Por: Jorge Zepeda Patterson. EL PAÍS. 26/02/2020
En lugar de asumir el problema de los feminicidios y ponerse a la cabeza, como ha hecho en otros casos, López Obrador terminó por concebirlo como munición del enemigo y evadirlo.
Los feminicidios y el asesinato de Fátima, una niña de 7 años, un crimen que por su salvajismo ha conmocionado a la opinión pública mexicana, se han convertido en el nuevo campo de batalla entre el régimen de la 4T y sus detractores. Una confrontación en la que López Obrador ha llevado las de perder desde el primer momento. En otras polémicas, como el combate al robo de combustibles o huachicol, el estancamiento económico, la salud pública o incluso la rifa de un avión presidencial, el presidente se las arregló para llevar la iniciativa y estar un paso adelante, gracias a un nuevo anuncio o una medida espectacular. En todos ellos, el mandatario fue capaz de neutralizar los ataques gracias a su capacidad para convencer a las mayorías de que los problemas (y las críticas) tenían que ver con el neoliberalismo, los conservadores y la corrupción, en suma, con los males heredados del régimen anterior.
Pero en el tema de los feminicidios invocar el neoliberalismo como origen del fenómeno no ha surtido el menor efecto. La explicación sociológica (los crímenes de género están asociados a la descomposición de valores morales y familiares producto de la deshumanizada sociedad de consumo, léase neoliberalismo), podría haber sido útil en un ensayo, no en un jefe de Estado de una nación conmocionada y asustada por un crimen infame y por una epidemia de violencia que se ceba en contra de las mujeres (diez asesinadas por día, desde hace unas semanas). El columnista Ricardo Rocha lo dijo de manera impecable: “lo que indigna es que no se le vea indignado. Lo que conmueve es que no parezca conmovido. Lo que ha desatado la furia es que no se muestre furioso”.
AMLO ha reaccionado lento, mal, y a contracorriente de sus mejores instintos. Cada respuesta tardía e insuficiente no ha hecho sino empeorar su situación. Un hecho “lamentable”, se limitó a decir sobre la niña a pregunta expresa y sin mencionarla por su nombre.
En realidad López Obrador ha sido un hombre sensible a los temas de equidad de género. Sus gobiernos (en la Ciudad de México y ahora en el Gabinete federal) han sido paritarios entre hombres y mujeres, las madres son el eje de sus políticas asistenciales y familiares, su discurso sobre los derechos de la mujer ha sido consistente a lo largo de su trayectoria. Más allá de un léxico tradicionalista, producto de sus orígenes y su generación, AMLO no es un hombre misógino.
Por lo mismo sorprende que el tema lo haya desbordado, que no haya sido capaz de responder sea por convicción o, al menos, por reflejo político. Me parece que la desacertada comunicación del presidente en este caso obedece, por un lado, a una falta de comprensión del tema en concreto. Por supuesto que en última instancia el fenómeno del feminicidio abreva en la violencia y la inseguridad pública, en la descomposición de valores, pero son crímenes de odio muy puntuales sobre los cuales el sistema escolar, las autoridades judiciales y policiacas, las comunidades podrían hacer mucho más, lideradas por el Estado y en respuesta a un clamor muy específico de una comunidad indignada e impotente.
Por otro lado, tengo la impresión de que el presidente le tomó tirria al asunto de los feminicidios al advertir que se había convertido en una bandera utilizada por sus adversarios para incriminarlo. Pero en lugar de asumir el tema y ponerse a la cabeza, como ha hecho en otros casos, López Obrador terminó por concebirlo como munición del enemigo y, por consiguiente, a restarle importancia o evadirlo.
Para su desgracia, la sesión de preguntas de la llamada Mañanera, no le ha dado respiro. Obligado a responder, el presidente ha improvisado mal sin esconder las pocas ganas que tiene de hablar del tema. El resultado es que sus respuestas, o la falta de ellas, alimenta las tertulias de radio y los trending topics en registros cada vez más histéricos. Textos y micrófonos que en tonos desmesurados lo hacen responsable de la violencia contra las mujeres, acusaciones a diestra y siniestra en redes sociales que lo hacen corresponsable de la muerte de Fátima por la negligencia de su gobierno. Una lapidación intensa y generalizada en toda la línea y que sus adversarios de siempre han festejado con el arribo de nuevos críticos.
Imposible anticipar la factura política que este desencuentro provocará en la imagen de un presidente que hasta ahora ha gozado de muy altos niveles de aprobación. Los ataques a su figura han sido sistemáticos desde el inicio de su gobierno y bajo cualquier pretexto desde los sectores que le son adversos. Pero esta vez parecería que están alcanzando, a juzgar por los muchos testimonios en redes sociales, a ciudadanos desencantados que votaron por él. Desde luego, hay una enorme masa leal que es refractaria a este desgaste y otros segmentos que, si bien no se arrepienten de haber optado por una alternativa ajena al PRI y al PAN, consideran que el presidente se ha equivocado.
Más allá de una coyuntura desfavorable, que tarde o temprano pasará a segundo plano frente a la vorágine de la agenda pública, habría que observar si este tipo de desencuentros provocan una erosión, y en qué grado, en la luna de miel que existe entre AMLO y “el pueblo”.
Y más preocupante aún, habría que preguntarse si el presidente comienza a perder la sensibilidad que le ha caracterizado para intuir el sentir de las mayorías. Su determinación para organizar la rifa de un avión presidencial, aun sin avión, revela ya un desajuste con el sentido común del hombre de la calle, pero lo está sacando por las justas aunque no sin abolladuras. No obstante, en el tema de los feminicidios los yerros están a la vista. Una señal de alerta para el soberano.
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Fotografía: EL PAÍS.