Por: Víctor Atobas. Viento Sur. 15/07/2019
En el presente artículo reflexionaremos acerca de la línea política y pragmática de la izquierda española, en relación a la producción utópica, es decir, aquella que piensa cómo relacionarnos de un modo radicalmente distinto entre nosotros y con la naturaleza; la ruptura. Tal y como hicimos en artículos anteriores, seguiremos el legado que nos dejó Fredric Jameson, que nos permite pensar la postmodernidad de forma dialéctica, esto es, al mismo tiempo como catástrofe y como progreso. Jameson sugiere que la izquierda de nuestros días no deja de ser conservadora, pues reacciona al movimiento infernal del capitalismo, que trata de conquistarlo y devorarlo todo bajo el fuego crepitante de la destrucción. Por tanto, esta terminación del proceso expansivo del capital sería la catástrofe más grande que podrá concebirse.
De modo que en nuestro país distintas izquierdas tratan de conservar lo poco que queda del Estado del bienestar, de introducir algunas reformas o bienes libres de la mercantilización – como en el debate que se produjo acerca de los bienes comunes, uno de cuyos más grandes animadores fue el pensador César Rendueles–. Por aquel entonces nosotros manifestamos nuestra preocupación a Rendueles; sin embargo, sólo con el paso del tiempo y las lecturas de Jameson pudimos llegar a comprender su postura. Y es que, si renunciáramos a regular el movimiento expansivo del capital, este nos destruiría por completo.
Es decir, por una parte estaría la lucha política, que tan inteligentemente comprenden pensadores como Santiago Alba Rico, Carlos Fernández Liria, o el propio César Rendueles, entre muchos otros; una batalla política que en estos momentos ha de ser conservadora. ¡Cuánto tiempo nos ha llevado entender esto a sus discípulos! Pues es esta izquierda la que tiene en mente la totalidad del sistema – cuando esta puede captarse, de forma intermitente–, y por tanto sabe que si no pone axiomas al capitalismo como pudiera ser la regulación del sistema financiero, si no trata de conservar ciertas parcelas fuera de la mercantilización, de introducir reformas y rescatar los servicios públicos, entonces todo estaría perdido porque el único programa alternativo sería el de la nada de los nuevos partidos fascistas, que no comprenden la totalidad del capitalismo y que, lo que es en extremo peligroso para nuestras vidas, no ponen axiomas, no regulan el capital ni lo reforman, de modo que este sigue incrementando su voracidad destructiva y caníbal. Es en esta situación, por tanto, la que conlleva que la izquierda sea muchas veces conservadora.
Sin embargo, echamos en falta construcciones utópicas que recuperen el entusiasmo por el futuro. Esa sería la otra parte del marxismo, si queremos expresarlo así, en la que se nos invita a que retomemos el entusiasmo por el futurismo, así como el empeño en cuidar las semillas del futuro, que van brotando en nuestro día a día.
Para ilustrar las dificultades de la línea política a la hora de contribuir a la ruptura revolucionaria, recurriremos a la expresión grilletes de oro. Marx utiliza dicha expresión cuando explica, en el primer tomo de El Capital, que no es el capitalista el que se encuentra al inicio del proceso económico, del que no es más que un mero portador; el sujeto del proceso es el trabajador. Por tanto, es este quien se crea sus propios grilletes de oro, su empleo asalariado; además, al presionar a la empresa por la mejora de sus condiciones laborales, no hace sino apresurar aun más los planes de esta para sustituir la fuerza de trabajo por maquinaria y nuevas tecnologías. En definitiva, es el trabajador el que causa la alta productividad del capitalismo y, en última instancia, el sujeto de su propia explotación.
Para entender cómo es esto posible, recurriremos a un ejemplo. Imaginemos una empresa que quiere contratar a un trabajador; en el presente momento no cuenta con todo el capital necesario para pagar al empleado a final de año, tampoco puede pedir un préstamos a causa de su desastrosa situación financiera, pero aun así lleva a cabo la contratación. ¿Por qué? Porque el empresario sabe que antes de que haya terminado el año, el propio trabajador no sólo habrá producido su sueldo, sino el plusvalor del que él va a apropiarse. Es decir, en este ejemplo, ha sido el propio empleado el que se ha encontrado realmente al inicio del proceso, aunque a primera vista hubiera parecido que no: ¡es que el capitalista ni siquiera tenía dinero para comprar la fuerza de trabajo!
Es esta distancia entre el valor de la fuerza de trabajo y su autovalorización en el proceso laboral, la que conocen muy bien nuestros enemigos, y la que conlleva tantas dificultades para la línea política del marxismo. Además de que los trabajadores se forjan sus propios grilletes de oro, muchas veces gozan de ello. La izquierda ha teorizado esto como la expansión del mercado; todo ha sido llevado al interior de lo económico, nada se le escapa al capital, y entonces los partidos izquierdas deberían – según esta concepción pragmática– llevar a cabo políticas conservadoras o reformistas que saquen ciertas facetas de lo económico o que mejoren las condiciones laborales. Como decíamos, esas luchas son necesarias y admiramos a los pensadores que las fundamentan.
Pero precisamente, según Jameson, lo que ha de ampliar el marco de esas contiendas es la producción utópica que, aunque se sigue llevando a cabo en la actualidad, tal y como comentábamos en anteriores artículos, no recibe tanto cuidado y esfuerzo como merecería. La utopía ya no se identifica estrictamente con el marxismo, del que toma su capacidad para imaginar estructuras grandes y duraderas como el Estado o el Partido, ni tampoco con el anarquismo, del que recoge su habilidad para dar rienda suelta el deseo y la fantasía. Se podría entender la utopía como una síntesis entre marxismo y anarquismo, desde el pluralismo propio de nuestra época, en la que se establece un debate acerca de si la mejor utopía es la ecologista, la feminista, la tecnológica o cibernética – entre otras–, o si acaso todas esas posiciones, que aparecen dejando huellas en las diversas artes, podrían llegar a componerse y ser compatibles entre sí, pero no con el capitalismo.
No se trata tanto de que proporcionemos una narración, como sugiere Zizek refiriéndose a películas como V de Vendetta, de qué sucedería el día después de que haya saltado por los aires el Palacio de Westminster y la representación parlamentaria – que, cabe añadir, es un concepto de la modernidad emergido de su tumba como un zombi– haya sido finalmente enterrada en el basurero de la historia. No se trata de eso, sino más bien, de leer, escribir y pensar desde las huellas parciales que el futuro – la esperanza– deja en el presente, para entender que si el impulso que subyace a lo que hacemos es el deseo de relacionarnos de otro modo entre nosotros, es decir, de una sociedad sin clases, entonces no podemos contentarnos con las limitaciones de la línea política que hemos venido mencionando, y debemos librarnos, en la medida de lo posible, de los grilletes de otro.
Uno de los mayores obstáculos para la utopía se encuentra en el propio modo de producción capitalista; pues nuestra imaginación ha sido debilitada por el frenesí de la repetición y la rutina de la producción. Nuestra experiencia temporal ha cambiado, parece que siempre estamos trabajando y que el acontecimiento se ha esfumado; alternamos el tiempo de la producción y el consumo, con el del descanso. Sin embargo, Jameson nos recuerda que el proceso de reificación o cosificación del capital, que lo convierte todo en mercancía sin capacidad de afectación crítica, se puede interrumpir de forma momentánea gracias a la figuración y al arte que alcanza lo sublime postmoderno – que representa el espacio del capital, y nos ayuda a entender nuestro lugar en él–; gracias sobre todo a la dialéctica, esto es, a pensar nuestra época al mismo tiempo como catástrofe y como progreso para acabar con las trampas ideológicas del neoliberalismo. Esto no quiere decir que, con la interrupción del proceso de cosificación, se alcance una lenguaje utópico transparente, sino que la utopía es precisamente el género que acaba la trampa ideológica de no hay otro mundo y otra existencia posibles.
Volviendo a lo que decíamos antes; si para la línea política de la izquierda, lo único posible es la reforma y la regulación del capital, para que este no nos destruya por medio de la nada de los nuevos partidos fascistas, para la línea utópica del marxismo estamos siempre al comienzo de la esperanza.
Sin embargo, en nuestro país parece que las utopías que más atención merecen en la actualidad son las de Euskadi y Catalunya independientes – en esta ocasión dejaremos de lado la distopía de los nacionalistas españoles, quienes son incapaces de amar a sus amigos vascos, catalanes, por no decir colombianos o marroquís–. Bajo esas utopías, en concreto en el caso de la izquierda abertzale y la CUP, subyace el impulso utópico de una sociedad sin clases. La realidad del modo de producción capitalista y globalizado, como sabemos, niega la posibilidad de una verdadera realización de las mencionadas utopías, lo que no debe conducirnos a que pasemos por alto el potencial de movilización que pueden tener dichas construcciones utópicas. Aunque cabe señalar que, en cierta manera, los trabajadores vascos y catalanes seguirían con los grilletes de oro puestos, aun en el caso de la (imposible) realización de la independencia; es decir, seguirían dependiendo del proceso económico del que son sujetos, y del que se encuentran al inicio. Porque las izquierdas vascas y catalana tienen los mismos grilletes de oro, aunque las utopías que han construido muestran un deseo de relacionarse de otra manera con el otro y por eso debemos tener en cuenta su potencial de movilización y su articulación histórica.
Concluyendo, consideramos que sería de especial interés para la izquierda española que, además de su dedicación a la línea política, no se olvidara de construir su utopía; que, siguiendo los consejos legados por Jameson, debería ser una utopía pluralista que, sintetizando el plano molar o extensivo del deseo que tan bien han trabajado las propuestas marxistas – acerca sobre todo de la creación de grandes organizaciones–, con el plano molecular o intensivo de la fantasía anarquista, llegara a combinar lo mejor de las utopías presentes en la sociedad: feministas, ecologistas, tecnológicas, y otras, de modo que estas fueran compatibles entre sí pero no con el capitalismo. Esto demostraría que sí hay alternativa, que podemos relacionarnos de otro modo entre notros y liberarnos de los grilletes de oro; lo que a que buen seguro insuflaría grandes energías a nuestras luchas.
04/07/2019
Víctor Atobas es escritor. Entre otros libros, es autor de Autoridad y culpa (Piedra Papel Libros, 2017), y El deseo y la ciudad. La revuelta de Gamonal (Zoozobra, 2018).
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