Por: Revista Horizontes del Sur. 22/01/2018
El año termina en condiciones de agitación social y política difíciles de prever poco tiempo atrás. Después de saltar airosamente la prueba de las elecciones legislativas, sin que esto signifique “la victoria” que pregonan sus voceros, el macrismo consideró abierta la etapa de profundizar su rumbo regresivo en materia económica, social y cultural, acentuando al mismo tiempo, al servicio de ese rumbo, los rasgos autoritarios insinuados apenas inició su gestión de gobierno.
La fórmula política de la coalición gobernante es transparente. Sus pilares son una continua política de transferencia regresiva del ingreso, un avance incesante sobre viejos y nuevos derechos populares, el despliegue de una verdadera guerra psicológica sobre la población, la persecución explícita e ilegal contra la oposición y el creciente ejercicio de la violencia contra la protesta popular. Los argentinos nos estamos acostumbrando a que las carpetas del espionaje se transformen rápidamente en operaciones del periodismo asalariado de los monopolios informativos, potenciados por ejércitos de trolls que inundan las redes sociales con metodologías que recuerdan al tristemente célebre Joseph Goebbels y que rematan en decisiones judiciales que subordinan la Constitución y las leyes a las normas del espectáculo mediático y a las estrategias políticas del gobierno. Desde el episodio de brutal represión que provocara la muerte de Santiago Maldonado, pasando por el asesinato de Rafael Nahuel en otra orgía de violencia estatal, hasta la brutalidad de la represión de la protesta social contra el saqueo a los jubilados, la Argentina ha involucionado hasta extremos insospechables en la vigencia del estado de derecho.
El accionar de quienes hoy gobiernan confirman lo que ya se sabía: el objetivo de consolidar políticamente el dominio del neoliberalismo tiene como premisa básica la supresión de toda huella de la experiencia popular desarrollada entre 2003 y 2015. Esto significa regresión social, simbólica, cultural y jurídica; avance sobre los derechos; cooptación por extorsión o complicidad de referentes políticos que formaron parte de los gobiernos de ese período y prisión preventiva para quienes no acepten las formas más suaves de reclutamiento o de corrimiento de la escena política. Se ha renovado la vieja práctica de la construcción de un enemigo interno que adopta muchas caras (mapuches conectados con patrullas iraquíes, kurdas y venezolanas, mafias sindicales y de abogados laboralistas, ñoquis estatales, trabajadores con salarios extraordinarios y agitadores sociales de izquierda, entre muchos otros) pero se articula en torno al demonio mayor, el kirchnerismo. La línea amarilla que une todos los puntos es, claramente, la proscripción del sector más dinámico, potente y con más apoyo social que hoy actúa en la oposición política.
La coyuntura ha tenido en estos días un giro muy particular. La protesta contra la mal llamada reforma previsional atrajo a su alrededor a un sector claramente mayoritario de la sociedad. Y esto no solamente fue revelado por las encuestas sino que fue puesto en acto por dos movilizaciones inusualmente multitudinarias y por las acciones populares que brotaron espontáneamente después de las salvajes represiones de las manifestaciones del 14 y 18 de diciembre en la Plaza de los dos Congresos, ayudada –como está ocurriendo con lamentable frecuencia- por la sistemática provocación de elementos de las fuerzas de seguridad y de inteligencia infiltrados entre quienes se movilizan. El movimiento de masas entró en el debate. Resquebrajó la complacencia de algunos, subió el precio a la extorsión y fortaleció al sector que en el Congreso no se resigna al pacto de caballeros por la gobernabilidad. Hubo unidad de acción en la calle y en el recinto legislativo entre quienes ocupan el cuadrante de la oposición a la nueva etapa de reestructuración neoliberal en la Argentina. El gobierno encontró la forma de mantener con vida la cada vez más precaria alianza con algunos gobernadores peronistas. El bono excepcional que se pretende “compensatorio” del nunca antes reconocido manotazo a los bolsillos de jubilados, pensionados y beneficiarios de políticas sociales, fungió como blasón en manos de un oficialismo que estuvo en el borde mismo de una derrota política catastrófica y de derivaciones eventuales imprevisibles. La ley contra el pueblo salió. Los medios amplifican un festejo oficial de sustento más que dudoso. Las tapas y páginas centrales de los diarios han vuelto a la rutina: las llenan la persecución judicial a la “corrupción K” que, como se sabe, es un delito más allá y antes de cualquier prueba y sin necesidades procesales; su pena, no escrita como tal en ninguna norma legal conocida, es la “prisión preventiva”.
Sin embargo, la normalidad recuperada es precaria e inestable. No se frenó al macrismo pero se le insinuó un límite. No es poco el costo que el gobierno pagó en estos días en términos de confiabilidad de su sustentación política. No alcanza con ganar una elección de medio término para alcanzar esa confiabilidad; los poderosos de adentro y de afuera exigen más. Exigen previsibilidad política y necesitan pruebas más efectivas de “normalización” del nuevo régimen. Las manifestaciones de masa, la inestabilidad de los apoyos conseguidos por la extorsión y la complicidad, las nuevas formas de unidad en la acción alcanzadas tanto en el Congreso como en la movilización sindical y social están ganando la calle y anunciando nuevas tormentas políticas. Tormentas que no responden a ningún designio desestabilizador, a ningún intento de reproducir la escena de aquel otro diciembre, el de 2001, sino a la persistencia en el pueblo argentino de una vieja tradición de lucha democrática, popular y antioligárquica, que se recuperó y potenció en los primeros años de este siglo.
La única estrategia seria para evitar la consolidación del régimen neoliberal pasa necesariamente por las luchas y las movilizaciones. Será solamente en ese contexto que se crearán condiciones para la construcción de un bloque político-electoral capaz de recuperar un rumbo favorable al pueblo. No será una alquimia electoral sostenida en infantiles razonamientos matemáticos lo que nos acerque a la construcción de este gran frente nacional, popular y democrático que está en gestación. Tampoco será el repliegue sectario sobre una sola matriz política, por grandes que sean sus méritos históricos, el camino de esa construcción. La movilización será el recurso del pueblo para trastornar el sistema político. Para enfrentar los cálculos corporativos y los miedos personales. Para abrir paso a una nueva fuerza política que no podrá sino ser distinta a cualquier experiencia del pasado. Reivindicamos el liderazgo de Cristina y sostenemos que lo nuevo no nacerá de la nada sino que será la superación crítica del más importante proceso popular en el país desde 1945 a la fecha. Al mismo tiempo sabemos que el frente tiene que ser más amplio, más abierto, más innovador, menos autorreferencial, con mayor capacidad de dialogar con el pueblo y de escuchar sus múltiples voces. Todo el espacio social de quienes quieren vivir en paz y en democracia, con justicia social, con solidaridad hacia los débiles y con sentido de patria soberana puede ser unido en un gran movimiento común.
La prioridad en estos días es la defensa de la democracia contra los avances autoritarios del neoliberalismo, que incluyen la escalada persecutoria contra la oposición puesta en marcha por el complejo gubernamental-mediático-judicial. Y la prioridad dentro de la prioridad es la de exigir la inmediata libertad de los presos políticos, es decir, de todos los que están hoy entre rejas en flagrante violación del principio constitucional que establece que no puede haber condenas sin juicio previo y las correspondientes garantías procesales: la libertad de todos los que están presos por su conducta inclaudicable en defensa de los intereses populares.
*Ricardo Aronskind, Ariel Colombo, Adrián Dubinsky, Maximiliano Fernández, Ricardo Forster, Alejandro Lipsich, Antolín Magallanes, José Massoni, Sebastián Mauro, Edgardo Mocca, Silvina Mohnen, Federico Montero, Damián Paikin, Eliana Persky, Eduardo Rinesi, Daniel Rosso, Mario Toer, Juan Vallerga, Juan Videla.
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Fotografía: CiA.Bo