Por: Catalunya Plural. 25/12/2021
“¿Boric es de los buenos?”, preguntaba un buen amigo la mañana del lunes a través de WhatsApp. Entre la celebración, el pesimismo y el desconocimiento hay un espacio para la lectura.
SILVIO FALCÓN | Gabriel Boric Font será el presidente de Chile, después de disputarse la segunda vuelta contra el candidato del Partido Republicano José Antonio Kast, un pinochetista adaptado a los tiempos que consiguió obtener más votos que Boric en primera vuelta. El candidato de Apruebo Dignidad obtuvo un 55,87% de los apoyos por un 44,13% del derechista Kast. Casi un millón de votos separó a ambos contendientes; una ventaja que casi nadie esperaba y que, desde luego, no habían anticipado las encuestas.
La importancia de la cita era evidente y así lo percibieron los ciudadanos: la participación aumentó un 8,3% en relación a la primera jornada de votación. El 55,63% de los chilenos y chilenas ejercieron su derecho a sufragio, el dato más alto en una elección presidencial desde que en 2010 se estableció el voto voluntario. Sin duda, el aumento de la participación jugó un papel clave en la victoria de las izquierdas.
A nivel territorial, Boric puso las bases del amplio margen de su victoria con un resultado abultado en la Región Metropolitana de Santiago de Chile, donde obtuvo un 60,33% de los apoyos por tan solo un 39,67% de su rival. En el voto exterior (71,03%) y en las regiones de Atacama (65,47%), Coquimbo (63,28%), Valparaíso (59,31%) o Antofagasta (59,76%) –entre otras- el margen de su victoria también fue destacable.
Este importante resultado electoral de la izquierda chilena debemos leerlo en tres dimensiones diferentes. Por un lado, en clave nacional chilena –con especial relevancia en términos históricos-, por otro, en lo relacionado con la dimensión social e ideológica y, por último, en clave estrictamente de cambio regional.
Chile ratifica el proceso abierto en 2019
El estallido social chileno, que comenzó en 2019, ha marcado la política de aquel país desde entonces. Las movilizaciones ciudadanas han empujado a más de un cambio de gabinete ministerial, pero también han sido el motor del plebiscito constitucional que dio paso a las elecciones a convencionales constituyentes. Dicho con otras palabras: el pueblo en las calles obligó a Sebastián Piñera a iniciar un proceso constituyente para redactar una nueva constitución. Ese proceso se ha encontrado con un 2021 plenamente electoral. La victoria de la izquierda en las elecciones presidenciales ha sido simplemente la última etapa de un largo túnel de elecciones en Chile (constituyentes en mayo, parlamentarias y primera vuelta en noviembre y el ballotage en diciembre). Aunque la derecha seguirá teniendo un importante peso en la cámara de diputados, el espíritu del estallido social ha sobrevivido al ciclo electoral y al desencanto de la ciudadanía con la política.
Tras conocerse la victoria de Boric, las redes sociales se inundaron con referencias a la victoria del ‘No’ en el plebiscito nacional de 1988 –y el fin de la dictadura pinochetista- o con frases e imágenes de Salvador Allende. Y es que Chile ha sido el banco de pruebas de lo neoliberal desde los lejanos años 70; la mejor definición posible de patio de atrás. Con una izquierda moderada –muy moderada- y una derecha fuerte, el sistema de partidos chileno nunca se planteó cuestionar la constitución aprobada por la dictadura en 1980. La victoria de Apruebo Dignidad también se puede leer en términos de final del bipartidismo y de crítica ciudadana al turnismo vergonzoso que ha representado el Bachelet – Piñera – Bachelet – Piñera. Chile ha sido gobernada desde 2006 por este sistema de bipartidismo bipersonal que se rompe en el día de hoy. No deja de ser positivo, también, que las fuerzas de la antigua concertación acompañen y apoyen al nuevo gobierno; especialmente que Michelle Bachelet anunciase que votaría a Gabriel Boric. Un nuevo tiempo para Chile.
La derrota de Kast: un síntoma de agotamiento
José Antonio Kast no ha inventado nada. Ha cogido el libro grande del trumpismo y ha trasladado, una a una, sus propuestas y su ideología al panorama político chileno. Si en Argentina, bajo el liderazgo de Milei, esta nueva derecha obtenía réditos a través del barniz libertario y de la televisiva estética rockera, la fórmula chilena debía ser liderada por un hombre de orden, de familia y de Pinochet. La experiencia Bolsonaro parece agotar su recorrido en la región si tenemos en cuenta las opciones de victoria del brasileño para 2022 o si analizamos el resultado final de Kast en Chile. En cualquier caso, no deja de ser alarmante que un 44,13% de los chilenos y chilenas prefieran una opción claramente regresiva y con la mirada puesta en el pasado. Será tarea de los gobernantes dirigirse a mayorías ciudadanas capaces de dejar atrás las propuestas extremas de los partidarios de José Antonio Kast.
En este sentido, cabe esperar que la derecha chilena tradicional –los partidos que forman parte de Chile Podemos Más – minoricen las propuestas extremas y planteen una oposición constructiva al margen del populismo y del trazo grueso del conservadurismo social que abanderaba Kast. Y es que la derecha chilena apoyó en pleno al candidato más ultra de la historia reciente del país, a sabiendas que sus propias debilidades –y características- han permitido el surgimiento y éxito de una candidatura de estas características.
En unos años podremos saber si la derecha populista latinoamericana perdió en Chile una batalla clave –si no definitiva- en su paulatina pérdida de influencia tras la derrota de Trump en 2020.
América Latina: ¿una nueva década progresista?
La década progresista es el mito común de la izquierda latinoamericana. Kirchner, Mújica, Chávez, Correa, Morales y Lula. Líderes que aún son relevantes en la actualidad política en sus países. Esa coincidencia temporal impulsó proyectos de integración regional (UNASUR, MERCOSUR o CELAC) y redujo las desigualdades sociales existentes en la región. La erosión de esos liderazgos y el agotamiento de algunas de sus propuestas dieron paso a cambios de gobierno. Estos procesos de cambio se realizaron a espaldas del Pacífico sudamericano: exceptuando a Ecuador, en Colombia los gobiernos de derecha fueron sucesivos y en Perú mayoritarios. El caso chileno, con el turnismo al que ya hicimos referencia, nunca se caracterizó por la apuesta ideológica de sus pares sudamericanos.
En esta etapa, a diferencia de en el ciclo anterior, el Ecuador de Lasso será la excepción. Perú y Chile tendrán gobiernos de izquierda –a la izquierda de la socialdemocracia- y Colombia espera elecciones presidenciales en 2022. El Pacífico sudamericano sería el primer paso; a continuación, vendrá el gran gigante regional: Brasil, que escogerá entre Lula y Bolsonaro.
2022 puede conformar un nuevo mapa político regional que ponga las bases para una nueva etapa progresista que incluya a las 4 grandes potencias regionales: México, Colombia, Brasil y Argentina. En este giro, el resultado de Boric representa una victoria cultural, ya que recupera para la actualidad a referentes históricos comunes. ¿Quién no se emociona viendo a una muchedumbre cantando El pueblo unido jamás será vencido de Quilapayún?
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Fotografía: La marea