Por: Marcelo Ramal. 27/01/2021
La trascendencia que ha tomado el debate sobre la “presencialidad” educativa demuestra que, en torno de él, se dirime un conflicto que excede largamente a la propia educación.
El retorno a las aulas podría ser una consecuencia “lógica” o esperable de una remisión de la pandemia. Pero el debate se da en las circunstancias opuestas, en Argentina y en el mundo: docentes y alumnos son llamados a las aulas cuando el ritmo de contagios y muertes es el más elevado, y cuando el proceso vacunatorio, además de incipiente, es totalmente incierto en su ritmo y consecuencias.
Quienes vociferan por el ´regreso a clases´ saben muy bien todo esto, y por ese motivo -y no a pesar de él- han colocado al punto como central. Desde el comienzo de la pandemia la gran burguesía ha defendido la “inmunidad de rebaño”, sea sin límites (Trump, Bolsonaro, Macri, Piñera) o con atenuantes, cuando no al principio, enseguida después.
Después de un año de cuarentenas intermitentes, rescates capitalistas y estados en situación de bancarrota financiera, la burguesía mundial ha adoptado diversas versiones de esa ´inmunidad´, ahora, con la perspectiva de la vacuna. El escenario dantesco de California, Manaos y varias ciudades europeas nos habla, sin embargo, del progreso liso y llano de un desastre sanitario, sin ningún atenuante.
La educación tiene su impacto en la circulación del capital en su conjunto, pues el cuidado de los hijos dificulta la concurrencia de sus padres al trabajo. Pero los esquemas “presenciales” que se discuten apenas tienen un valor simbólico, pues plantean concurrencias con días alternados, para conciliar la distribución de docentes -y de espacios abiertos- entre el conjunto de los alumnos. El régimen “desesperado” por volver a las aulas fue incapaz, a lo largo de este año, de preparar ese retorno con expansión de aulas, adecuación de las escuelas ¡contratación de nuevos docentes! En estas condiciones, es difícil pensar al “regreso” como un factor organizador de la vida social o familiar. Todavía más remotos aparecen sus beneficios pedagógicos. En cualquier caso, los antecedentes internacionales indican que estas “experiencias” han terminado abruptamente, por la llegada del Covid a las escuelas a través de algún alumno o docente, e incluso por la reticencia de los propios padres a enviar a los hijos, como ha ocurrido en Nueva York. Esos apurados “retornos a las aulas”, por lo tanto, terminaron siendo un factor de agravamiento del desquicio educativo previo.
A la luz de lo anterior, es muy claro que al Estado y a los capitalistas les importa un bledo la educación. La campaña por el “regreso a las aulas” es una pura agitación política, dirigida a ponerle fin a todos los elementos de “excepcionalidad” o emergencia que en el pasado reciente fueron impuestos debido a la pandemia. Volver a las aulas es la punta de lanza de la normalidad económica, de la liberación de precios y tarifas, del fin del IFE y de cualquier asistencia sanitaria de emergencia. Que Alberto Fernández y su ministro le hayan firmado un pagaré con fecha a la “presencialidad” -“en marzo volvemos a las aulas”- es una muestra de la pusilanimidad política de los “nacionales y populares” frente al gran capital y sus tendencias más recalcitrantes.
“Socialización”
La pandemia ha parido a varias nuevas especies televisivas, entre ellas, el infectólogo mediático. Ahora, se ha sumado otro especimen, el “pedagogo”, que aboga por la enseñanza presencial y se lamenta por la falta de socialización de los niños, nada menos que durante un año seguido. Estos individuos llaman “socialización” al amuchamiento improvisado de alumnos en escuelas sin espacios suficientes, ni recursos sanitarios, ni docentes en el número necesario.
Los “socializantes” no han reparado en el monumental fracaso del capitalismo en restaurar la vida social en medio de la pandemia. Las causas de ello no sólo residen en la crisis de infraestructura escolar, sino también en el hacinamiento habitacional y el desempleo. Mientras se pregona la “socialización” escolar, la vacuna se ha convertido en el bien más “individual” y “privado” del planeta, bloqueando su difusión entre, por ejemplo, docentes y alumnos. En medio de esta crisis humanitaria con final abierto, la vida social se ha revelado incompatible con el lucro privado – los experimentos del capital, entre ellos el de las escuelas, sólo conducen a nuevos contagios y muertes.
Docentes y “comunidad educativa”
Bajo la monumental presión de esta campaña “pro-presencialidad”, las burocracias de los sindicatos, afines al gobierno, han disuelto la cuestión docente de dentro de la llamada “comunidad educativa”. También algunos izquierdistas nos recuerdan que “todos son trabajadores” – los docentes y auxiliares, de un lado, pero también los padres y madres de los alumnos de la escuela pública, del otro. El docente, así, debería volver a las aulas en nombre “de los trabajadores” que no son docentes. Una superchería.
Pero en el mundo de la escuela, el interés de la clase trabajadora, como clase explotada, está representado por el docente y el no docente. Por supuesto que importa el interés de la clase obrera en su conjunto, pero éste sólo puede edificarse a partir del docente –nunca a costa de él. En otras palabras: si la docencia rechaza esta “presencialidad” letal, en defensa de su vida y su salud, habrá defendido con su lucha la vida de estudiantes y padres. En cambio, si en aras de la difusa “comunidad” es obligado a trabajar, la supuesta defensa de “todos” terminará en el contagio de muchos.
En verdad, los fanáticos de esta “presencialidad” no han inventado nada: cuando los obreros del transporte paran por sus salarios, se los extorsiona en nombre de la “comunidad” de trabajadores que no puede viajar. El clasismo sindical defiende la lucha, y busca superar el choque circunstancial –entre el trabajador de paro y el trabajador como “usuario”- convocando a la solidaridad obrera general. Este es el camino que deben transitar ahora los sindicatos docentes, y particularmente aquellos que han sido arrebatados a los agentes del gobierno.
Hay que denunciar con energía el propósito reaccionario de la campaña por el regreso “a las aulas”, en el momento más agudo de la pandemia; señalar el carácter antiobrero de la campaña contra la docencia, y preparar una lucha. El reclamo de condiciones laborales “consensuadas” ha tenido como respuesta oficial el retorno en las actuales condiciones, – o sea, llevar a los docentes a las aulas en el pico de la pandemia, como prueba de fuerza contra el conjunto de los explotados y como señal de que la “normalidad” capitalista se abrirá paso a como sea. Es la firmeza de un planteo de lucha -y no las vacilaciones- lo que ganará a los padres y estudiantes a un campo común.
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Fotografia: política obrera