Por: Donna Haraway (1984). 27/12/2021
Las páginas que siguen son un esfuerzo blasfematorio destinado a construir un
irónico mito político fiel al feminismo, al socialismo y al materialismo. La blasfemia
requiere que una se tome las cosas muy en serio y, para mí, es el mejor referente que
puedo adoptar desde las seculares tradiciones religiosas y evangélicas de la política
norteamericana -incluido el feminismo socialista-. Por eso, este trabajo es mucho más
auténtico que si surgiese como mito e identificación. La blasfemia nos protege de la
mayoría moral interna y, al mismo tiempo, insiste en la necesidad comunitaria. La
blasfemia no es apostasía. La ironía se ocupa de las contradicciones que, incluso
dialécticamente, no dan lugar a totalidades mayores, y que surgen de la tensión
inherente a mantener juntas cosas incompatibles, consideradas necesarias y
verdaderas. La ironía trata del humor y de la seriedad. Es también una estrategia
retórica y un método político para el que yo pido más respeto dentro del feminismo
socialista. En el centro de mi irónica fe, mi blasfemia es la imagen del ciborg.
Un ciborg es un organismo cibernético, un híbrido de máquina y organismo, una
criatura de realidad social y también de ficción.
La realidad social son nuestras relaciones sociales vividas, nuestra construcción
política más importante, un mundo cambiante de ficción. Los movimientos
internacionales feministas han construido la ‘experiencia de las mujeres’ y, asimismo,
han destapado o descubierto este objeto colectivo crucial. Tal experiencia es una
ficción y un hecho político de gran importancia. La liberación se basa en la
construcción de la conciencia, de la comprensión imaginativa de la opresión y,
también, de lo posible. El ciborg es materia de ficción y experiencia viva que cambia
lo que importa como experiencia de las mujeres a finales de este siglo.
Se trata de una lucha a muerte, pero las fronteras entre ciencia ficción y realidad
social son una ilusión óptica.
La ciencia ficción contemporánea está llena de ciborgs -criaturas que son
simultáneamente animal y máquina, que viven en mundos ambiguamente naturales y
artificiales.
La medicina moderna está asimismo llena de ciborgs, de acoplamientos entre
organismo y máquina, cada uno de ellos concebido como un objeto codificado, en
una intimidad y con un poder que no existían en la historia de la sexualidad. El ’sexo’
del ciborg restaura algo del hermoso barroquismo reproductor de los heléchos e
invertebrados (magníficos profilácticos orgánicos contra la heterosexualidad). Su
reproducción orgánica no precisa acoplamiento. La producción moderna parece un
sueño laboral de colonización de ciborgs que presta visos idílicos a la pesadilla del
taylorismo. La guerra moderna es una orgía del ciborg codificada mediante las siglas
C3! -el comando de control de comunicaciones del servicio de inteligencia-, un
asunto de 84 billones de dólares dentro del presupuesto norteamericano de 1984.
Estoy argumentando en favor del ciborg como una ficción que abarca nuestra realidad
social y corporal y como un recurso imaginativo sugerente de acoplamientos muy
fructíferos. La biopolítica de Michel Foucault es una flaccida premonición de la política del ciborg, un campo muy abierto.
A finales del siglo XX -nuestra era, un tiempo mítico-, todos somos quimeras,
híbridos teorizados y fabricados de máquina y organismo; en unas palabras, somos
ciborgs. Éste es nuestra ontología, nos otorga nuestra política. Es una imagen
condensada de imaginación y realidad material, centros ambos que, unidos,
estructuran cualquier posibilidad de transformación histórica. Según las tradiciones
de la ciencia y de la política ‘occidentales’ -tradiciones de un capitalismo racista y
dominado por lo masculino, de progreso, de apropiación de la naturaleza como un
recurso para las producciones de la cultura, de reproducción de uno mismo a partir de
las reflexiones del otro-, la relación entre máquina y organismo ha sido de guerra
fronteriza. En tal conflicto estaban en litigio los territorios de la producción, de la
reproducción y de la imaginación. El presente trabajo es un canto al placer en la
confusión de las fronteras y a la responsabilidad en su construcción. Es también un
esfuerzo para contribuir a la cultura y a la teoría feminista socialista de una manera
postmoderna, no naturalista, y dentro de la tradición utópica de imaginar un mundo
sin géneros, sin génesis y, quizás, sin fin. La encamación del ciborg – situada fuera de
la historia de la salvación- no existe en un calendario edípico que tratara de poner
término a las terribles divisiones genéricas en una utopía simbiótica oral o en un
apocalipsis post edípico. En Lacklein, un manuscrito inédito sobre Jacques Lacan,
Melanie Klein y la cultura nuclear, Zoé Sofoulis dice que los monstruos más terribles
y, quizás, más prometedores en mundos de ciborgs se encuentran encarnados en
narrativas no edípicas con una lógica distinta de la represión, que necesitamos
entender para poder sobrevivir.
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Fotografía: Pinterest