I
Una necesaria aclaración
Hablar del anarquismo en México es complejo y no carece de respuestas viscerales a lo ancho del espectro político, por lo que de advierto que el objetivo de este ensayo no es validar o rechazar los postulados éticos, epistémicos e ideológicos de esta doctrina y praxis política. Sin embargo eso no quiere decir que no se tomará partido ni que evite expresar un juicio sobre las consecuencias de las acciones de grupos e individuos anarquistas en la lucha social en México.
Por otra parte tampoco escribo esto para dar una justificación retroactiva a grupos de la izquierda mexicana que durante años han enarbolado un discurso autoritario y maniqueo que incluso antes de la aparición y maduración de las dinámicas prontas a describir ya habían condenado al anarquismo y los anarquistas como esencialmente contra-revolucionarios.
He de advertir al mismo tiempo que para escribir partes de este ensayo me apoyo principalmente en entrevistas orales realizadas principalmente a dos distintos perfiles personales:
- Militantes de diversos movimientos sociales (feministas, ecologistas, defensores del territorio, sindicalistas y socialistas).
- Ex-participantes de redes de afinidad anarquistas.
Una vez advertido esto es menester mencionar que no existe ser humano sin ideología, pues todos tenemos una percepción de valores y conjuntos de ideas desde las cuales realizamos nuestros juicios críticos y de valor sobre nuestras experiencias de vida: de ahí que por ejemplo los militantes marxistas que accedieron a ser entrevistados -quienes por sí mismos ya se oponían al anarquismo por diversos motivos filosóficos y políticos- no pudieron evitar mencionar los profundos rencores personales y los agravios recibidos por diversos individuos anarquistas que en más de un sentido vinieron a darle un importante valor subjetivo que se hizo inseparable de sus creencias ideológicas que en su opinión fueron validadas.
Dicho esto, es justo decir que un proceso similar ha ocurrido por parte de los exmilitantes anarquistas entrevistados. Tras la experiencia de intervención política relatada las opiniones personales y las expresiones ideológicas se han vuelto igualmente inseparables. Sin embargo se han expresado de una forma diferente: si los militantes de movimientos sociales entrevistados se sentían agraviados por los anarquistas, los anarquistas por su lado se sentían decepcionados por sus propios excompañeros de lucha, y si bien muchos continúan expresando su oposición a los diversos postulados de las izquierdas mexicanas e incluso afirman que si bien ya no son anarquistas aun consideran a las diversas corrientes de izquierda no anarquista (particularmente al marxismo) como ideologías dañinas, otros con los años habían suavizado sus discursos e incluso algunos abiertamente aceptaron que se equivocaron en la forma en la cual actuaron.
Si digo exmilitantes y no militantes es porque simple y sencillamente ningún participante actual de agrupaciones anarquistas aceptó ser entrevistado por mí. Acepto plenamente que su desconfianza ideológica termine por ser validada subjetivamente si es que leen este artículo: si lo hacen no tengo duda alguna que verán confirmadas sus sospechas cuando se negaron a ser entrevistados.
Ahora bien, es objetable que alguien pueda afirmar que al faltar sus testimonios este ensayo no tenga validez, pues podría ser parcialmente cierto. No pretendo con esto afirmar que es la última palabra pero considero que es necesario recalcar que en las entrevistas se encontró coherencia en los juicios emitidos junto a demasiadas coincidencias en las experiencias y valoraciones. Suficientes como para que descartarlas sea un error lamentable. Tomo esta postura porque las dinámicas narradas se repiten en diversas ciudades y en diversos grupos se repiten en variadas ocasiones.
¿Qué pretendo señalar y explicar con este ensayo? Que para muchos anarquistas activos en el sexenio de Peña Nieto la disposición a participar en dinámicas dirigidas por los aparatos represivos estatales destinadas a recabar información para la represión policiaca contra organizaciones tildadas como “stalinistas”, si bien era algo moralmente repugnante, era un mal necesario para debilitar a estas organizaciones rivales o para evitar que la atención policiaca se centrase en ellos mismos.
Sin más preámbulos, comencemos.
II
Modernidad líquida y grupos de afinidad
El término acuñado por Zygmunt Bauman hace referencia a que las realidades sólidas en las cuales la humanidad vivió por varios años se han desvanecido: realidades como familia, trabajo, identidades políticas, culturales y sexuales se desvanecen en un mundo ansioso por novedades que esconde una precariedad altamente preocupante.
La vieja Modernidad concebía un mundo que habría de encontrarse enteramente bajo la administración humana, era por lo tanto una Modernidad en que el llamado “orden natural” de la visión dominante religiosa era sustituido ahora por los diseños humanos que destruían lo que no funcionaba y mejoraban lo que si lo hacía: este era el molde de la racionalidad. Esta Modernidad y su racionalidad se enfrentaban al viejo régimen porque consideraban que dejaba demasiado al azar, es decir, no era lo suficientemente sólida. El viejo régimen fue sustituido por uno nuevo que funcionaba con fábricas gigantescas y símbolos dominantes incuestionables por masas obedientes.
Este modelo también terminó por entrar en crisis. La Modernidad es líquida ahora debido a que nuestra vida social e individual ya no es fija, en realidad: ahora busca prevenir que las cosas se mantengan sólidas, abrazan el cambio. En realidad no es solo que la Modernidad líquida no crea en las soluciones definitivas, sino que es hostil incluso a la sola idea de una solución definitiva a los problemas humanos.
Y como individuos muchos adoptan esta ideología, consideran que las relaciones humanas no van a durar mucho, que siempre habrá nuevas oportunidades. Su relación con los objetos materiales y con otras personas es constantemente evaluada y desechada. La ideología exige la flexibilidad. ¿Qué significa ser flexible? La ausencia de compromiso, la capacidad de cambiar en el momento que sea requerido, la disposición para adaptarse a cualquier situación abandonando los puntos de vista anteriormente defendidos.
¿Acaso la identidad no se vería afectada por esta inestabilidad perpetua? La precarización de la clases medias y trabajadoras que se enfrentan a unas condiciones de vida similares a las acostumbradas antes de las reformas que crearon el Estado de bienestar han creado una generación de jóvenes frustrados y precarizados que saben nada es seguro y que de un momento a otro no solo pueden sino que se verán obligados a reinventarse una y otra vez sin previo aviso.
Esta devastación emocional y mental de jóvenes en el mercado de trabajo se refleja en las identidades que experimentan la sensación de que ellos mismos son desechables.
La tragedia de estos jóvenes radica en que conociendo la amenaza son incapaces de prevenirla debido a que carecen de un marco ideológico que les permita superar su ignorancia e impotencia. En realidad han interiorizado la idea que son un sobrante y que les es imposible detenerlo. Esta condición usualmente atribuida a los trabajadores industriales ha impactado ahora en sectores cada vez mayores de las llamadas clases medias, es decir, la base y sostén de las democracias liberales.
Es por ello que se crea una doble condición cuando estos mismos jóvenes clasemedieros deciden participar políticamente para cambiar el mundo que los rodea: por una parte quieren crear un nuevo mundo más hospitalario para ellos mismos y los demás, pero al mismo tiempo han aceptado la impotencia a la cual los ha orillado el sistema capitalista, que les impone la experiencia de ser incapaces de construir instituciones amplias que representen sus intereses. Esto ha creado un conjunto de individuos con buenas intenciones, pero un diseño de participación social anti-intelectual, descentralizado, espontáneo, individualista y flexible, es decir: liquido.
Esto se refleja en la aparición de los llamados “grupos de afinidad” como la respuesta de estos jóvenes a la crisis de los viejos partidos socialistas y sus formas tradicionales de organización tales como los sindicatos o las organizaciones juveniles centralizadas y jerárquicas. Los grupos de afinidad anarquistas están formados por pequeños grupos de activistas que participan de forma intermitente para ser parte de las llamadas acciones directas, son grupos horizontales formado por las afinidades ideológicas y psicológicas. Este método proporciona una forma de organización profundamente flexible ya que carece de las reglas, metodologías y compromiso militante que los viejos modelos organizativos.
Los grupos de afinidad son altamente flexibles, se fundan para participar en una acción en particular (formar un bloque negro, saquear un negocio, crear y difundir propaganda, etc.) o para una habilidad en común (por ejemplo brindar primeros auxilios). Los grupos de afinidad rara vez pertenecen a una organización más amplia, en realidad se forman y se deshacen tan pronto el objetivo por el cual se reunió se cumple, si bien pueden tener relación con otras organizaciones se concibe que esta relación es informal y por supuesto temporal. Un individuo puede pertenecer a numerosos grupos de afinidad al mismo tiempo y a lo largo de su vida. En realidad se estimula que forme, deshaga y abandone estos grupos de afinidad tan pronto estos carezcan de utilidad o comiencen a formarse “jerarquías” internas.
De ahí que estos jóvenes fruto de la sociedad e identidades líquidas encuentren atractivo el discurso y praxis anarquista que en sì son profundamente hostiles a las organizaciones sociales de viejo cuño, ya que consideran que unirse a ellas significa convertirse en el engranaje de una máquina y personifica condenar su vida a la ciega obediencia. Esta hostilidad se extiende a nociones emocionales como el deber, lealtad, obediencia o sacrificio, lo mismo se extiende a conceptos intelectuales como la estrategia, la acumulación o balance de fuerzas o cualquier otra consideración de planes a largo plazo, para estos jóvenes la motivación no viene de los libros o los análisis filosóficos y políticos sino de la voluntad, la espontaneidad y el placer brindado por la participación en la acción directa.
Esta reconfiguración constante de grupos de afinidad que se creaban constantemente y donde no solo se permitía sino que se estimulaba el actuar libremente fuera de la estructura de estos grupos jugó en contra de estos jóvenes ya que permitió con gran facilidad a los diversos aparatos de inteligencia dar seguimiento a sus actividades.
¿Cómo sucedió? Simple, un infiltrado traía a otro y luego este a un segundo y así; establecían relaciones de amistad, afectivas o sexuales; reunían información; y esta era usada para el chantaje lo que permitía crear informantes, agentes provocadores o simplemente difundir rumores que, estimularan la paranoia y la división. Era un proceso particularmente simple ya que estos grupos de afinidad carecían de las estructuras de contrainteligencia internas que otras organizaciones de mayor alcance suelen crear. La infiltración era particularmente fácil ya que no era necesario conocer los discursos izquierdistas y sus conceptos fundamentales o acumular años de probada lealtad como militante de base para participar en los procesos de toma de decisiones, pues bastaba llegar a una asamblea, ganarse la amistad de algún participante y posteriormente mantenerse constantemente dentro de las dinámicas de formación de grupos de afinidad.
De ahí que fuese prácticamente inevitable que los anarquistas terminasen por convertirse en tontos útiles de la policía, porque sus estructuras organizativas eran débiles y sus acciones y participaciones colectivas eran espontáneas. A esto se le sumó una ideología flexible acorde a sus identidades liquidas que los llevó a tomar una serie de decisiones cuestionables sobre contra quienes centrar sus esfuerzos y energías.
III
Prioridades sesgadas
Como ya se indicó al inicio de este ensayo, cuando las identidades liquidas deciden participar políticamente buscan espacios que reflejen sus particularidades fluidas, y es por ello que tantos optan por el anarquismo como vehículo ideológico.
Pero así como la nobleza obliga la ideología y la psicología lo hacen también.
La repulsión que sentían estos anarquistas no solo por las figuras de autoridad contra las cuales se rebelaban o el sistema al cual decidían enfrentarse los llevó a totalizar esta rebelión: es decir, no solo decidieron que el Estado (todo Estado) era inherentemente malvado y opresivo, sino también que cualquier grupo humano que estableciera organizaciones que ellos considerasen no-verticales era apenas un mero reflejo de esta misma tiranía insoportable.
En este punto son particularmente útiles los testimonios de los cuales comienzo hablando este ensayo. Son útiles en la medida que reflejan como los anarquistas pasaron de acciones directas contra figuras y símbolos de autoridad estatal a dedicarse simplemente a sabotear los proyectos de las izquierdas tradicionales.
Pero, ¿cómo se reflejaba esta hostilidad?
Como mencioné al inicio del ensayo me estoy enfocando principalmente en el periodo de Peña Nieto ¿Por qué? Principalmente porque la movilización anarquista fue particularmente intensa en aquellos años, el anarquismo mexicano fuera del Estado de Oaxaca (donde ya ha creado su propia leyenda negra) se había refugiado principalmente en algunos círculos universitarios marginales, por lo que para muchos fue una sorpresa que aparecieran tantos jóvenes tan rápidamente radicalizados en la ideología anarquista.
Pero esta radicalización en el periodo de Peña Nieto que inició en 2012 tiene sus orígenes en dos experiencias sumamente importantes para la izquierda mexicana de la cual todas las tendencias ideológicas obtuvieron variadas enseñanzas: La Otra Campaña y la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca.
Los anarquistas no fueron una excepción a esto, puescomo indiqué anteriormente la mayoría de los jóvenes que describo optaron ideológicamente por el anarquismo en el sexenio de Peña Nieto, pero esto no habría sido posible sin los primeros jóvenes, algunos años mayores que participaron políticamente en el sexenio de Calderón Hinojosa.
¿Cuáles fueron las lecciones aprendidas? Esencialmente, de La Otra Campaña aprendieron que la principal organización revolucionaria a nivel nacional afirmaba desdeñar la colaboración entre cúpulas dirigentes, y que ya no buscaba una alianza entre organizaciones revolucionarias mediante alianzas entre diversas dirigencias (como lo fue el Frente Zapatista de Liberación Nacional) sino que ahora hablaba a la organización civil y estimulaba se creasen nuevas organizaciones desde donde se originasen los problemas. El lenguaje de “resistencias” se reestructuraba en el dominio público de la sociedad civil de uno originalmente marxista a uno comunitario, horizontal y de organización en redes no subordinadas.
Pero también aprendieron que en el ambiente político de La Otra Campaña, pesar de la participación de varias organizaciones de la vieja Izquierda, que las críticas a estos grupos no solo eran bienvenidas sino alentadas: que la cruda hostilidad al Sindicato Mexicano de Electricistas, al Frente Popular Francisco Villa, al Partido de los Comunistas o a la Juventud Comunista de México -varias de las cuales participaban junto al EZLN en una especie de petite comité llamado Conferencia de Organizaciones Populares Anticapitalistas de Izquierda- era tolerada por los delegados zapatistas quienes priorizaban a las nuevas organizaciones y sus modelos emergentes en vez de sus aliados de mayor tiempo quienes habían demostrado interés en colaborar con los zapatistas, pero no habían dado señales de aceptar una de subordinación a los zapatistas chiapanecos.
De la APPO aprendieron que pueden aprovechase de los esfuerzos de organizaciones más amplias y sobre todo a pasar desapercibidos en sus acciones directas empleando las grandes movilizaciones, y que mientras estas mismas organizaciones prioricen su defensa contra los aparatos ideológicos y represivos del Estado los anarquistas tendrán carta blanca en muchísimas acciones y que estas mismas acciones pueden acelerar las condiciones de enfrentamiento y de insurrección al atraer a los contingentes armados a enfrentamientos donde la población oaxaqueña se vio inevitablemente forzada a participar para no ser aplastada.
Pero también y lamentablemente aprendieron que ante la inevitable represión y los arrestos ilegales por parte de las fuerzas estatales era mejor colaborar para desviar la atención de sus actividades contra las organizaciones contra las cuales los aparatos de inteligencia estatales habían centrado su atención al catalogarlas como amenazas serias al poder estatal: la Coordinadora de Mujeres Chiapanecas; el Comité de Defensa de los Derechos del Pueblo, las Organizaciones Indias por los Derechos Humanos; La Unión de Artesanos Comerciantes Oaxaqueños en Lucha; la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación; La Federación de Estudiantes Campesinos Socialistas de México; el Partido Comunista de México Marxista-Leninista, y sus organizaciones de masas (la Unión de la Juventud Revolucionaria de México, la Unión de Trabajadores de la Educación y el Frente Popular Revolucionario) así como el Frente Nacional de Lucha por el Socialismo y por encima de todos el Partido Democrático Popular Revolucionario y su brazo armado el Ejército Popular Revolucionario
La represión estatal fue la que acabó con ambas experiencias organizativas de la izquierda revolucionaria mexicana: tras el asalto policiaco al pueblo de San Salvador Atenco y su organización, el Frente de los Pueblos en Defensa de la Tierra, atropello que cambió la dinámica de las organizaciones adherentes al esfuerzo zapatista, pasaron de recorrer el país creando nuevas organizaciones a simplemente reforzar las existentes para lograr la libertad de los presos y el castigo de los policías que agredieron con tanta saña el pueblo que se resistía al programa de despojo.
Por otro lado, tras la represión en la capital de Oaxaca y la toma policiaca de la ciudad se inició una larga operación de contrainsurgencia que se tradujo en desapariciones forzadas de guerrilleros eperristas en 2007.
Las lecciones que algunas redes anarquistas tomaron de estas experiencias crearon un coctel toxico que se extendió lentamente: seis años de guerra contra el narco que trajo decenas de miles de desaparecidos, asesinados y torturados junto a medios electrónicos inundados de fotografías y videos de torturas y ejecuciones crearon una generación alienada y resentida.
Al caldo de cultivo de la modernidad e identidades líquidas que empodera el analfabetismo funcional y favorece modelos y discursos de participación social donde ya hay inclinación por el anarquismo se sumó un discurso que era profundamente hostil a las organizaciones revolucionarias tradicionales a las que juzgaban exactamente en el mismo plano moral, político y social que al Estado al cual odiaban y contra las que habían aprendido a desviar la atención de los aparatos represivos para librarse ellos mismos de las represalias estatales.
¿Y cómo se expresó este odio contra las organizaciones mencionadas?
En el discurso creó retorica atrevida y extravagante contra sus percibidos competidores y enemigos de izquierda, una perorata más emotiva que racional, dependiente de falacias, mentiras, contradicciones, absurdos y teorías conspirativas: para una generación privada sistemáticamente de pensamiento crítico esto fue especialmente efectivo. Como dijo un ex-anarquista, “lo importante era que fuese verdad aunque no fuese la verdad”.
Si bien los diversos grupos de afinidad nunca concluyeron qué enemigo era más importante, si el Estado y el capitalismo o las organizaciones de Izquierda que se manifestaban a su lado (la respuesta individual de cada anarquista variaba) las declaraciones sumamente agresivas de los anarquistas contra todas las izquierdas los llevaron incluso al extremo de renegar del entonces Subcomandante Marcos, quien les extendiera una rama de olivo para darles espacio y voz en una serie de encuentros en Chiapas. Muchos anarquistas lo desairaban públicamente al llamarlo “parte del entramado del show del sistema”, con epítetos como “bolchetriste”; incluso hicieron eco de teorías conspirativas de nefasta calaña que afirmaban oscuros intereses detrás del EZLN.
A este discurso se sumó un culto a la ilegalidad, la clandestinidad y la violencia que se tradujo en el enaltecimiento de los bloques negros y la acción directa que llevó a variadas agresiones contra unidades policiacas, monumentos e instituciones estatales. Estos ataques tenían tanto el objetivo de dañar al Estado como de provocar una represión policiaca que radicalizara a muchos para unirse a los enfrentamientos del Estado: es decir, ganarse a los manifestantes con actos de terrorismo de baja intensidad hasta ser los suficientes para lanzar una insurrección, estrategia que resultó no solo incorrecta sino también contraproducente. Conforme fueron pasando los años y los bloques negros disminuían en número e impacto -lo cual era consecuencia de la reducción tanto de grupos de afinidad como de la cantidad de participantes en estos grupos-, lo que llevó a muchos de estos anarquistas a desesperarse y participar en actos reprobables contra sus percibidos enemigos de izquierda, desde agresiones físicas contra otros izquierdistas hasta atacar la infraestructura de las organizaciones rivales o las propiedades de sus militantes. Para gran frustración de muchos anarquistas no deja de ser indicativo como varios contingentes estudiantiles en la marcha por los 50 años de la matanza de estudiantes en Tlatelolco informaron que no permitirían que los bloques negros anarquistas las infiltraran y las usasen como escudos humanos. Los anarquistas por su parte procedieron a acusar a estos contingentes de “stalinazis” o de “porros”.
Pero, ¿cuál era propiamente la metodología de participación social en los años de intensa movilización contra las reformas estructurales neoliberales de Peña Nieto y en medio de las reivindicaciones de aparición con vida de los desaparecidos junto con el castigo a los culpables?
Nada particularmente extravagante o sorprendente, ahí donde surgían resistencias -por ejemplo, universidades, maquiladoras o poblados campesinos mestizos e indígenas- se dirigían para tratar de cooptarlas, mas fuera de algunas universidades donde lograron cierto grado de hegemonía, en la mayoría de los espacios donde surgían estas resistencias eran casi invariablemente expulsados para evitar una represión estatal aun peor. En el mejor de los casos, eran usados para diversas labores físicas pero sin permitirles tener influencia en la toma de decisiones
Muchos anarquistas, al darse cuenta de esto buscaban entonces una estrategia de negación. Es decir, si estas resistencias al neoliberalismo no podían ser radicalizadas al anarquismo entonces al menos debían de negar a las diversas organizaciones izquierdistas que ellos lograsen cooptar a estas resistencias. Los medios usados eran diversos pero podemos resumirlos en amenazas, difamaciones y calumnias que aumentasen tanto la sospecha como la paranoia y por supuesto la delación policiaca.
Considero necesario recalcar un punto anterior: la radicalización de muchos de estos anarquistas que con el paso de los años fueron volcándose cada vez más amargamente contra el resto de las izquierdas es proporcional a su pérdida de influencia y prestigio. Si los primeros tres años del sexenio de Peña Nieto muchos jóvenes se unieron a muchos grupos de afinidad, los siguientes tres estos mismos jóvenes abandonaron estos grupos tanto por la decepción de las tácticas anarquistas, así como por auto-preservación debido a la enorme infiltración policiaca en los bloques negros y en los grupos de afinidad.
Esta radicalización que llevó a muchos anarquistas a enfocarse casi exclusivamente a enfrentar al resto de las izquierdas fue paralelo al proceso mediante el cual el lopezobradorismo cooptó a buena parte de estas mismas izquierdas (incluidos muchos ex-anarquistas) para sumarlas a su proyecto, esto fue interpretado por muchos anarquistas como estas izquierdas desenmascarándose y mostrándose como los auténticos “stalinistas” que siempre supieron que eran.
IV
Conclusión
El anarquismo como discurso y práctica política e ideológica en México, al menos en el esexenio estudiado, terminó por ser rebasado por la propia realidad a la cual se enfrentaron.
Las mismas condiciones de modernidad e identidades líquidas que jugaron a favor del anarquismo durante unos años con el tiempo fueron también la causa por la cual los mismos jóvenes terminasen por ser nuevamente “flexibles” y abandonaran su identidad anarquista tan pronto como les fue particularmente negativo serlo. Terminar la universidad y la necesidad de ingresar al mercado laboral dominado por el compadrazgo junto decepción con los grupos de afinidad que carecían de cualquier tipo de control y que priorizaban luchar contra enemigos imaginarios y otras izquierdas (algunos exparticipantes de estos grupos incluso mencionan una radicalización hacia tesis conservadores e incluso neofascistas por parte de numerosos individuos), así como la humana necesidad de auto-preservación ante la ya mencionada infestación de informantes, agentes provocadores y manipuladores de estos grupos por parte de los diversos servicios de inteligencia. Como dijo un exparticipante “ya chole con ser carne de cañón”.
Al mismo tiempo, entre las izquierdas que decidieron no sumarse al lopezobradorismo y mantener su independencia política e ideológica encontraron sumamente desagradable la experiencia, pues para muchos fue particularmente frustrante el vivir un periodo donde podrían haber aumentado tanto su influencia en el país así como su impacto territorial y participación de la población. Para muchos el mote “anarquista” equivale a puñalada por la espalda, muchos en realidad incluso han llegado a despreciar más a los anarquistas que a los propios aparatos represivos estatales ya que los policías antimotines al menos nunca fingieron ser sus compañeros para después difundir rumores de ser proxonetas, acusarlos de “fascistas rojos”, apedrear sus hogares en la madrugada, enviar cartas anónimas donde se alternaban burlas y amenazas y por ultimo filtrar su nombre, organización y dirección a algún agente de la Secretaría de Gobernación. El resentimiento contra los anarquistas aumenta porque muchos de estos anarquistas abandonaron la lucha social tras dejarla peor de lo que la encontraron para volver a sus antiguas vidas o incluso sumarse a las instituciones estatales y partidarias que unos años antes afirmaban combatir por todos los medios.