Por: Ventura Alfonso Alas. Chalatenango. El Salvador. Mayo de 2022
En memoria de tantas madres que perdieron a sus hijos durante la guerra civil salvadoreña,
con especial en la masacre de Las Aradas.
“Miren a Cristo crucificado, la figura del oprimido más grande,
la del hombre que sufre la injusticia más criminal de la tierra,
la del inocente que muere en una cruz y
mira a su propia madre hundida en el dolor de la injusticia y desde allí clama
¡padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!
Y desde su dolor, injustamente sufrido, se convierte en el redentor de los hombres”.
Mons. Oscar Arnulfo Romero.
(A las madres de los desaparecidos, 1 de diciembre de 1977)
Seguramente puedo parecer fuera de contexto al escribir sobre la figura de la madre después de haberse dedicado un día (10 de mayo en El Salvador) para celebrarlo. He sido testigo de la cantidad de saludos que circularon en la radio y la televisión, de canciones dedicadas, de ofertas en diferentes tiendas de electrodomésticos, ropa y calzado para regalar a la madre; de los restaurantes abarrotados en donde se dieron cita hijos, nietos y esposos para llevar a comer a la “reina del hogar”.
Las floristerías estaban básicamente agotadas desde el día anterior con arreglos encargados, algunas instituciones financieras tenían largas colas para retirar remesas. Faceboock no se hizo esperar con la inundación de imágenes alusivas al día; textos saludando y expresando el más grande amor hacia mamá. En las fotos, todos felices.
En muchas declaratorias reconocen que el día de mamá debe ser todos los días del año, que a mamá no se le regalan electrodomésticos, que hay que consentirla ese día, que mamá sólo hay una, que mi mamá es la mejor del mundo. Incluso para las madres ya fallecidas he visto y escuchado saludos hasta el cielo, rogando porque desde allá siga guiando los pasos de sus hijos.
Ambiente de felicidad y gratitud sería el 10 de mayo recién pasado[1]. Esto evidentemente no aplica para el 100% de la población, también conozco de familias que lo asumen como un día normal, que por razones históricas, económicas, políticas o culturales no responden al llamado global de participar de esta fiesta nacional.
En esta fecha indudablemente parece que todos estamos de acuerdo, unos celebrando y festejando a la madre y otros celebrando las ganancias, las redes sociales transmiten alegría y felicidad. Del modo que sea estamos llamados, al menos en este lapso de tiempo, a reflexionar sobre este SER, mujer-madre desde distintas miradas que implica esta figura en la sociedad salvadoreña.
Luego de estrenarme como padre de familia de mi hijo Glenn (febrero 2009) y reestrenarme casi 7 años más tarde con mi hija Valentina, he ido madurando ideas y comprendiendo con más detalles todo lo que implica la maternidad.
Claro que estoy de acuerdo en celebrarle a la madre, en expresarle todo el cariño y el amor que llevamos dentro, en mostrarle todo lo agradecidos que estamos por todos sus esfuerzos para mantenernos con vida; pero es muy importante que mantengamos este espíritu permanentemente, que reconozcamos su aporte indispensable en nuestras vidas.
También quiero dejar en claro el que este escrito responde a la necesidad de visibilizar a todas las madres que fueron asesinadas durante la guerra civil salvadoreña y madres que sus hijos fueron asesinados durante este momento histórico de la sociedad salvadoreña.
Sería la madrugada del 14 de mayo cuando el ejército salvadoreño, en complicidad con el ejército hondureño, asesinaron a más de 600 personas en las riberas del río Sumpul, a la altura de Las Aradas, jurisdicción de Ojos de Agua, en Chalatenango.
Entre los relatos de los sobrevivientes, se destaca el sacrificio de madres intentando salvar a sus hijos e hijas, corriendo de un lado para otro buscando algún lugar seguro para resguardar su vida. Unas pocas lo lograron.
De allí muchos niños y niñas quedaron en la orfandad, su madre fue asesinada. Muchas madres quedaron sin su hijo o hija, serían masacrados también. Madres sin hijos e hijos sin madres; sería el resultado de esta masacre perpetuada hace 42 años. Entre los testimonios más desgarradores de algunos testigos: el hijo le fue arrebatado de los brazos y asesinado enfrente de su madre, le rajaron la panza, sacaron al bebé y lo tiraron al río. Semanas más tarde algunos valientes que se atrevieron a explorar el lugar exacto de la masacre cuentan de la cantidad de cráneos de niños a la orilla del río Sumpul.
Durante las guindas[2] antes de la masacre y después, sucedieron hechos de la misma magnitud. Muchos niños nacimos en ese contexto, somos el fruto del sacrificio de nuestras madres para salvaguardarnos en condiciones de guerra, de persecución sistemática por tierra y aire, el delito: ser pobres y marginados, campesinos y obreros; exigir tierra para trabajar, educación, salud, participación política…
Este mayo de 2022, me siento con la obligación moral de escribir este artículo en honor a todas las madres sin hijos y a todos los hijos sin madre. ¿Habrá alguna coincidencia con las locas de la plaza de mayo de Argentina? –aquellas madres que la dictadura argentina les quitó a sus hijos y ellas se negaron a olvidar-. ¿Las madres salvadoreñas habrán olvidado este acontecimiento? ¿Los huérfanos e hijos de la guerra civil que celebrarán en mayo? ¿Al igual que las “madres locas” de Argentina, estaremos obligados a sufrir de amnesia?
Reconozco todos los aportes a la vida, admiro el sacrificio permanente de las madres por sus hijos; seguro estoy que desde diferentes circunstancias, las madres luchan por transformar nuestras vidas, por mejorarlas cada día. Ese punto de encuentro es visible para todas las madres salvadoreñas, independientemente del momento histórico que les haya tocado ser madres. Siempre luchan radicalmente cada día en contra de la muerte, luchan incansablemente por la vida.
[1] Aclaración necesaria: No estoy en contra que se le celebre y se reconozca el valor de la madre en la familia y en la sociedad, el aporte invaluable que tiene la mujer como sujeto de lucha, resistencia y cambio en la historia.
[2] Guinda, término que explica la huida de civiles por las diferentes montañas de Chalatenango, para esconderse de los operativos militares del ejército salvadoreño, invasiones y bombardeos aéreos. Muchas familias pasamos durante años deambulando de un lado a otro para salvaguardar la vida; durante este éxodo cientos de madres dejaron a sus hijos asesinados en diferentes puntos, cientos de hijos quedaron sin madres. También los relatos del sacrificio de madres para defender la vida de sus hijos.