Por: LIT-CI. 28/10/2019
Después del levante popular que tomó el Ecuador contra los planes de ajuste, asistimos a otro aún más fuerte y profundo en Chile. Los trabajadores y el pueblo chileno se rebelaron contra décadas de neoliberalismo, de ataques a los derechos, privatizaciones de la previsión, destrucción de los servicios públicos y entrega del país.
Editorial Opinião Socialista n.° 580
El modelo que deterioró las condiciones de vida del pueblo chileno es el mismo que Bolsonaro y Guedes quieren aplicar en el Brasil. El modelo del pueblo chileno rebelándose en las calles es el que la clase trabajadora y el pueblo del Brasil deben seguir.
El sistema capitalista en crisis desata una guerra social contra los de abajo para aumentar el lucro de los monopolios y del 1% de los multimillonarios. Aumenta la desigualdad, el desempleo, la miseria, la explotación, la barbarie, la destrucción del medio ambiente y la opresión de jóvenes, indígenas, mujeres, refugiados, LGBTs, y nacionalidades oprimidas. El capitalismo y los capitalistas buscan ganancias: explotar, concentrar, y acumular dinero.
Rebeliones atraviesan el mundo: Hong Kong, Irak, Líbano, Barcelona, Ecuador, Haití, Chile. A eso se suma una huelga general convocada en Colombia.
Esa y otras olas que vendrán con más fuerza son la expresión de polarización de la lucha de clases, de profunda crisis del sistema capitalista mundial, de sus planes de rapiña y explotación. El 1% de los multimillonarios está cada día más rico, mientras los pobres y las camadas medias del proletariado, e incluso los pequeños propietarios, están cada vez más pobres.
En medio de la crisis mundial, la localización de abastecedora de materias primas de América Latina obedece al pillaje imperialista.
En los años 2000, rebeliones tomaron varios países. Gobiernos de colaboración de clases asumieron después y surfearon un ciclo de crecimiento económico.
En el boom de las commodities, la entrega generaba migajas para los muy pobres. Aún así, se desterraba a los indígenas y quilombolas, se encarcelaba en masa, y se ejercía el control social por la represión y por el genocidio. Basta ver los números de los asesinatos de la juventud pobre y negra de las periferias brasileñas en los gobiernos Lula-Dilma o la tragedia de Belo Monte, proyecto de la dictadura militar resucitado por el PT.
Esos gobiernos aplicaron el plan de los ricos, que quedaron mucho más ricos, pero nunca disminuyeron la desigualdad estructural. En ese rico e injusto país llamado Brasil, la mitad de la población no tiene siquiera saneamiento básico después de 14 años de gobiernos del PT. Fueron gobiernos de falsas esperanzas, produjeron una montaña de desilusiones.
Bolsonaro es aún mucho peor. La orden del día es “día del fuego”, quemar selvas y asesinar indígenas, ribereños y pueblos de la selva. Es autoritario y reaccionario, asumió para radicalizar el proyecto liberal de sumisión al imperialismo, de entrega y explotación de los sucesivos gobiernos, después del fiasco en que acabó la dictadura (corrupta) militar. Él viene a espoliar y reprimir.
Nuevas ondas
Las corrientes profundas de la lucha de clases se mueven a partir de la crisis estructural del sistema, desestabilizan las placas tectónicas del capitalismo, balancean y destrozan regímenes y gobiernos. Por eso, la lucha de clases se polariza: los de arriba apelan a la violencia, el autoritarismo, la represión; los de abajo, se rebelan, van perdiendo el miedo y ganando coraje.
Los revolucionarios no son surfistas, son navegantes. A veces, surfean las olas; otras, nadan contra la corriente. No son impresionistas, no son rehenes de olas y no quieren acabar siempre en la playa. No miran apenas la superficie. Lo importante es saber para qué nos preparamos.
Esas olas son ensayos. Traen enseñanzas. Son menos ingenuas y pacíficas que las de los años 2000. Los de abajo ya no confían en el reformismo electoral –profetas de la estabilidad y del orden capitalista con un poco de distribución de renta–. Son rebeliones pos boom de las materias primas y pos ciclo de gobiernos de colaboración de clases.
Frente a esta monumental crisis del sistema capitalista, gobiernos autoritarios como el de Bolsonaro y Guedes promueven desempleo, rebajan salarios, quitan derechos, destruyen el medio ambiente (en diez meses, tuvimos Brumadinho, Amazonía en llamas, y ahora el petróleo en el litoral nordestino), entregan el país, privatizan las estatales.
Los que se oponen al gobierno de Bolsonaro, de Piñera, de Lenín Moreno y compañía tienen dos caminos: como navegantes, trabajar con la estrategia de la revolución socialista, dispuestos a la unidad para luchar, presentando un proyecto para cambiar el sistema, para que los trabajadores y el pueblo pobre gobiernen en consejos populares; o trabajar con la estrategia electoral, de mantención y administración del sistema junto con sectores supuestamente progresistas o democráticos de la clase dominante, o sea, un proyecto reaccionario, que revive el pasado en peores condiciones, con menos derechos, con mayor desigualdad.
La propuesta de frente amplio (del PT, PSOL, PDT, etc.) es el proyecto de gobernar con el 1% de ricos y mantener este sistema. Nosotros defendemos un proyecto socialista, cuyo norte es la revolución. Es para este momento que los activistas deben prepararse, de manera independiente de la burguesía, provistos de un programa socialista.
Una revolución para garantizar pleno empleo, salario, tierra, demarcación y regulación de las tierras indígenas y quilombolas, ninguna privatización, reestatización de las estatales privatizadas bajo control de los trabajadores y de las comunidades en las cuales ellas operan. Es preciso suspender el pago de la deuda a los banqueros y estatizar, sin indemnizar, los bancos (universalizando, con ese dinero, la educación, la salud pública, el saneamiento básico, la vivienda). Los corruptos y los corruptores deben ser presos y todos sus bienes confiscados.
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Fotografía: LIT-CI