Por: Leonardo Boff. 04/04/2022
Con la guerra en Ucrania, llevada a cabo por Rusia, con el peligro de una hecatombe nuclear que comprometería la biosfera y la vida humana, y el predominio del egoísmo a nivel internacional en el enfrentamiento contra la Covid-19, y la ascensión del nazifascismo con su ola de odio y de violencia, y el pensamiento reaccionario y ultraconservador en varias partes del mundo, se está revelando la irracionalidad de la razón moderna.
Si perdemos la razón perdemos los criterios que orientan nuestras prácticas y los seres humanos demuestran comportamientos enloquecidos.
En momentos así, tenemos que recurrir a lo que es más fundamental en la vida humana: el sentido común crítico. El sentido común, crítico y no ingenuo, ha sido siempre el gran orientador anticipado de nuestras prácticas para que mantengan su nivel humano y mínimamente ético.
¿Qué es el buen sentido? Decimos que alguien tiene buen sentido cuando tiene la palabra correcta para cada situación, el comportamiento adecuado y cuando atina con el núcleo de la cuestión. El sentido común está ligado a la sabiduría concreta de la vida. Es distinguir lo esencial de lo secundario. Es la capacidad de ver y de poner las cosas en el sitio que les corresponde.
El buen sentido es lo opuesto a la exageración. Por eso, el loco y el genio, que en muchos puntos se aproximan, aquí se distinguen sustancialmente. El genio es aquel que radicaliza el sentido común. El loco, radicaliza lo exagerado.
Para concretar el sentido común, tomemos dos ejemplos de figuras arquetípicas: el más próximo, el Papa Francisco, y el más originario, Jesús de Nazaret.
El eje estructurador de la retórica del Papa Francisco no son las doctrinas ni los dogmas de la Iglesia Católica. No es que las aprecie menos, sabe que son elaboraciones teológicas creadas históricamente. Pero ellas han provocado conflictos y guerras de religión, cismas, excomuniones, teólogos y mujeres (como Juana de Arco y otras tenidas por “brujas”) quemados en la hoguera de la Inquisición. Esto ha sido así durante siglos, y el autor de estas líneas tuvo una amarga experiencia personal en el cubículo donde se interrogaba a los acusados en el severo y oscuro edificio de la ex-Inquisición, a la izquierda de la basílica de San Pedro según se la mira de frente.
El Papa Francisco revolucionó el pensamiento de la Iglesia remitiéndose a la práctica de enorme buen sentido del Jesús histórico. Él rescató lo que hoy se llama “la Tradición de Jesús” que es anterior a los evangelios que tenemos, escritos 30-40 años después de su ejecución en la cruz.
La Tradición de Jesús o también el camino de Jesús, como se llama en los Hechos de los Apóstoles, se funda más en valores e ideales que en doctrinas. Para el Papa son esenciales el amor incondicional, la misericordia, el perdón, la justicia para con los oprimidos, la centralidad de los pobres y marginados, la total apertura a Dios-Abbá (Papá querido). Estos son los valores axiales que orientan sus intervenciones, y los revela concretamente en sus gestos de bondad, de cuidado, particularmente hacia los emigrados de Oriente Medio, de África, y ahora de Ucrania, así como con las víctimas de los pedófilos, algunos de la misma Iglesia.
Volvámonos a Jesús de Nazaret. Él no pretendió fundar una nueva religión. Él quería enseñarnos a vivir. A vivir con fraternidad, solidaridad y cuidado de unos a otros y total apertura a Dios-Abbá. Estos son los contenidos de su mensaje: el Reino de Dios y la misericordia ilimitada de su Dios de infinita bondad.
Como nos dan testimonio los evangelios, demostró ser un genio del buen sentido. Un frescor sin analogías atraviesa todo lo que dice y hace. Dios en su bondad, el ser humano con su fragilidad, la sociedad con sus contradicciones y la naturaleza con su esplendor aparecen en una inmediatez cristalina. No hace teología. No apela a principios morales superiores. Ni se pierde en una casuística tediosa y sin corazón como lo hacían y hacen los fariseos de ayer y de hoy. Sus palabras y actitudes muerden de lleno en lo concreto donde la realidad sangra y él, ante los que sufren, los consuela, los cura y hasta los resucita.
Sus amonestaciones son incisivas y directas: “reconcíliate con tu hermano”(Mt 5,24). “No juréis de ninguna manera”(Mt 5, 34). “No resistáis a los malos”(Mt 5,39), “amad a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen”(Mt 5,44). “Cuando des limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha”(Mt 6, 3).
Este buen sentido le ha faltado, no pocas veces, a la Iglesia institucional (papas, obispos y curas), especialmente en cuestiones morales ligadas a la sexualidad y a la familia. Aquí se ha mostrado severa e implacable. Sacrifica a las personas en su dolor a los principios abstractos. Se rige antes por el poder que por la misericordia. Y los santos y sabios nos advierten: donde impera el poder, se desvanece el amor y desaparece la misericordia.
¡Qué distinto es con Jesús y con el Papa Francisco! La cualidad principal de Dios, nos dice el Maestro y lo repite continuamente el Papa, es la misericordia. Jesús es contundente: “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso” (Lc 6, 36).
El Papa Francisco explica el sentido etimológico de la misericordia: miseris cor dare: “dar el corazón a los míseros”, a los que padecen. En el Angelus del 6 de abril de 2014 dijo con voz alterada: “Escuchad bien: no existe ningún límite para la misericordia divina ofrecida a todos”. Pide que la multitud repita con él: “No existe ningún límite para la misericordia divina ofrecida a todos”.
Parece teólogo cuando recuerda la idea de Santo Tomás de Aquino sobre la práctica de la misericordia: es la mayor de las virtudes “porque es propio de ella derramarse hacia los demás y, mas aún, ayudarlos en sus debilidades”.
Lleno de misericordia ante los peligros de la epidemia de zica, abre espacio al uso de anticonceptivos. Se trata de salvar vidas: “evitar el embarazo no es un mal absoluto”, dijo en su visita a México. Durante la pandemia de Covid-19 ha hecho continuos llamamientos a la solidaridad y al cuidado, especialmente de los niños y los ancianos. Sus llamamientos a la paz en el conflicto bélico de Rusia contra Ucrania han sido fuertes. Llegó a decir: “Señor detén el brazo de Caín. Y una vez detenido, cuida de él, pues es nuestro hermano”.
A los nuevos cardenales les dijo con todas las palabras: “La Iglesia no condena para siempre. El castigo es para este tiempo”. Dios es un misterio de inclusión y de comunión, nunca de exclusión. La misericordia triunfa siempre. No puede perder a un hijo o a una hija que ha creado con amor (cf. Sab 11,21-24).
Lógicamente, en el Reino de la Trinidad no se entra de cualquier manera. Se pasará por la clínica purificadora de Dios hasta que las personas salgan purificadas.
Tal mensaje es verdaderamente liberador. El confirma su exhortación apostólica “La alegría del Evangelio”. Dicha alegría se ofrece a todos, también a los no cristianos, porque es un camino de humanización y de liberación.
Es el triunfo del sentido común que tanto nos falta en este momento dramático de nuestra historia, cuyo destino está en nuestras manos. El Papa Francisco y Jesús de Nazaret aparecen como inspiradores de buen sentido, de misericordia y de una humanidad radical. Estas son las actitudes que podrán salvarnos.
*Leonardo Boff es teólogo y ha escrito Habitar la Terra: ¿Cuál es el camino para la fraternidad universal? Vozes 2021; Nostalgia de Dios: la fuerza de los humildes, Vozes 2020.
Traducción de María José Gavito Milano
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Fotografía: Religión Digita