Por: Capi Vidal. 03/11/2024
Los anarquistas insistimos, todo lo a menudo que podemos, tanto en la libertad individual como en la emancipación social, dos conceptos que consideramos íntimamente vinculados. Para ello, de forma no menos pertinaz, y teniendo en cuenta la profunda aversión que sentimos por todo tipo de tutela y de salvadores externos, hablamos de trabajar sobre la conciencia de las personas. Sin embargo, seamos realistas, en gran parte de las mismas no encontramos el menor indicio de esa nueva conciencia libertaria. Máxime, en estos tiempos irritantemente confusos en los que el término libertario es acaparado y pervertido por una caterva de elementos que nada tienen que ver nuestras ideas y valores. No desesperemos por esta ola de conformismo e irreflexión, el ser humano ha demostrado que es capaz también de grandes cosas y, siendo como es es en gran medida maleable, los paradigmas de comportamiento, influidos por la conciencia y por nuevos valores, pueden cambiar tarde o temprano (por supuesto, seguiremos trabajando, aquí y ahora, para que sea a mejor). Hay quien dice que la sociedad posmoderna nos ha traído un individuo egoísta y atomizado, donde no hay apenas cabida para la conciencia comunitaria ni, paradójicamente, para una auténtica individualidad (que sería, no lo que nos aísla, sino lo que nos diferencia del otro y lo que también permite su reconocimiento). No olvidemos, al margen de disquisiciones filosóficas sobre la posmodernidad (que pueden ser más o menos interesantes), que el desarrollo de la modernidad va innegablemente unido al sistema económico y productivo del capitalismo. No sabemos con seguridad si todo está determinado por la economía, como aseguraron Marx y otros teóricos, pero sí que estamos gravemente condicionados por un sistema devastador y explotador (aunque haya seducido, en su noción de progreso, a tantos seres humanos). Si el capitalismo lo impregna todo, no podemos dejar de mencionar los otros anatemas del anarquismo (con el Estado y la Iglesia, en cualquiera de sus formas, como sus grandes instituciones), que parecen gozar de cierta salud y condicionar igualmente la vida de las personas en un, más o menos perverso, engranaje social.
¿Es la alienación la culpable de que apuntalemos de un modo u otro un sistema injusto y de que hayan seducido, y pervertido, así nuestras conciencias? Siempre me han interesado, con los anarquistas a la cabeza, los que han insistido en enfrentarse a una realidad concreta frente a tanta abstracción. Estas abstracciones, posible causa de tanta enajenación, que adoptan de modo clásico la efigie de Dios, pero que en la modernidad también habla de la Humanidad, el Derecho o el Progreso, acaba sacrificando al ser humano concreto. Es por eso que un autor como Max Stirner, tan reivindicado por los anarquistas, creo que merece ser tan recordado en la posmodernidad; al menos, su advertencia sobre como el ser humano concreto y real, siendo cada personalidad valiosa y diferenciable, acaba siendo anulado por nuevas abstracciones (no importa el nombre que adopten). Los Estados y el Capitalismo siguen asesinando y, además, lo hacen a veces en nombre del Derecho y de supuestos valores humanos con la promesa de un mundo mejor inexistente. Los anarquistas debemos reivindicar siempre el valor y la dignidad de la vida humana, de cada una de ellas de forma concreta y real. No estoy muy seguro de que la respuesta es, sencillamente, que estamos enajenados de una determinado condición que tendríamos en nuestro yo real (sería aceptable, lejos de toda metafísica, solo si ese supuesto yo supone potenciar lo mejor que llevamos dentro). En cualquier caso, lo importante es esa reivindicación de un trato cercano entre los seres humanos, que despierte nuestros valores más nobles de solidaridad y apoyo mutuo. En la sociedad actual, cualquier excusa es buena para desentendernos de los problemas ajenos, para juzgar y condenar a la persona que tenemos enfrente. Hay que trabajar por una comunicación racional frente a la violencia, aunque sea asumible que los conflictos son inherentes a las relaciones humanas, y por la comprensión frente al rechazo.
Los inicios de la modernidad nos trajeron promesas de emancipación, a nivel individual y colectivo, pero la realidad es que su desarrollo ha perfeccionado las formas de dominación en una sociedad jerarquizada. Esa perfección, a veces, adopta la forma de una posible liberación; tal vez, por eso, sigue seduciendo tantas conciencias. Es cierto que en las sociedades desarrolladas conviven esos nobles valores, incluso libertarios (Colin Ward ya lo indicaba en reivindicable obra La anarquía en acción. La práctica de la libertad), con formas intolerables de rechazo y exclusión. Es por eso que trabajando, y la lógica libertaria obliga a que sea fuera de las instituciones, sobre esas relaciones horizontales, libres y solidarias, y no solo con promesas revolucionarias en organizaciones militantes, ya se está trabajando y construyendo la sociedad que nos gustaría. La dominación está ahí, si queremos verla (y sufrirla, tantas veces), pero también la posible liberación. Las instituciones sociales y políticas han sido creadas por los seres humanos, y por ellos pueden ser transformadas hacia modos de vida y producción verdaderamente justos y racionales. Los anarquistas sabemos que esas promesas de emancipación, que a veces adoptan esas mismas instituciones jerarquizadas, son falaces, por lo que trabajamos en nuestra propio camino, real y concreto en lo social, por lo que consideramos la liberación. Una liberación de esa apropiación que han realizado las grandes instituciones de la modernidad (con el Estado y el Capitalismo a la cabeza, aunque la dominación esté presente en otros ámbitos y con otras formas), instrumentalizando el conocimiento, la tecnología y los recursos sociales para regularizar las vidas de los seres humanos.
El anarquismo, en nombre de la libertad y la igualdad de todos los seres humanos, siempre tuvo como objetivo la emancipación de toda explotación y dominación. El pensamiento libertario estuvo influido por multitud de autores, a veces diversos e incluso divergentes, pero fue siempre en las prácticas antiautoritarias y autogestionarias, en innumerables experimentos sociales, donde cobró un notable vigor. Serán siempre las propias personas, de forma real y concreta, las que adoptarán su propio camino para transformar la sociedad y liberarse. La acción directa anarquista, en nombre de los valores más dignos y solidarios, puede sustituir a toda abstracción anulando la mediación de cualquier clase que la sustente. Frente a las sutiles formas de dominación estatal o de explotación económica, y frente a las falacias liberadoras de la representación política de la democracia, una relación real y libertaria con el mundo en cualquier ámbito vital. Lo que hace al anarquismo actual, no importa la época y los valores en que nos encontremos, es precisamente esas críticas y prácticas antiautoritarias en cualquier plano de la existencia humana. Es posible que la dominación se produzca a nivel cotidiano en la sociedad actual, pero es posible también la emancipación. Profundicemos y trabajemos en ello, en las condiciones éticas y concretas sobre las que podemos construir nuestras vidas y desenvolvernos socialmente. La conciencia de muchas personas, estoy seguro, puede verse atraída por ello.
LEER EL ARTÍCULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ
Fotografía: Redes libertarias