Por: Ramón Gilberto Gutiérrez Mora. Revista Cuentario. 25/12/2017
Con las evaluaciones, ell maestro ha comenzado a entrar en la distopía que parecía lejana, ha dejado de serlo para pasar a ser parte de su realidad.
“Quien controla el presente controla el pasado y quien controla el pasado controlará el futuro”
George Orwell (1984)
El género de la novela distópica fue atribuido inicialmente a Aldous Huxley, aunque dos siglos antes Jonathan Swif parecía haberlo hecho con los viajes de Gulliver. En el Mundo Feliz del escritor británico el nodo principal versa sobre una sociedad dirigida por máquinas y la gente en un mundo como autómata, solo haciendo su papel, dicha idea, parece ser retomada para llevar a la pantalla Matrix, una de las películas filosóficas más relevantes del siglo, aunque sugiera en el cierre del siglo anterior. Esta cinta ha sido innumerables veces analizada desde las más diversas aristas, hoy nos recuerda la obra de Huxley y este filme que la distopía no parece estar muy lejana de la realidad.
La Matrix es una inteligencia artificial que gobierna a los humanos y se nutre de su trabajo. Los habitantes no saben que son gobernados por ellas.
Pues bien si tanto en el Mundo Feliz como en Matrix el mundo lo gobiernan las máquinas, la inteligencia artificial, no parece nada lejano de lo real. Es necesario ahora remitirnos al trastorno psicológico al que son sometidos los encargados de la educación en el país, los docentes que son sometidos a una evaluación, obligados por las reformas de un grupo de representantes que no representan a nadie.
¿Como sabe el docente que va a evaluarse? Iniciemos respondiendo este particular cuestionamiento. El docente es notificado por medio de un correo electrónico signado por una autoridad simbólica “el servicio profesional docente”, alguien sin rostro, y a quien jamás el docente sabrá porque debe obedecer. El mismo le envía una contraseña y usuario y le asigna una serie de ligas a donde deberá remitirse para saber los tiempos y como evaluarse. Obvio resulta que todo será desde entonces en una relación entre computadora y usuario. Desde entonces el maestro entra en una dinámica psíquica que le genera en el mayor de los casos un estrés permanente, nadie le dice como todo se lo dirá la máquina, así estará por los próximos meses, hasta que deba concluir frente a otra computadora que evaluará sus conocimientos en él área.
Otra vertiente tiene que ver con la evaluación en una máquina que deberá llenar la autoridad inmediata y el mismo docente, lo cual no reviste importancia, porque si bien la autoridad sabe el desempeño del maestro, el maestro deberá demostrar con evidencias y argumentos su trabajo frente a la máquina, entonces el papel y la mirada de la autoridad y del maestro en realidad no obtiene valor, sino que es una medida solamente de sentirse tomado en consideración.
Las últimas 72 horas frente a la computadora son para el maestro evaluado un nivel extremo de angustia, la computadora se satura y todos aquellos que deben subir sus trabajos son obstaculizados en una especie de venganza del sistema operativo, quizá golpeen el ordenador, maldigan, pero la máquina no mostrará signos de comprensión, existen casos documentados de maestros que incluso terminaron sus días como consecuencia del estrés, otros que las enfermedades hicieron presa de ellos y su destino se vio quebrantado.
No tiene el maestro en todo este tiempo un acompañamiento en su quehacer, debe atender solo lo que la máquina a través del correo electrónico y la plataforma le vaya indicando, solo podrá a intención propia buscar apoyos o maestros en la misma condición para caminar paralelo, y una vez concluido su proceso y quizá desmejorada su salud vivirá otros meses de angustia en espera que la máquina le notifique si aprobó o deberá volver a evaluarse nuevamente en una segunda oportunidad, si aprueba podrá estar un tanto tranquilo hasta por los próximos cuatro años y nuevamente la tortura psicológica volverá a comenzar. Ha comenzado entonces el maestro a entrar en la distopía que parecía lejana, ha dejado de serlo para pasar a ser parte de su realidad.
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Fotografía: Revista Cuentario