Por: Irene León. alai. 09/03/2020
Uno de los más relevantes hechos políticos contemporáneos es el posicionamiento del feminismo como una fuerza transformadora de alcance mundial, conseguido tanto por sus aportes a la movilización de ideas para aprehender la realidad y actuar sobre ella, como por la acción política y estratégica que, como pieza medular para todo cambio, se despliega desde múltiples escenarios.
De Buenos Aires a Manila, de Ciudad del Cabo a Sao Paulo, de Delhi a San Juan y en todos los rincones del planeta, una multiplicidad de situaciones estructurales y datos delinean la abigarrada cartografía de las relaciones de poder patriarcal, a la vez que amplias movilizaciones, reivindicaciones y resistencias revelan el carácter histórico, por tanto reversible, de ese poder.
Legatario de la provocación epistemológica colocada por la conceptualización del patriarcado[1] como sistema socioeconómico y cultural complejo, el feminismo del Siglo XXI ha emprendido la dilucidación de los componentes de esa formación social, para evidenciar tanto sus expresiones situadas como las de carácter sistémico y proponer cambios que inhabiliten las dinámicas que propician su reproducción histórica.
Estos avances políticos y teóricos han permitido mostrar que la transformación de la realidad socio económica de las mujeres tiene una relación dialéctica con cambios en la estructura general de la sociedad. Así, en un contexto en el que se condensa la concentración de bienes y recursos y se multiplican los niveles de exclusión geoeconómica, el feminismo coloca la contradicción capital-vida como categoría de análisis indispensable para explicar fenómenos tales como la tendencia al descarte exponencial de las mujeres y otras personas afectadas por desigualdades estructurales. La contradicción capital-vida se agudiza mientras la reproducción del capitalismo global apunta a la mercantilización de la vida -de todas las esferas y de todas las necesidades-, a la vez que su expansión reposa sobre la intensificación de la explotación de la naturaleza y de las personas.
Sobre la base del reconocimiento de la división sexual del trabajo formulada en el siglo XIX y del valor del trabajo doméstico conceptualizado en el XX, la economía feminista ha incursionado en la formulación de horizontes económicos alternativos y sistémicos, que apuntan hacia la sostenibilidad de la vida[2], desde un enfoque de diversidad económica en la que el mercado capitalista es el poder dominante, pero sólo eso. Esta perspectiva figura en conceptualizaciones recientes tales como la economía para el Buen Vivir[3], que coloca la reproducción de la vida y no la del capital al centro de los proyectos de sociedad. Similares planteos se delinean en otras perspectivas de economías alternativas, como la del cuidado, que “Incluyen diversas actividades de producción, intercambio y generación de ingresos que no se rigen por la lógica del mercado capitalista y que se asocian a la satisfacción de necesidades básicas de alimentación, vivienda, vestido, infraestructura básica. Involucran saberes, prácticas y tecnologías que hacen parte de los acervos culturales de diversas sociedades y comunidades”[4].
Con creatividad y con múltiples cuestionamientos a los discursos dominantes, a sus omisiones y presunciones, el feminismo ha develado una realidad heterogénea, diversa y contradictoria, que apela a su vez a renovadas miradas dialécticas sobre el porvenir y la historia, que incluyen dimensiones antes consideradas específicas, como es el caso de la sexualidad y la reproducción, ahora en debate en esferas de la política pública y de la normativa internacional, así como en las calles, en los escenarios económicos y de política económica, en los medios y otros.
Por su parte el patriarcado, mimetizado con las reconfiguraciones de poder del capitalismo global, muestra músculo y presenta mecanismos reajustados a las circunstancias y los tiempos. La simbiosis entre patriarcado y capitalismo global está presente en la disputa por el control del mundo por parte de los poderes transnacionales, financieros, comunicacionales y militares; está en la brega por la hegemonía tecnológica, perentoria para el ejercicio del poder en el capitalismo de la vigilancia; está en los envites geoeconómicos y los ‘reordenamientos territoriales’ inherentes al control de los recursos ‘naturales’ y de la tierra; así como en los diseños gerenciales para el manejo de las sociedades ‘por fuera de la política’, y otros.
La transición de un proyecto de mundo multilateral, basado en la existencia de Estados, países y culturas, hacia uno cimentado en intereses corporativos privados, con poderes supraestatales, omnímodos y fácticos, no es menor. La globalización, que se cristalizó en el último cuarto del Siglo XX, produjo una importante disputa de sentidos, no sólo por las resistencias de pueblos y culturas frente a la homogenización, sino porque su modelo extraterritorial, bajo la predominancia de las transnacionales y el capital financiero, implicó una intensa conculcación de derechos económicos, sociales, colectivos, entre ellos los laborales, para reorganizar la producción a escala mundial, con formas tales como la deslocalización del trabajo, la flexibilización o las cadenas de producción global.
Las mujeres son mayoría en cadenas de producción flexible y muchas veces insalubre, en áreas clave para el nuevo momento del capitalismo, por ejemplo el de las tecnologías digitales[5], ni hablar de las conocidas zonas francas o aquellas de la producción agrícola transnacional, para mencionar algunas. Es más, se han desarrollado márgenes socioeconómicos donde mujeres, conjuntamente con personas sin poder, tales como las indocumentadas y otras, configuran una geopolítica de la supervivencia a escala global[6]. Saskia Sassen caracteriza a las economías sumergidas, informales e incluso ilegales como estructurales al sistema, de modo que la precarización laboral no sólo convive sino que sustenta los salarios elevados, los derechos y los empleos dignos de pocos.
Pero estamos también ante una transnacionalización de la violencia patriarcal, pues a la par del recrudecimiento de la violencia machista pública y privada, se han posicionado también las doctrinas de control y prácticas de expoliación de datos personales que se asocian al capitalismo de la vigilancia, y peor aún han entrado al cotidiano las simbologías y las realidades de la guerra.
Con el gran derroche de poder que exhibe el Complejo Industrial Militar -de Estados Unidos y sus adláteres-, está sobre la mesa la reestructuración de una economía política de la violencia, además de una remozada versión de la división internacional y sexual del trabajo de la destrucción y la guerra, que comprende desde la inclusión de las mujeres como militares o paramilitares, hasta su enrolamiento en la prostitución y otras actividades asociadas al entretenimiento, que la militarización propicia[7]. Pero también hay trabajadoras que, expuestas a productos químicos o en condiciones precarias, dejan su salud en la fabricación de chips para los drones o de otros armamentos.
Paradójicamente, en esos contextos insanos, también se reconstituyen ‘subculturas’ estereotipadas de la feminidad y modalidades de consumo, con endeudamientos sempiternos, mientras que las imitaciones de las marcas ‘globales’ adquiridas, tienen fechas de caducidad muy reducidas y se esfuman. Pero esos chascos también les pasa a los países, que se endeudan para participar en dinámicas de seguridad y de defensa hemisféricas o globales ajenas, mientras es conocido que las armas se gastan en el Sur, para saquear los territorios y recursos de los endeudados.
El Complejo Industrial Militar, como poder fáctico global, exhibe un planteo de militarización ad infinitum, que compromete capitales directamente vinculados a los réditos del capitalismo financiero, a su vez, a través de estas dinámicas, las corporaciones transnacionales tienen la garantía de poder multiplicar –manu militari– sus ganancias también hasta el infinito.
El poder sexista impregnado en los símbolos
En la transición hacia el globalismo patriarcal y capitalista, con la producción simbólica, cultural y los escenarios comunicacionales bajo control hegemónico de las corporaciones transnacionales, opera tanto la reedición del sexismo en los códigos y prácticas, como la readaptación de la visión patriarcal y jerárquica de las relaciones sociales en todos los escenarios[8].
Acudiendo a la seducción, se busca copar las mentes y los corazones con las simbologías de éxito asociadas al poder financiero, se espera ilusionar con las alegorías de progreso irrenunciable que tipifican la imagen de las transnacionales y hasta se procura despertar una sensación de necesidad de militarización, para salvaguardar con armas y tecnologías los intereses empresariales privados, como si fueran propios.
En esa línea también destaca la banalización de la violencia. La exhibición incesante de broncas, reprimendas sexistas, pugilatos, balaceras, represiones y guerras, conlleva un imaginario de violencia y subyugaciones. La creciente cultura de la militarización y la militarización de la cultura influyen de modo decisivo en la producción de valores y significados.
América Latina y las disputas antipatriarcales
Un feminismo de alta intensidad propone, actúa y disputa horizontes de futuro en América Latina y el Caribe, donde un inédito proceso histórico de cambios levantado desde inicios del presente siglo, puso en perspectiva propuestas de bien común, redistribución y derechos, con alcances en escenarios nacionales e incluso regionales y del Sur. Concomitantemente, una multiplicidad de vertientes, corrientes y tendencias del movimiento feminista logró levantar una significativa movilización de masas, con reivindicaciones que abarcan desde el derecho al aborto y por una vida sin violencia hasta la lucha por la reforma agraria, contra la pobreza o el calentamiento global.
Pero también existe su antítesis, la llamada ‘restauración conservadora’, “…cuyas respuestas de disciplinamiento no dejan ningún cabo suelto, más bien, como parte de una pauta de control de carácter sistémico, aplican una estrategia omnímoda, con mecanismos múltiples y heterogéneos, para instaurar el proyecto de las élites mundiales como inamovible y asegurar que los factores del poder financiero, militar, mercantil, comunicacional, transnacional y nacional retornen al control absoluto de los destinos de la región…”[9], incluso se avizoran ciertas tentaciones de devenir un puntal de lanza del llamado fascismo global. En este escenario, las propuestas feministas están bajo sospecha, se congelan los derechos y libertades, y la agenda feminista debe pasar a la defensiva.
En esa disputa de sentidos y horizontes, es irrefutable la interrelación entre los escenarios de cambio y las posibilidades de concreción de las iniciativas feministas[10]. En Bolivia, ahora bajo una dictadura neofascista, se ha suspendido la iniciativa histórica de descolonización y despatriarcalización del Estado -es decir de desconstrucción de las estructuras machistas de las instituciones y la sociedad- , emprendida por el gobierno de Evo Morales, a la vez que se evidencia, el retorno de la segregación hacia las mujeres indígenas, que por primera vez en la historia participaron en espacios protagónicos en el proceso de cambio. Ni hablar de la viabilidad de distintas iniciativas económicas redistributivas y de igualdad.
Por su parte, el presidente Bolsonaro pretende retrotraer Brasil a tiempos remotos, sustituyendo las políticas públicas de inspiración feminista que colocaron los gobiernos de Lula y Rousseff por unas inspiradas en la Inquisición.
Asimismo, con el retorno al neoliberalismo han ido desapareciendo de la agenda en Ecuador distintas prioridades de política económica que visibilizaron la necesidad de retribuir los cuidados, se han vuelto a colocar en el rubro asistencial varios asuntos correspondientes a la política económica, a la vez que se han reducido a su mínima expresión los presupuestos para actuar contra la violencia machista, entre otros.
Pero las relaciones de poder también son dialécticas y desde miradas contrarias a la victimización las mujeres resisten, como sucede en Chile y otros países.
Se evidencian igualmente modos de gestionar la vida y sabidurías distintas de la anti-ética y a la anti-estética del capitalismo patriarcal. Entre ellas destaca el enunciado histórico del socialismo feminista formulado por Hugo Chávez en 2006, con el correlativo reto de su construcción en medio de bloqueos y amenazas. Asimismo, Cuba sólo se supera a si misma con la profundización de cambios culturales en la sociedad, hacia una igualdad plena e inédita por sus sentidos de humanidad.
Conclusión
El feminismo ha esparcido su convocatoria a colocar la sostenibilidad de la vida al centro de un nuevo proyecto de sociedad, libre de los poderes patriarcales y capitalistas, despojado del neocolonialismo corporativo y de la dictadura del mercado. Se trata de un proyecto de paz en el mundo y en la vida cotidiana, que apela a la conformación de un extenso movimiento para cambiar el mundo.
En palabras de Magdalena León T.: “La expansión geográfica va junto con la proyección de los alcances estratégicos del feminismo: se trata de transformar el mundo, de impulsar un cambio radical del sistema hegemónico, de salir de un capitalismo depredador, de dejar atrás el orden patriarcal y toda forma de dominación, explotación y violencia. Una transformación urgente ante la que las mujeres ya se ubican al frente, movidas por un compromiso con la vida que, de diversas formas pero de manera continua, han sostenido a lo largo de la historia. Construir condiciones materiales desde una lógica del cuidado de la vida, luchar por igualdad y justicia, están en la base de experiencias que convierten ya al feminismo en solución para un mundo en crisis.”[11]
Notas
[1] El patriarcado es una estructura de poder masculino, que opera de modo sistémico en contextos socio económicos específicos. A través de instituciones, normas y dispositivos culturales, configura dinámicas androcéntricas, privilegios para los hombres y formas de control y opresión hacia las mujeres que marcan desventajas económicas, sociales y políticas. La imbricación entre capitalismo y patriarcado es central en los análisis feministas de cuño marxista, desde la obra fundacional de Friedrich Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el estado. Destacan autoras como Sylvia Walby, Maria Mies, Marilyn French, Gerda Lerner, Sheila Rowbotham, Zillah Eisenstein, entre otras.
[2] Magdalena León T., Repensar el cambio estructural desde el feminismo. América Latina en Movimiento 441, 06/2014, https://www.alainet.org/es/active/37927
[3] Magdalena León T., El potencial transformador de las economías alternativas. América Latina en Movimiento, 15.11.2019 https://www.alainet.org/es/articulo/203294
[4] Magdalena León T. entrevistada por María Sanz, Transformando las Economías, Las economías feministas abren caminos de transformación, Barcelona, 2019/11 https://www.elsaltodiario.com/transformando-las-economias/economias-feministas-caminos-transformacion
[5] Irene León, Mujeres, Medios de Comunicación y Liderazgos, Mujeres en Red, 2007, España https://www.nodo50.org/mujeresred/spip.php?article1408
[6] Saskia Sassen, Women’s burden: Counter-geographies of globalization and the feminization of survival. Journal of International Affairs; Spring 2000; 53, 2; ABI/INFORM Global pg. 503
[7] Andrée Michel, Le complexe militaro-industriel et les violences à l’égard des femmes, in Nouvelles Questions Feministes No 11-12, 1985, France
[8] Idem 5
[9] Irene León, Ecuador en la arquitectura del golpe neoliberal en América Latina, América Latina en Movimiento, 2018/10, https://www.alainet.org/es/articulo/196193
[10] Magdalena León T., Irene León. Synergies between economic model change and economic empowerment of women, UN Women Expert Group Meeting ‘Women’s economic empowerment in the changing world of work’. Geneva, 26-28 September 2016
[11] Magdalena León T., 8M: Transformar el mundo. 15.03.2019 América Latina en Movimiento, https://www.alainet.org/es/articulo/198733
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Fotografía: alai.