Por: Víctor Sampedro Blanco. 23/06/2022
La arquitectura comunicativa y el modelo de negocio dominantes en
la industria digital no prefiguran un futuro tecnológico emancipador.
Este pasa por plantear una dietética digital: una desconexión
parcial y temporal, necesaria para reprogramarnos y reconectarnos,
retomando el control de las pantallas y los dispositivos.
“Move fast and break things”, el lema del cuartel general de
Facebook, se ha materializado en un ecosistema digital que
acelera los ritmos, fragmenta y polariza el espacio público.
Desde hace años, se suceden los escándalos, aumenta la crítica interna y externa de las grandes empresas tecnológicas.
La desintermediación digital, que democratizaría la agencia comunicativa, nunca tuvo lugar.
Un ecosistema comunicativo híbrido1 explota las sinergias entre los nuevos medios digitales y los tradicionales
—especialmente, la televisión—. Pero priman las redes centralizadas, los protocolos y los algoritmos de código cerrado.
La esfera pública digital muestra el dominio de las grandes
corporaciones y de los estados con más poder; en consecuencia, genera desigualdad acumulativa. Una desigualdad que
aumenta cuanta más actividad digital desplegamos.
El actual estado de hiperconexión y saturación recomienda una aproximación dietética2: desconectarnos, reprogramarnos y resetearnos; es decir, retomar la conexión
digital con arquitecturas comunicativas descentralizadas y
modelos de negocio más responsables socialmente. Se trataría de cambiar nuestra dieta digital para alterar el modo
de producirla. Porque la actual concentra en muy pocos actores la capacidad de intervenir en la esfera pública.
Las “propiedades políticas”3 de la tecnología digital
—las desiguales relaciones de poder que establece— son
consecuencia de haberla encauzado hacia la industria del
big data4 y la mercadotecnia. Esto ha ocurrido, además, en
un contexto de “des-institucionalización y descontrol tecnológico”5. Los monopolios de facto de las grandes corporaciones ofrecen una falsa interactividad. Las plataformas
privativas, monetarizan y acaparan los réditos del capitalismo cognitivo. Convertido en modelo hegemónico, los
desequilibrios geopolíticos aumentan.
Se ha instalado un estado permanente de guerra comercial, tecnológica y cibernética entre EE.UU., China y
Rusia. Coinciden, respectivamente, con las tres superpotencias que Orwell profetizó en 1984: Oceanía, Esteasia
y Eurasia. La inteligencia colectiva de las poblaciones sirve
al Estado o, más bien, a las mega-corporaciones. Snowden
evidenció la convergencia entre espionaje y monitorización
corporativa en las democracias. La “Internet china” —y
pronto la rusa— materializan los riesgos de una colusión
entre estados autoritarios y el mercado
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Fotografía: Victor sampedro