. Todo ello,  permite eliminar la relación de superior/inferior que prevalece entre los géneros y dentro de cada género. Cuando se elimina la legitimidad de los hombres como -seres-del-dominio-, que supeditan, someten, mandan, controlan, enjuician y deciden por las mujeres.
La construcción del poderío político de las mujeres se asienta en la posibilidad de que ejerzamos el control sobre nuestras vidas, tomemos decisiones de manera informada y establezcamos nuestros propios juicios y valores para así poder normar nuestras vidas. El poderío personal y de género de las mujeres conduce a la autonomía de cada una, y la autonomía a su vez, es fundamental para establecer el poderío con equidad.
Por eso la construcción de los derechos humanos de género no se termina en la conformación unilateral de las humanas. La reconocida humanidad de los hombres se sustenta en la exaltación simbólica, social y política del dominio como contenido del ser humano y de la identidad de cada hombre. La humanidad de los hombres se apoya en la exclusividad masculina y en el monopolio de lo reconocido como humano así como en la exclusión de las mujeres. Patriarcalmente, cada hombre debe enajenarse en su relación con las mujeres si aspira a ser humano: debe desidentificarse de las mujeres y de lo femenino, asumirse superior y distanciado, ajeno. Para ser humano cada hombre debe renunciar a reconocerse en las mujeres y en lo femenino y colocar a ambos en una escala inferior a sí mismo. De ahí que además de reconocer la necesidad de hacer cambios en la condición femenina y en las mujeres es preciso reconocer que los hombres reconozcan que comparten el mundo y que tienen congéneres pares.
Es preciso, en ese sentido  transformar radicalmente  la condición de género masculina, porque es enajenante para los mismos hombres y, desde luego, para las mujeres, y porque es contraria a la convivencia democrática y a los derechos humanos prioritarios. En la condición masculina patriarcal se concentran formas de ser y de relacionarse de los hombres que implican la dominación jerarquizada sobre las mujeres, sobre otros hombres y  sobre el mundo, así como la legitimidad para el uso y la depredación de las personas y del mundo mediato e inmediato.
Para que las mujeres puedan apropiarse de sus cuerpos, de sus vidas y de su mundo, para que emerjan con poderío vital, los hombres y las instituciones requieren ser despojados de los derechos sobre los cuerpos, la sexualidad y las creaciones de las mujeres, y sobre el mundo. Para que las mujeres puedan acceder y beneficiarse de manera directa de los bienes del mundo, de los productos de su trabajo y de la riqueza material y simbólica que ellas generan, los hombres deben ser despojados del derecho a expropiar a las mujeres de esos bienes y recursos. Y los hombres deben dejar de  monopolizar los bienes del mundo: la tierra, la riqueza, los recursos materiales y simbólicos, así como los poderes de dominio sobre las mujeres y de intervenir con exclusividad en el sentido del mundo.
 Es preciso, por lo tanto, dar cause a una profunda revolución filosófica y política y modificar la condición masculina en sí misma: ni los hombres ni el hombre son  paradigma de lo humano, no son  modelo ni estereotipo, como se ha pretendido desde la hegemonía patriarcal y como se ha impuesto en las historias de esa hegemonía. Hoy, los hombres no  pueden pretender dar  nombre  ni contenido a la humanidad. El mundo ha cambiado: la humanidad está conformada por los hombres y las mujeres, es decir, por los humanos y las humanas, y es preciso que así lo conceptualicemos. Pero la filosofía se vuelve polvo si no se asienta en la política y si no se convierte en vida cotidiana, en normas, costumbres, afectividades y maneras de vivir.

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Fotografía: mujer del mediterraneo

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