Por: Katerina Hatzikidi. 17/12/2021
Mientras Bolsonaro y Lula se preparan para las elecciones del próximo año, algunos brasileños exigen una alternativa. Pero ¿cuáles son los riesgos?
Queda ya menos de un año para que brasileños y brasileñas se pronuncien sobre una eventual reelección de Jair Bolsonaro. A medida que los comicios presidenciales de octubre próximo se avecinan, todo indica que el presidente de la extrema derecha, cuya popularidad sufrió un franco revés tras su disparatada gestión de la crisis de la covid-19, tendrá que hacer frente a un arduo desafío para imponerse en las urnas.
Su principal inconveniente es Luiz Inácio Lula da Silva (Lula, como se le conoce popularmente). A la cabeza del gobierno entre 2003 y 2010, Lula fue juzgado por presunta corrupción y condenado a más de nueve años de prisión en 2017. La condena, no obstante, sería anulada por un juez del Tribunal Supremo tres años más tarde, en marzo de 2021, lo que dejó al candidato de la centro-izquierda en libertad para emprender una nueva campaña presidencial.
El carácter dicotómico de la elección salta a la vista. En los medios de comunicación brasileños la batalla entre Bolsonaro y Lula ha sido retratada a menudo en términos de una “polarización”. El voto por este o aquel es visto como un asunto puramente emocional, una disyuntiva cuya resolución en uno u otro sentido empujaría al país hacia los extremos del espectro político. Son varios sin embargo los comentaristas que creen percibir un camino intermedio, el de la así llamada “tercera vía”, representada por un candidato presuntamente “moderado”, la mejor opción —según afirman— para el futuro del país.
Lula y Bolsonaro, cabe recordar, deberán lidiar en sus respectivos campos con un electorado presa del desencanto. Pese a haber sido absuelto tras larguísimas batallas judiciales, la imagen de ladrão (ladrón) acompaña todavía a Lula a los ojos de muchos, especialmente los bolsonaristas, y no son pocos los que juran no volver a votar por él. Bolsonaro, en cambio, parece ya haber asentado de manera definitiva su reputación de maluco (loco), incluso entre sus partidarios.
Conversaciones informales sostenidas con algunos de ellos antes de las manifestaciones pro-gubernamentales del pasado 7 de septiembre, día de la independencia nacional, ponen de manifiesto ciertas preocupaciones comunes. Quienes se declaran decepcionados con el actual presidente no dudan por ejemplo en calificarlo de “loco” o “chiflado”, especialmente cuando se trata de la gestión de la covid y de la puesta en marcha del plan de vacunas. Su manejo de la pandemia, estiman, es la muestra de una concepción cruel, indiferente y directamente incompetente del poder. Ahora bien, lo interesante es que la desilusión parece no tener en ellos incidencia alguna a la hora de evaluar la probidad de su candidato, pues son pocos al fin los que se muestran dispuestos a asociarlo con prácticas de corrupción. Ello, pese a los cargos por lavado de dinero y cohecho que pesan sobre su persona y varios de los miembros de su familia.
¿Alguno de los posibles candidatos de la tercera vía ofrecería realmente una alternativa distinta a Bolsonaro, su antiguo aliado?
Una reciente encuesta nacional de Datafolha mostró que el índice de aprobación de Bolsonaro ha alcanzado un mínimo histórico. Si se considera que más de la mitad de los encuestados califica su gobierno de “malo” o “terrible”, Bolsonaro aparece hoy como un actor débil en el plano político, lo que acentúa su dependencia de los sectores más “fieles” de su electorado. Pero incluso este apoyo puede no ser incondicional. El sondeo de Datafolha mostró también que solo el 22% de los encuestados tenía una imagen positiva o muy positiva del presidente y su gobierno, un claro retroceso respecto al 30% de aprobación del que disfrutaba en diciembre de 2020, cifra que lo ha acompañado con altos y bajos durante gran parte de su mandato. ¿Pero hacia dónde van los votantes desilusionados? La respuesta es compleja.
A simple vista, pareciera ser que la impopularidad de Bolsonaro resulta en un ascenso directo de Lula en las encuestas. Tal correlación, sin embargo, es engañosa, pues los electores desilusionados no migran necesariamente hacia otro candidato, y mucho menos hacia Lula. Un estudio dirigido en junio del 2020 por las politólogas Camila Rocha y Esther Solano muestra que los electores “arrepentidos” —los que le dieron su voto a Bolsonaro en 2018 y hoy se sienten defraudados— admiten que podrían apoyar su reelección. Principalmente, afirman, porque no ven otra alternativa política viable.
Pero los “arrepentidos” parecen estar al mismo tiempo frente a un dilema. Si bien la mayoría reconoce que volverá a apoyar a Bolsonaro en una eventual segunda vuelta contra Lula —a menos que surja una tercera opción con posibilidades reales de éxito—, son muchos los que confiesan tener serias dudas en cuanto a lo que representan ambos candidatos: Bolsonaro está “loco” y Lula es un “ladrón”.
¿Quién podría entonces ser el candidato viable de la tercera vía para todos esos electores descontentos? Cinco días después de las manifestaciones del 7 de septiembre, un conjunto de grupos de derecha y centro-derecha organizó una jornada de protestas contra el gobierno. Entre ellos había antiguos aliados de Bolsonaro, en búsqueda de un nuevo candidato aceptable a quien apoyar. Aunque el acuerdo era abstenerse de atacar a Lula y arremeter exclusivamente contra el gobierno —lo que permitió incluso que algunas organizaciones de izquierda adscribieran a la marcha— pudieron verse numerosas pancartas con leyendas como “Ni Lula ni Bolsonaro” y hasta un enorme muñeco inflable que representaba a Lula y Bolsonaro unidos al nivel de la cadera (Lula en traje pemitenciario y Bolsonaro en una camisa de fuerza). Durante el evento, potenciales candidatos presidenciales como João Doria, gobernador de São Paulo y antiguo aliado de Bolsonaro, y Ciro Gomes, de la centro-izquierda, se dirigieron a la multitud en un esfuerzo mancomunado por darle un impulso a la destitución de Bolsonaro.
Si bien las protestas contra el gobierno no fueron particularmente masivas, una encuesta de Atlas Político reveló que una cantidad cada vez mayor de votantes anhela que un candidato de la tercera vía se presente en 2022. En buena parte de los medios de comunicación oficiales, incluyendo a los telediarios nacionales, se afirma igualmente que un candidato de ese tipo es la única solución ante la polarización actual.
El retorno a la política de Sergio Moro, el antiguo juez a cargo de la investigación del caso Lava Jato, fue calurosamente bienvenido por los partidarios de la tercera vía. Moro, quien formara inicialmente parte del gobierno de Bolsonaro, lo acusó más tarde de haber intentado interferir en el trabajo de la policía federal y buscado acceder a los servicios nacionales de inteligencia a través del nombramiento de uno de sus confidentes a la cabeza del organismo, tras lo cual terminó por renunciar a su cargo de Ministro de la Justicia en abril de 2020. A comienzos de este mes, Moro hizo su entrada oficial en la carrera presidencial uniéndose al Podemos, un partido de derecha que ha votado sistemáticamente a favor de las propuestas legislativas del gobierno. Posteriormente, confirmó su intención de presentarse a la presidencia durante una entrevista televisiva.
¿Cómo se posiciona políticamente la tercera vía? En la práctica, es casi una docena de personas la que compite por ese voto. Algunos de sus posibles cabecillas, como Moro, Doria y el gobernador de Rio Grande do Sul Eduardo Leite, son ex aliados de Bolsonaro. Ciertos sectores de la sociedad y la prensa los perciben como representantes de una derecha política moderada, dispuestos a negociar con el centro e incluso con la centro-izquierda. De ahí que sus simpatizantes crean simbolizar la esperanza y el cambio. Pero cabe preguntarse cuán alternativo o moderado será realmente un candidato de la tercera vía. ¿Ofrecerá alguno de estos hombres una alternativa real y clara frente a Bolsonaro, quien fuera hasta hace tan poco su compañero de filas y líder?
Por ahora, se puede decir que no todo está perdido para Bolsonaro, que aún puede recuperar a algunos de sus votantes desencantados. Lula, por otro lado, no se beneficia necesariamente de la impopularidad de su rival, pues una buena parte del electorado, de todos modos, rechaza vehementemente a ambos candidatos. En caso de que una tercera candidatura no gane terreno, los votantes pueden decidir elegir entre lo que consideran el mal menor.
También es importante señalar que los grandes medios brasileños no logran mostrar la naturaleza asimétrica de la dinámica polarizante de los principales candidatos. En contraste con el discurso generalmente incendiario de Bolsonaro, Lula habla de unidad nacional y de una política conciliadora. Calificar a Lula de “populista”, como suelen hacer los medios, no es más que una forma de desacreditarlo y desestimar de paso su atractivo popular, ya que el término tiene connotaciones peyorativas en el lenguaje cotidiano del país.
Se crea también una falsa equivalencia entre un candidato de izquierda moderada, con un partido que se inclinó cada vez más hacia el centro durante su mandato, y un presidente populista de extrema derecha. La creación de esta falsa equivalencia y, por lo tanto, de una supuesta polarización entre dos bandos que se ven arrojados de forma desigual a esta dinámica, beneficia en última instancia al bando extremista, que se nutre del escenario político polarizado para sustentarse.
Muchas cosas pueden suceder de aquí a las elecciones de octubre próximo en el siempre cambiante horizonte de (im)posibilidades políticas del país. Habrá que ver si la ventaja de Lula frente a Bolsonaro podrá mantenerse en el tiempo, o si por ejemplo un tercer candidato logrará abrirse paso (en la última encuesta de Atlas Político, Moro alcanza cómodamente el tercer lugar). Lo cierto, sea como fuere, es que las apuestas nunca fueron tan altas para los brasileños, tras casi dos años de pandemia. La perspectiva de una devastación ambiental sin precedentes, la agudización de la crisis económica y el retorno de la inseguridad alimentaria tendrán ciertamente un papel crucial en el resultado.
LEER EL ARTICULO ORIGINAL PULSANDO AQUÍ
Fotografía: Open democracy