Por: Claudia Korol. Nueva Sociedad. 03/12/2016
Las brujas necesarias en los tiempos de cólera
Los feminismos populares se han extendido por América Latina y abarcan un abanico diverso de movimientos de base territorial que interactúan con movimientos de mujeres que no necesariamente se definen como feministas y participan de organizaciones populares mixtas. En el feminismo indígena, negro o de los barrios latinoamericanos emergen crecientes demandas de despatriarcalización, se desarrolla una renovada pedagogía feminista y se ponen en cuestión las propias jerarquías de las organizaciones de izquierda.
A pesar de la ofensiva conservadora que conmueve este tiempo, arrasando conquistas de los pueblos, contagiando cólera y rabia en los corazones, hay un aquelarre subterráneo, un movimiento de conciencia histórica que crece, se «encuerpa» desde la memoria, y cambia –nos cambia– la vida cotidiana. Me refiero a la irrupción en la política de colectivas de acción, pensamiento, sentimientos, sueños, que asumimos el feminismo como una propuesta que desafía a las múltiples opresiones producidas por el capitalismo colonial y patriarcal. Feminismos indígenas, campesinos, barriales, de trabajadoras de doble y triple jornada. Feminismos de sujetas no sujetadas, que respondemos colectivamente a los desafíos de la sobrevivencia y vamos haciendo realidad la propuesta: «si tocan a una, tocan a todas».
El mapa político de nuestros feminismos
Históricamente han existido corrientes del feminismo que han sostenido fuertes vínculos con los movimientos de trabajadoras, entre ellas las anarquistas, socialistas y comunistas de comienzos del siglo xx, y también feministas que a lo largo de los siglos xx y xxi desarrollaron su activismo en organizaciones populares, fueron parte del movimiento de derechos humanos que enfrentó a las dictaduras, refundaron las luchas democráticas integrando los derechos de las mujeres, aportaron a la organización de las víctimas de prostitución y trata, comparten la búsqueda de niñas, adolescentes y mujeres desaparecidas en democracia, acompañan a mujeres que sufren violencia en sus familias, a niñas y niños que sufrieron abuso sexual, a mujeres que denuncian la violencia sexual como crímenes de los Estados terroristas, etc. Pero fue en estas últimas décadas cuando se visibilizaron experiencias que denominamos genéricamente como «feminismos populares». Se trata de colectivas feministas, espacios de mujeres y/o lgttbi, que en algunos casos son parte de organizaciones mixtas, en otros no, pero que coinciden en la necesidad de no establecer jerarquías entre las distintas opresiones y eluden caracterizar las luchas como «principales» y «secundarias» –como las clasificaba la izquierda tradicional– para organizar sus acciones.
Las feministas populares asumimos que en el sistema capitalista patriarcal y colonial las distintas formas de dominación y disciplinamiento de los cuerpos, los territorios, las comunidades, la naturaleza de la que somos parte se refuerzan mutuamente, y que cada logro en una perspectiva emancipatoria erosiona los pilares del sistema, en la medida en que contribuye a la creación de subjetividades –individuales y sociales– autónomas, capaces de imaginar un mundo diferente, y de crearlo. En Argentina existe un antecedente ineludible de estos feminismos populares: el de las asambleas de mujeres piqueteras que se realizaban los días 26 de cada mes sobre el puente Pueyrredón después del 26 de junio de 2002, cuando la policía asesinó a Darío Santillán y Maximiliano Kosteki en la estación Avellaneda (hoy renombrada como «Darío y Maxi»)1.
En el corte del puente Pueyrredón, donde se exigía justicia por Darío y Maxi, las mujeres hablaban en asamblea de las temáticas que las preocupaban, reconociendo sus necesidades, sus problemas, las dificultades en sus organizaciones. Este proceso –impulsado por algunas compañeras feministas que venían de experiencias anteriores e «hicieron escuela» en los movimientos– revolucionó el lugar de las mujeres piqueteras en las casas, en las calles y en la historia. El Frente Popular Darío Santillán abrió caminos en esta dirección al constituir el Espacio de Mujeres, que promovió que más tarde toda la organización se asumiera como «antipatriarcal», además de considerarse «anticapitalista» y «antiimperialista». Ese camino fue recorrido también por otras organizaciones sociales y políticas y, sobre la marcha, esos colectivos de mujeres y diversidades sexuales nos fuimos encontrando en un proceso de formación feminista realizado en común, con encuentros plenos de debates, pasiones, risas e intercambios que aún estamos compartiendo.
Otro afluente del feminismo popular fue el quiebre de los modos de hacer política generado a partir del 19 y el 20 de diciembre de 2001. En ese contexto de rebeldías nacieron varias colectivas feministas articuladas como «Feministas Inconvenientes», en un espacio donde participamos mujeres, lesbianas, travestis y trans, que pensamos un feminismo con raíces en el continente, mestizo, descolonizador, anticapitalista, autónomo, de acción directa, integrado en las luchas populares. Los sucesivos Encuentros Nacionales de Mujeres realizados en Argentina nos permitieron «enredarnos» con otras feministas y organizaciones de mujeres, lesbianas, travestis y trans, y plantear temáticas comunes para nuestras acciones. En el marco de esos encuentros nos autoconvocamos en las mesas de «Feministas Latinoamericanas en Resistencia», que tuvieron un primer impulso con la presencia de la ex-senadora colombiana Piedad Córdoba en el 23o Encuentro Nacional de Mujeres reunido en la provincia de Neuquén en agosto de 2008, y tomaron fuerza a partir del golpe de Estado de Honduras en junio de 2009, con el ejemplo de las Feministas en Resistencia de ese país, que crearon la incisiva consigna-síntesis: «Ni golpes de Estado ni golpes a las mujeres».
Las feministas indígenas de los pueblos del Abya Yala, las feministas comunitarias de Guatemala y Bolivia y las feministas campesinas aportaron lecciones de radicalidad teórica y práctica, con un feminismo de enfrentamiento directo a las transnacionales, a las políticas extractivistas y a la violencia de los narcoestados. Activistas como Berta Cáceres del Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (copinh), Miriam Miranda de la Organización Fraternal Negra de Honduras (ofraneh), Bety Cariño del Centro de Apoyo Comunitario Trabajando Unidos (cactus) de Oaxaca, México, Blanca Chancosa, de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (conaie), las mujeres zapatistas en Chiapas, entre otras experiencias significativas, enseñaron a los feminismos populares que no se trata solo de «despatriarcalizar» en el marco de las luchas anticapitalistas, sino también de descolonizar nuestras vidas.
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1. Santillán y Kosteki eran militantes del Movimiento de Trabajadores Desocupados (mtd) y participaron de las movilizaciones sociales durante la crisis de 2001 [n. del e.].
Fuente: http://nuso.org/articulo/feminismos-populares/
Fotografía: nuso.org