Por: Andrés Villena. ctxt. 22/05/2020
Edgar Cabanas, psicólogo y coautor de Happycracia.
¿Se puede ser feliz durante un confinamiento forzado por una pandemia mundial? El problema no reside tanto en la respuesta a esta pregunta como en que existan disciplinas, como la denominada psicología positiva, que no alberguen duda alguna sobre ello: depende de lo que tú te esfuerces individualmente. En plena era de dominio ideológico neoliberal, la felicidad representa para algunos un principio incuestionable que sirve para distinguir el éxito y el fracaso de los individuos. En su trabajo Happycracia. Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas (Paidós) –traducido a más de diez idiomas–, la socióloga Eva Illouz y el psicólogo Edgar Cabanas (que responde a esta entrevista) analizan, por una parte, la ideología que subyace a una disciplina que cuenta cada vez con más fuentes de financiación y, por otra, su falta de soporte científico y sus efectos secundarios.
La psicología positiva nos concibe como empresas que persiguen maximizar su felicidad. ¿Qué nos diría un psicólogo positivo sobre cómo llevar este confinamiento? ¿Nos sugeriría convertir también esta crisis en una oportunidad?
Estoy seguro de que muchos ya han dicho eso… Para la psicología positiva, todo es susceptible de ser instrumentalizado para nuestro propio bien, bienestar o interés. Y lo mejor que podemos hacer es no dejarnos abatir por las circunstancias externas –porque, al fin y al cabo, no tienen demasiada influencia–, para centrarnos en trabajar nuestras actitudes, nuestros pensamientos y nuestras emociones positivas, dejando al lado todo lo negativo. Como si lo positivo y lo negativo se situaran como dos polos opuestos.
‘Positivo’ y ‘negativo’ es una simplificación…
Es una falacia: de hecho, habría que ver si todas estas emociones positivas son tan beneficiosas. Y tachar de ‘negativos’ sentimientos como, por ejemplo, la ira, el enfado o la indignación es algo sumamente conservador, porque hay que tenerlos en cuenta ya que también nos mueven a cambiar las cosas, a modificar el statu quo. Al patologizarlos, estos sentimientos quedan denunciados como ‘improductivos’ personal y socialmente.
Lo que siempre me sorprende es la capacidad de estos discursos para calar pese a todo lo que esté ocurriendo. Ya en la crisis iniciada en 2008 se multiplicaron. Porque en esos momentos, cuando uno tiene la sensación de que no puede influir en su entorno es quizá cuando estas llamadas para recluirse en el interior de uno mismo proliferan. Pero, si nos damos cuenta, el hecho de no atender a las circunstancias que nos están rodeando es absolutamente delirante: en momentos como los que estamos viviendo se hace evidente que nuestra vida, en general, está puesta en manos de lo que esté sucediendo, y que no depende de nosotros.
En Happycracia se cita un pasaje escalofriante. Una mujer le cuenta a su marido que ella es feliz, pero que cree que debería serlo más, y que debería luchar por ello a toda costa…
La idea detrás de esto es que la persona se conciba a sí misma como un proyecto. Hasta ahora, la unidad de utilidad había sido el dinero, pero, en estos momentos, la felicidad se ha acabado convirtiendo, quizá, en el mayor valor de utilidad. Las personas tienen que buscar la forma de conseguir el máximo enriquecimiento personal e individual, entendiendo la felicidad como su máxima expresión.
Y la felicidad, en este punto, adquiere un aspecto paradójico: es, a la vez, fin y medio para lograr otros fines. Porque no solo hay que dirigirse a la felicidad, sino que, siendo feliz, se es más productivo; y cuanto más productivo eres, más feliz eres, y viceversa. Se trata de una enorme tautología, un argumento circular en el que apenas se repara y del que puede ser muy difícil salir.
Si usted no me obedece y no es feliz, no será productivo.
Felicidad, productividad, rendimiento económico e interés propio entran en el mismo círculo, retroalimentándose. Normalmente, la gente asume que una persona feliz es más productiva. Pero no hay una demostración científica de ello, se trata simplemente de un argumento que encaja ideológicamente.
¿Quién obtiene los mayores beneficios de la difusión de todo este pensamiento relacionado con la felicidad?
Cuando tú prometes que tu teoría, tus técnicas o talleres suponen una forma más barata de obtener rendimientos laborales, de que tus trabajadores no solo sean más productivos sino más aquiescentes con la cultura corporativa, etc., puede haber mucha gente interesada. Además, gracias a determinadas investigaciones y publicaciones, quienes defienden estos principios quedan, de alguna manera, ‘científicamente’ legitimados. Los mismos ‘coach’ o quienes van dando cursos terapéuticos de este tipo ya pueden afirmar que cuentan con herramientas científicas. Todo lo que está filtrado por la ciencia –o por una apariencia de ciencia– vende muchísimo más.
Hay mucha gente que necesita tratamiento psicológico, apoyo, etc. Si, como promulga esta disciplina, estas personas se olvidan de lo negativo y se centran en aumentar lo positivo, en la felicidad, ¿qué les ocurre si no llegan a ella?
Se generan lo que denominamos los ‘happycondríacos’, es decir, las personas que, al creer que siempre se puede ser más feliz, acaban permanentemente frustradas, persiguiendo un proyecto que nunca se cierra, lo que les genera ansiedad, frustración, obsesiones… Además, muchas personas que padecen estrés o ansiedad pueden caer en una doble trampa, ya que acaban doblemente castigadas porque, por una parte, sufren el estrés, y por otra, sufren el peso de concluir que no salen de esta situación por su propia culpa.
La industria de la felicidad se alimenta de que haya infelicidad e insatisfacción constante. E intenta copar todo el mercado: no solo se dirige a las personas que no son felices, sino a todas, tratando de convencer a las que están bien de que siempre se puede estar mejor. Y mucha gente que estaba bien se embarca en una persecución para salir de la ‘deficiencia’ que le han ‘descubierto’ que tienen. A su disposición siempre tendrán un enorme abanico de posibilidades y de técnicas para ‘mejorar’. Se trata de una estrategia de marketing y, además, de un discurso muy perverso que siempre responsabiliza a la persona de lo que le pasa.
¿Puede ser la felicidad una nueva señal de triunfo personal, de ‘riqueza interior’?
La felicidad, desde este enfoque, nunca ha dejado de asociarse ni con el individualismo ni con una determinada concepción del éxito personal. Es como otra forma de estatus no ligado ya al consumo, sino más bien el signo de que uno ha aprovechado bien su vida, independientemente de los elementos materiales que posea.
El estudio y la promoción de la felicidad han penetrado en muchas instituciones políticas y educativas. ¿Puede convertirse en un mecanismo de control?
Una vez que has introducido la felicidad como criterio único para valorar lo que es bueno en términos políticos, te va a valer para compensar otros indicadores económicos y sociales. Por ejemplo, países como Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí o India, con enormes desigualdades, claras violaciones de los derechos humanos, mortalidad infantil, etc., sacan bandera de lo bien que están en términos de felicidad, como una forma de lavado de cara que no se podría hacer en otros ámbitos.
En muchos casos, esta noción de felicidad viene a sustituir a la del Estado del Bienestar, que engloba mucho más que el bienestar subjetivo: derechos sociales, laborales, condiciones de vida mínimas, etc. Este nuevo discurso de la felicidad nos impide hablar y discutir sobre las condiciones de bienestar, porque se parte de que las condiciones externas no importan. Y, con ello, se hace imposible introducir cuestiones de tejido social, políticas, económicas, que son mucho más importantes que las cuestiones emocionales o personales.
Teniendo en cuenta todo lo anterior, ¿qué recomiendan otros enfoques psicológicos para superar esta crisis?
Sobre todo, entender que lo que nos está sucediendo tiene un origen circunstancial y que no depende exclusivamente de nosotros. No debemos machacarnos porque las cosas ahora no vayan bien: se trata de una situación extraña e inédita en la que todo el mundo está tratando de capear el temporal de la mejor manera posible. Además, y esto es muy importante, no existen recetas para todo el mundo. Si hay alguna solución, esta descansa más en cómo podamos afrontarlo como sociedad que como personas individuales.
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Fotografía: ctxt.