Por: Wilbert Torre. El Heraldo de México. 15/08/2017
Si Peña no logra pactar con los grupos de poder, puede pasar a la historia como el presidente que detonó la última ruptura en el PRI.
Sin sorpresas, como se anticipaba, atrincherada entre la imposición y lo sumisión, la Asamblea del PRI despejó el camino para que José Antonio Meade entre al juego de la sucesión. La pregunta ahora es si el presidente Peña recurrirá al método que ha sido su favorito para elegir candidato, y si evitará que el PRI se parta.
La Comisión para la Postulación de Candidatos es un eufemismo del dedazo en tiempos de Enrique Peña, un cónclave a semejanza del ritual de los mosqueteros que se muestran unidos y juran lealtad al elegido entre ellos.
El método Peña ha sido empleado para postular a los candidatos en los estados. Es una versión de la consulta a los sectores que terminaba cuando un alto jerarca anunciaba el nombre del elegido.
El proceso es sencillo: los contendientes –los últimos en cumplir el ritual fueron Del Mazo y sus competidores– se reúnen, se toman una foto, juran un pacto de unidad, hacen como que hacen campaña, vuelven, agachan la cabeza, escuchan el nombre del elegido, dicen que sí y se retratan alzándole la mano.
Así sucedió con Del Mazo. ¿Ocurrirá algo semejante con el candidato de Peña?
Es posible que veamos un acto concurrido y espectacular para presentar como un solo corazón priísta a Meade, Narro, De la Madrid, Calzada, ¿Osorio Chong? y ¿Videgaray? Y que se tomen la foto, se abracen y después escuchemos discursos de lealtad y de unidad cuando se anuncie el nombre del alfil de Peña.
¿Esto basta para preservar la unidad en el partido de los mil amagues y las dos o tres rupturas?
Este método de unidad controlada puede entrar en una fase de alto riesgo. No es lo mismo emplearlo en los Estados que se conducen bajo ciertas dinámicas y grupos, que para resolver la candidatura presidencial del PRI más debilitado de la historia.
El riesgo del método Peña es que los engranes de la Comisión para la Postulación de Candidatos comiencen a crujir si la aparente unidad comienza a desmoronarse en una militancia dividida en dos: un voto duro (campesinos, sindicatos, grupos sociales) cada vez más suelto e incierto y el voto corporativo que es la suma de grupos, corrientes y voluntades (el voto de Manlio Fabio Beltrones, de Emilio Gamboa y de cada gobernador en sus estados).
La última cuenta alegre de la unidad priísta llevó al partido de Calles y de Colosio a perder en el año 2000, cuando los votos de la nomenclatura resultaron insuficientes para pasar por encima de Fox. El producto derrotó a la estructura.
Peña tiene ante sí una operación cicatriz anticipada y compleja si no desea que su candidato despegue de una plataforma desfondada.
No se trata de la Asamblea Nacional que pudo dominar y controlar: si no logra pactar con los grupos de poder, puede pasar a la historia como el presidente que detonó la última ruptura en el priísmo.
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Fotografía: lasillarota