Por: Adolfo del Ángel Rodríguez. Columna: La Serpentina. 22/09/2019
Quedaron paralizados ante lo imponente de la Máquina,
con la voz a medias,
mirándose unos a otros como para encontrar respuestas
a unas preguntas que flotaban, que desaparecían,
que se deshacían apenas eran concebidas.
Su funcionamiento era impresionante,
Apenas sin ruido. Y efectivo.
Su impresión ocurría cada vez que volteaban hacia la Gran Máquina,
Pero absorbidos por la cotidianeidad,
Eran consumidos en sus labores, como leños en la hoguera,
Para mantener un orden grabado en sus genes.
No vacilaban, eran el fruto de la Máquina y a su vez el motivo
de su existencia.
II
Rindieron culto a la Máquina,
Despejaron su cabeza de algunos restos de conciencia,
Tendieron al sol algunas ideas, las doraron,
Ignorando de que serían desvanecidas al mirar
la magnificencia
que dominaba su universo.
III
Era magnífica.
La Gran Máquina lo dominaba todo. Satisfacía todo,
(era la gran cortina de humo tendida sobre la cabeza de su grey)
y su maquinista era entronado cada seis años,
elegido,
según designios de oráculos inciertos, cegados por la omnipotencia
de la Gran Máquina,
hechos a la imagen y semejanza de la avaricia, del poder, de la ignominia,
de lo que se nutría para su funcionamiento.
IV
Sintieron pánico al caerse de pronto la venda.
En unos cuantos destellos de lucidez lo vieron todo:
Lo engranes eran cráneos, reconocidos cráneos,
En cuyas cuencas vacías aún reverberaban aún
ideas diferentes, lúcidas,
escapadas del trance en que la muchedumbre existía.
El pánico les recorrió la espina dorsal.
Tenían que regresar al estado de hipnosis,
Al estado normal de las cosas, regresar al redil,
Pues con zozobra comprobaban que la Gran Máquina
Funcionaba con base en esas ideas inertes, eran su combustible,
No había más.
Con horror comprobaron la falta de muchas cabezas,
Que quizá, al igual que ellos, la lucidez invadió,
(Piedra de sacrificios),
Llevándolos inevitablemente a estar ahí ahora:
Engranes involuntarios, ideas inertes-combustible.
Solo había dos soluciones: luchar o dejarse llevar, en paz,
Hipnotizados por el balar de la muchedumbre
Atada a la Gran Máquina.