Por: Joan Santacana Mestre. El cuaderno. 26/05/2020
Joan Santacana escribe sobre la bancarrota del Banco de los Bardi en el siglo XIV, y la triquiñuela ilegal con que se trató de superarla, para ilustrar sobre la esencia rapaz y defraudadora de los bancos, manifestada en los últimos años en España en varios sonados casos de corrupción.
Este es un país en el que los banqueros robaron y robaron mucho durante mucho tiempo. Claro está que no digo ninguna novedad: basta echar mano de hemerotecas para refrescar la memoria. También es este uno de los países en donde muy pocos de los que ejercieron sus latrocinios pagaron sus delitos con penas de cárcel. La práctica totalidad de los directivos de las antiguas cajas de ahorros que fueron condenados por los tribunales por su poco modélica gestión al frente de sus entidades se libró de la cárcel. Hay algunas excepciones, como las del ilustre exvicepresidente del Gobierno Rodrigo Rato, que estuvo al frente de Caja Madrid y Bankia y fue condenado a cuatro años, pero el delito por el que se le condenó fue el de las famosas tarjetas black. Se le ha concedido ya la semilibertad, igual que a sus catorce compinches, y puede salir de su residencia temporal de Soto del Real.
Ciertamente, también ingresaron en la cárcel algunos de los banqueros que realizaron sus fechorías en Galicia, condenados a dos años por las módicas prejubilaciones de catorce millones de euros que se otorgaron a sí mismos, supongo que como premio por su modélica gestión al frente de la entidad gallega que regentaban. Pero el expresidente de la entidad fue puesto en libertad con cierta celeridad y los demás también al cumplir un año.
No crean que escribo este texto escandalizado, ni mucho menos. Me parece tan normal que comprendo el poco eco que ha tenido todo esto en muchos de los principales medios de información, preocupados al parecer por cosas más importantes.
Dado que no soy experto ni en temas bancarios ni en jergas judiciales, si me permito escribir sobre ello es por otra razón: mi afición a la historia. Hace un tiempo leí un interesante artículo de Carlo M. Cipolla sobre el Banco de los Bardi o Compagnia dei Bardi, como se llamaba el más importante banco de Florencia a principios del siglo XIV. Nos dice el historiador que un coetáneo estaba convencido de que los Bardi, junto con los Peruzzi —otra saga de banqueros—, eran nada menos que «las dos columnas de la Cristiandad» dado que financiaban a monarcas, nobles y todo tipo de personajes importantes. Entre sus negocios, los hubo de todos los colores, pero uno entre ellos determinó su futuro: un préstamo muy arriesgado a Eduardo III de Inglaterra. Ningún monarca inglés había tomado prestamos por el valor que lo hizo este irresponsable mirlo coronado con los Bardi entre 1335 y 1340. Por lo visto, la deuda ascendió a la entonces enorme suma de 125.000 libras en oro, con las que el monarca inglés pretendía financiar la guerra con los franceses; pero como la guerra fue un desastre para los ingleses, el préstamo arriesgado, a un alto interés, no se recuperó jamás y, por lo tanto, el banco de los Bardi perdió el dinero. Era lo que tenía jugar con los reyes: ellos estaban aforados a su manera. De esta forma, los banqueros Bardi pasaron de una época próspera, con beneficios del treinta por ciento anual, en la que el número de empleados superaba el centenar, con 25 filiales en ciudades como Ancona, Aquila, Aviñón, Barcelona, Brujas, Constantinopla, Génova, Chipre, Jerusalén, Paris, Túnez, Venecia y algunas otras ciudades, a entrar en bancarrota. En 1346 se hundieron, y su derrumbe arrastró a cuantos tenían depositadas sus esperanzas en la prudencia de los Bardi.
La crisis económica fue brutal, ya que repercutió a todos los centros de negocios de Europa. Para salvar la situación, los Bardi, entonces, iniciaron una desesperada carrera en la que no ahorraron actos delictivos de ningún tipo, incluida la falsificación de moneda. Este último delito era el más grave que se podía cometer en Florencia y conllevaba la pena de muerte en la hoguera. Ellos crearon todo un sistema pensado para falsificar todo tipo de monedas, especialmente monedas extranjeras: contrataron expertos, fabricaron cuños y compraron una granja con vacas para disimular el delito y empezaron a emitir. Pero la gente de los pueblos, aunque a veces parezca tonta, no lo es, y vio que en la granja no entraba heno ni salía leche, sino que se oían extraños ruidos, entraban objetos que las vacas no suelen comer y había un horno que se alimentaba día y noche y del que salía la extraña humareda de la fusión del cobre. Los truhanes estaban confiados con la supuesta ignorancia de los campesinos, pero todo el tinglado se descubrió; hubo un proceso y se culpó a algunos de los técnicos, concretamente dos esbirros, que efectivamente fueron quemados vivos. La gente, indignada, se lanzó sobre diversas casas y propiedades de los banqueros: sólo en Florencia ardieron veintidós casas propiedad del banco. Pero los banqueros, los Bardi, no se sentían vinculados por las leyes: al contrario, las leyes eran tan solo instrumentos para su enriquecimiento. Por ello, huyeron. Cierto que la justicia emitió diversas ordenes para capturarlos, pero no lo consiguió. Lo sorprendente es que, al cabo de poco tiempo, les volvemos a ver ocupando cargos públicos. La lección es clara y necesita pocos comentarios; Cipolla, lo resume con estas palabras: «Los que pagan el pato son siempre los andrajosos y los harapientos».
No quisiera cerrar este breve articulo sin citar una frase de mi admirado historiador italiano, que reza así:
«Algunas personas que creen o quieren parecer instruidas y avisadas suelen repetir a menudo que la historia es maestra de vida y que el hombre aprende mucho de la experiencia. Soy historiador de profesión, pero más de cuarenta años de estudios e investigaciones históricas me han persuadido de que esta convicción ingenua hace agua por todas partes y que el ser humano no aprende nada de nada ni de su experiencia personal ni de la de sus semejantes, tanto si es colectiva como individual, y sigue, por tanto, repitiendo con monótona tozudez los mismos errores e idénticas fechorías, con consecuencias destructivas para el progreso humano»
La historia de los banqueros españoles del siglo XXI no es muy distinta de la de sus congéneres del siglo XIV.
Joan Santacana Mestre (Calafell, 1948) es arqueólogo, especialista en museografía y patrimonio y una referencia fundamental en el campo de la museografía didáctica e interactiva. Fue miembro fundador del grupo Historia 13-16 de investigación sobre didáctica de la historia, y su obra científica y divulgativa comprende más de seiscientas publicaciones. Entre sus trabajos como arqueólogo destacan los llevados a cabo en el yacimiento fenicio de Aldovesta y la ciudadela ibérica y el castillo de la Santa Cruz de Calafell. En el campo de la museología, es responsable de numerosos proyectos de intervención a museos, centros de interpretación, conjuntos patrimoniales y yacimientos arqueológicos. Entre ellos destaca el proyecto museológico del Museo de Historia de Cataluña, que fue considerado un ejemplo paradigmático de museología didáctica.
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Fotografía: RT Actualidad.