Por: IBÁN DÍAZ PARRA. 22/02/2022
La dimensión espacial no ha dejado de ganar peso desde hace décadas en las ciencias sociales críticas. Para ello han sido muy relevantes las discusiones dentro de la teoría arquitectónica, pero también las de los estudiosos del desarrollo capitalista. Quizás el autor que más determinantemente ha influido en la actual popularidad de los estudios sobre el espacio social es el geógrafo David Harvey, pero también ha sido crucial la revalorización de la obra de Henri Lefebvre ya en el siglo XXI, a partir de la traducción de algunas de sus principales obras al inglés y al castellano. Problemas tan actuales y frecuentes en las discusiones de la academia crítica como la reestructuración urbana, la financiarización de la vivienda o la mercantilización del espacio tienen un pilar importante en los trabajos de estos dos autores.
En realidad, el interés académico por la espacialidad del capitalismo se remonta a los años sesenta, coincidiendo con cierto auge de las perspectivas marxistas dentro de la izquierda universitaria. Francia jugó un papel clave en esta tendencia, principalmente a partir de la publicación de El derecho a la ciudad de Lefebvre (1969), los trabajos posteriores del autor sobre la ciudad (1972; 1976; 2013) y la conformación de una suerte de Escuela Francesa de Sociología Urbana (Castells, 1974 y 1976; Topalov, 1979 y 1984). En el resto del mundo, la mencionada escuela entra en diálogo con las discusiones sobre el urbanismo dependiente en América Latina (Castells, 1973; Singer, 1973; Pradilla Cobos, 1984) y de manera simultánea se desarrolla una importante geografía crítica en el ámbito angloamericano (Harvey, 1973 o Massey, 1973) y brasileño (Santos, 1978 o Moraes y Dacosta, 2013). El quiebre, sin embargo, se encuentra principalmente en Lefebvre, cuyas opiniones sobre lo urbano coinciden también en gran medida con las de otros coetáneos, como Jane Jacobs (2014) desde una perspectiva liberal o Aldo Rossi (1982) desde la teoría arquitectónica.
En este contexto se recuperan las referencias espaciales, más bien dispersas, de los trabajos de Marx y un par de obras claves de Engels (2020a y 2020b) sobre el problema de la vivienda y la ciudad industrial. Estos autores trataron la cuestión como un problema derivado del núcleo central de las contradicciones del modo de producción capitalista, ubicado en el ámbito de la producción (industrial) y el conflicto de clase. Los problemas referentes al déficit de viviendas, la precariedad del hábitat o la segregación socioespacial eran básicamente epifenómenos y la principal cuestión teórica a dilucidar sería el rol de la apropiación de la renta de suelo en el conflicto político. Muchos urbanistas críticos de la década de 1970, especialmente los próximos al marxismo estructuralista, fueron continuistas con esta perspectiva. Estos sociólogos y geógrafos urbanos marxistas pensaban el espacio como producto social, una secreción del correspondiente modo de producción. Los planteamientos de Lefebvre desde un principio trataron de discutir estas posiciones.
En primer lugar, el filósofo anunciaba un salto del problema de la vivienda, que había marcado el capitalismo industrial hasta la etapa posterior a la Segunda Guerra Mundial, al problema de lo urbano y del hábitat en su conjunto (Lefebvre, 1969). Seguidamente, frente a la idea de una sociedad que crea su espacio, como si le preexistiese, Lefebvre plantea una sociedad que siempre ha sido espacial. El espacio pasa a ser entonces la primera y más importante mediación de la sociedad para darse forma a sí misma (1976). A partir de aquí, el filósofo se atrevería a invertir la tesis de la urbanización como efecto de las relaciones de producción industrial para convertirla en el núcleo mismo del capitalismo tardío, desplazando la crítica de los conflictos de la esfera de la producción a los problemas de la reproducción de las relaciones sociales de producción (1972). Finalmente, plantearía una visión compleja y no reduccionista del espacio, en la que trataría de integrar tanto el espacio material de las prácticas sociales como sus dimensiones ideológicas y experienciales (Ibidem, 2013).
La cuestión del desplazamiento de los conflictos centrales del capitalismo de la producción a la reproducción, o lo que algunos han interpretado como un desplazamiento desde los conflictos de clase a los conflictos del hábitat, tiene por lo tanto ya más de medio siglo. Ignorar el progreso intelectual que ha permitido este giro sería tan empobrecedor como limitarse a hablar de un desplazamiento sin más desde un polo a otro, separando lo que nunca ha estado separado, como si el espacio urbano no surgiese de un proceso productivo o como si el conflicto de clase solo operase en una típica fábrica fordista. Para no caer en el riesgo de reproducir esa dicotomía irreconciliable, convendría recordar que una parte del urbanismo feminista se ha dirigido a cuestionar precisamente la separación ideológica entre espacios de producción y de consumo (McDowell y Massey, 1984 o McDowell, 1986).
La idea de urbanismo neoliberal y sus limitaciones
La denuncia del urbanismo neoliberal ha sintetizado, al menos en los últimos treinta años, gran parte del análisis crítico del desarrollo capitalista de urbanistas y geógrafos. Los trabajos de David Harvey (2007a, 2007b) desde los años noventa han aportado mucho a la clarificación de esta idea, pero también los de la nueva geografía política crítica de Jessop (1990) o Brenner (2004). No obstante, la popularidad de la expresión es tal que en algunos momentos ha corrido el riesgo de convertirse en un cliché vacío de contenido. El neoliberalismo puede entenderse como un modo de regulación o patrón particular del capitalismo tardío, que se define por oposición al desarrollo organizado bajo Estados centralizados que caracteriza el periodo entre las crisis de 1929 y 1973. En términos muy generales, puede describirse como un tipo de política económica (ideología y cultura) que propugna la gestión más eficiente de los recursos mediante mercados autorregulados y que se expande desde los años setenta por todo el globo a partir de los experimentos pioneros de Thatcher, Reagan y Pinochet.
El giro neoliberal de la década de 1970 es un giro espacial. Uno de sus elementos característicos ha sido el desmantelamiento de las políticas de desarrollo productivo y reequilibrio territorial propias de la planificación económica estatal. También la desregularización de los mercados de suelo y vivienda y su progresiva financiarización a partir del endeudamiento de los hogares o de su apropiación por parte de fondos de inversión. El gran hito de la desregulación neoliberal en España es probablemente el Decreto Boyer de 1985, que implica la eliminación de las políticas proteccionistas en los alquileres urbanos y la desregulación del mercado de crédito, dando lugar al auge de una versión del desarrollo capitalista fundamentada sobre el sector inmobiliario-financiero. Esto se ha interpretado como una exacerbación de la espacialización de la economía en el contexto del capitalismo tardío (Lefebvre, 1972; Harvey, 1990; Rolnik, 2017). La urbanización y la vivienda, convertida prácticamente en un activo financiero, se convierten en un circuito fundamental para la circulación de capital, donde se generan enormes beneficios especulativos, generando crisis periódicas cada vez más violentas (1996, 2008…).
Hay varios peros que hacer a esta caracterización. El primero de ellos es que el neoliberalismo dista de ser un patrón homogéneo en un mundo extremadamente diverso. A menudo se ha generalizado en exceso a partir del más estudiado ejemplo angloamericano, asumiendo que el resto del mundo seguiría el mismo patrón, cuando en realidad la política neoliberal ha dado lugar a formas espaciales más bien variadas. Por ejemplo, mientras que la planificación estratégica ha podido relegar por completo a la tradicional ordenación urbana en las ciudades estadounidenses, esto debe matizarse mucho respecto de la más intervencionista Europa continental. Por esta razón, desde hace tiempo se tiende a hablar del neoliberalismo realmente existente (Peck, Brenner y Theodore, 2018) para distinguir los discursos neoliberales, más homogéneos, de la compleja realidad espacial en la que se acaban plasmando.
Otra precaución crítica muy extendida es la de revalorizar el papel del Estado en el desarrollo del neoliberalismo. Aunque este último se identifique con políticas promercado, el Estado sigue jugando un papel clave y es fundamental para el desarrollo neoliberal. Polanyi (1989) ya denunciaba hace mucho que la idea de mercados autorregulados era más una proyección utópica del pensamiento liberal que una posibilidad real. Hay incluso quien llega a afirmar que en el marco neoliberal el Estado incrementa su intervención, solo que en lugar de políticas redistributivas se vuelca en favorecer la acumulación de capital y a las clases ya privilegiadas. Nunca más que ahora, el Estado en sus diferentes niveles se ha volcado en el desarrollo de costosas infraestructuras sobre las que se apoya la economía privada. Cumple además una indispensable función policial y mediadora, indispensable para que las principales instituciones del capitalismo neoliberal puedan actuar libremente.
El urbanismo neoliberal suele mostrar como prácticas progresistas lo que no es sino la búsqueda de los intereses más mezquinos
Existe aún otro aspecto que pone coto a una visión dogmática de lo que es la organización del espacio neoliberal. Más allá del discurso liberalizador e individualista en lo económico, el neoliberalismo no es reducible a posiciones convencionalmente conservadoras. De hecho, a menudo puede suceder lo contrario. El urbanismo neoliberal tiene un carácter fundamentalmente ideológico. Recurriendo a la vieja fórmula marxista, el mercado tiene una forma de operar fundamentalmente ideológica. Lo que es codicia y usura aparece como su contrario, como la máxima posibilidad de igualdad y libertad. La igualdad y libertad de los agentes económicos implica la subordinación y coacción del trabajo asalariado. En este sentido, el urbanismo neoliberal suele mostrar como prácticas progresistas lo que no es sino la búsqueda de los intereses más mezquinos. De esta manera, los discursos radicales sobre la teoría arquitectónica y urbanística de los años setenta han sido a menudo reciclados para dar cobertura a prácticas neoliberales. La institucionalización del discurso ecologista es paradigmática, con la idea de sostenibilidad multiplicándose entre documentos y planes, de tal manera que acaba convirtiéndose en simple ruido, una palabra vacía cuya única función es dar una cobertura moral a los proyectos de desarrollo urbano. Ciertos tipos de discurso progresista, como el del desarrollo sostenible, son el complemento ideológico por excelencia del urbanismo neoliberal más cínico (Swyngedouw, 2011).
Efectos del urbanismo neoliberal
Los efectos del urbanismo neoliberal sobre el territorio se derivan de los propios planteamientos de esta ideología. En primer lugar, el urbanismo neoliberal se identifica con toda una serie de cambios en las fórmulas políticas. Por un lado, hay una tendencia a la descentralización, en la que la escala local adquiere un mayor peso a medida que el Estado pierde competencias respecto de la planificación económica y espacial. Esto ocurre evidentemente de una forma muy desigual en el mundo, principalmente en Occidente. El nivel de descentralización de los estados americanos siempre ha sido mayor, pero en el contexto europeo también se refuerzan o se crean ex novo escalas de gobierno local y regional para la ordenación territorial y económica (Brenner, 2004). Este tipo de descentralización permite una mayor cercanía con el territorio, pero también redunda por lo general en una pérdida de las capacidades de intervención política. Por otro lado, la idea de gobernanza urbana, que se populariza en este contexto, implica un reconocimiento de la diversidad de agentes que intervienen en el espacio, más allá del Estado. No obstante, estos agentes que se integran en el planeamiento son fundamentalmente agentes de mercado y la propia política urbana y regional tiende a sufrir un giro empresarialista, planteando el gobierno local como coaliciones orientadas al crecimiento económico que deben competir en un mercado de ciudades por atraer inversiones y visitantes. Algunos autores hablan de una situación pospolítica (Wilson y Swyngedouw, 2014), relacionada con el carácter cada vez más técnico de las instituciones de gobierno, al tiempo que se vacían de capacidades genuinamente políticas. Esto encuentra su reflejo en una cultura ciudadana cada vez más individualista y desconfiada de la política.
En segundo lugar, la política neoliberal implica una expansión de la mercantilización del espacio. Por mercantilización entendemos el proceso por el cual la gestión de un recurso debe guiarse por su valor económico y no por criterios de necesidad. En términos marxistas, el valor de uso se vería sometido al valor de cambio. Esto es aplicable tanto a la remercantilización de servicios y recursos que eran gestionados por instituciones públicas como al desarrollo de nuevas formas de aprovechamiento crematístico del espacio. En el primer sentido, resulta clave la remercantilización del mercado de la vivienda, como un proceso paulatino, tras un periodo en el que la provisión de suelos o vivienda había estado dirigida en gran parte por el Estado. El desmantelamiento de las políticas públicas de vivienda, los sistemas públicos de provisión de crédito y la desregularización de las rentas urbanas conducirían a que la gestión del espacio y el alojamiento se realice bajo criterios progresivamente mercantiles (Rolnik, 2017; Aalbers, 2016). En el segundo, el objetivo de atraer residentes y visitantes ha dado lugar a la transformación de la ciudad y sus partes en una especie de seudomercancías. La propia imagen de la ciudad se convierte en una marca comercial. La política urbana se orienta a crear proyectos y lugares atractivos, nuevos iconos estéticos y espacios comerciales que atraigan residentes y turistas. La propia dinámica del espacio público, especialmente en los centros urbanos, se dirige a un uso progresivamente mercantil, con distintas formas que promueven su gestión privativa. Por supuesto, la política turística es la máxima expresión de esta mercantilización del espacio, dedicando sectores enteros de las ciudades, generalmente los más significativos simbólicamente, a canalizar las divisas traídas por los visitantes. Los enclaves en los que reside la identidad colectiva de las ciudades son transformados en algo parecido a parques de atracciones, en los que nuevas rondas de inversión conllevan un constante proceso de destrucción creativa que hace difícil que la población se pueda reconocer en ellos (Sequera, 2022; Murray, 2015; Mansilla y Milano, 2019).
La desinversión y abandono de extensos sectores de la periferia obrera son la otra cara de la tematización de los centros históricos
Finalmente, las políticas promercado y el desmantelamiento del Estado intervencionista y de las políticas redistributivas impactan directamente sobre los grupos más vulnerables. Por un lado, la jibarización y descentralización de las políticas de vivienda dejan en la estacada a los grupos más vulnerables, excluidos del mercado por una u otra razón. Los problemas de vivienda han seguido afectando a los hogares más pobres (con mayor riesgo de ver coartado un flujo periódico de ingresos), a las y los jóvenes (sin posibilidades de acceder a una vivienda propia) o a quienes están en situación de vulnerabilidad, especialmente los hogares monoparentales de mujeres de clase trabajadora con hijos, relegados a situaciones de gran inseguridad económica. Por otro lado, la privatización del parque público de viviendas da lugar a que los gobiernos no tengan capacidad de actuación ante crisis habitacionales, como sucedió con la crisis hipotecaria de 2010-2012, o de intervenir ante procesos como el vaciamiento de los centros históricos por el auge de los alquileres temporales para turistas. Finalmente, al tiempo que se sobreinvierten los enclaves con mayor potencialidad económica, se dejan a su suerte sectores enteros, generalmente los viejos barrios de clase obrera en los que se concentraban las grandes operaciones de vivienda pública del siglo XX, convertidos a menudo hoy en contenedores de pobres. La desinversión y abandono de extensos sectores de la periferia obrera son la otra cara de la tematización de los centros históricos, acentuando los problemas de segregación socioespacial, exclusión y estigmatización.
Los patrones generales de la ordenación del espacio neoliberal están bastante definidos y se llevan difundiendo a nivel global desde hace ya cuarenta años. Los tiempos, ritmos e intensidades han sido diferentes en distintas partes del mundo, desde el rol pionero del Cono Sur o el ámbito angloamericano a la conservación de cierto intervencionismo en países de la Europa occidental, pasando por la terapia del shock en Europa del Este y Rusia o los heteróclitos procesos de mestizaje político-económico de China. Al mismo tiempo, podríamos considerar hasta qué punto este es un modelo en decadencia en la actualidad. La ordenación neoliberal ha encontrado sus resistencias en movimientos en defensa del territorio, de los barrios y las ciudades, abanderando el espacio social como soporte de la vida antes que como medio de extracción de valor. Las políticas antineoliberales han tendido a revertir procesos de mercantilización y privatización, notablemente en el caso de los gobiernos progresistas de América Latina, mientras que las iniciativas municipalistas europeas han operado a una escala menor, pero con unos planteamientos bastante similares. No obstante, también se han desarrollado amenazas al modelo neoliberal netamente conservadoras, que son las que pueden tener más peso en un cambio de paradigma en la actualidad, con el desarrollo de cierto capitalismo corporativo y centralizado al oriente y al occidente (de los EE UU de Trump a la Rusia de Putin). Es posible que en un futuro cercano hablemos de nuevos paradigmas en la organización del espacio, pero estos no tienen que ser necesariamente mejores a los precedentes.
Ibán Díaz Parra es profesor de Geografía Humana en la Universidad de Sevilla
Referencias
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