Jorge Salazar García. 04/03/2019
No obstante existir múltiples procesos políticos de toma del poder que van de la extrema izquierda a la extrema derecha, podríamos clasificarlos simplemente en REVOLUCIONARIOS, CONSERVADORES o REFORMISTAS, tomando en cuenta a quiénes benefician y la profundidad de los cambios realizados. Veamos enseguida sus características más evidentes.
El primero, un proceso REVOLUCIONARIO, generalmente implica la fuerza (rebelión armada, paros, golpes de estado blandos, duros y fraudes) y su objetivo es favorecer a los trabajadores o a los dueños del dinero. Con estas revueltas se pretende sustituir la Constitución vigente o lo necesario para reconfigurar a modo el sistema jurídico, administrativo, educativo (la superestructura ideológica) y, de esa manera, garantizar la continuidad del proyecto enarbolado. México fue víctima de la REVOLUCIÓN más perversa y destructiva de todos los tiempos, promovida desde los E.U. el siglo pasado: el neoliberalismo, conceptualizado por Adolfo Gilly en su texto “Planeta sin Ley” como:
“…una forma de dominación, despojo y apropiación privada tanto del producto social excedente como del patrimonio social sustentada en una subordinación de la ciencia al capital que va más allá de todos los límites antes conocidos”
La violencia es estructural e indispensable para imponer sus dictados. Sirven con creces la corrupción, la impunidad, las cuales son posibles gracias al contubernios de los políticos con el crimen organizado y el respaldo militar. Seis expresidentes del PRIAN, formados en USA, fueron los encargados de acatar al pie de la letra el Consenso de Washington (1972) cuyas “recomendaciones” básicamente son favorecer a los señores capitalistas. La receta incluye disciplina Fiscal (menos gasto social), impuestos al consumo, estímulos a la inversión privada, liberación de tasas de interés, libre importación, inversión extranjera directa, privatización de los recursos naturales y bienes de la nación y menos impuestos a las ganancias, etc. Siguiendo esas directrices modificaron la Constitución, leyes, reglamentos, códigos y secuestraron los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, logrando legalizar el despojo, garantizar la impunidad y enraizar el modelo. Chile fue el laboratorio (1973) y México el alumno ideal (1982). Planeando hacer irreversibles los cambios extirparon los elementos éticos, sociales y humanistas de la educación, la cultura y la ciencia (solidaridad, cooperación, honestidad, responsabilidad colectiva, respeto,…) y sembraron los de competencia, eficiencia, calidad, emprendimiento, rendimiento y productividad. Los “productos” terminados de esta formación profundamente individualista ya están entre nosotros, como engendros del capitalismo.
Respecto a un gobierno CONSERVADOR, no se requiere decir mucho, el término se explica sólo. Lo conforman políticos que no desean cambiar las instituciones sino mantenerlas tal como las dejó la REVOLUCIÓN que antes les favoreció. Durante su gestión NO asumen posturas radicales si no es necesario, pero bajo presión se inclinarán hacia el lado personalmente más conveniente. Sus integrantes, casi siempre son muy religiosos, clasistas y admiradores de la aristocracia. En sus acciones incluyen la defensa del matrimonio tradicional, el orden, la paz y el progreso. Son homofóbicos, racistas, misóginos y claro, se consideran superiores a los demás. Su expedita y dadivosa atención otorgada a las cúpulas eclesiásticas y empresariales contrasta con el asco y desprecio que sienten por los pobres. En casos extremos, si las circunstancias lo exigieran, elegirían hasta el exterminio de estos últimos, pero claro, después de tomar la hostia y persignarse ante el Señor.
El tercer tipo de gobernante (REFORMISTA) tiene el propósito de implementar pacífica y gradualmente su proyecto político, revolucionario a largo plazo. De acuerdo con este esquema, el presidente Miguel de la Madrid Hurtado puede ser considerado el prototipo de un gobierno Reformador. Este señor puso las bases donde se edificó la REVOLUCIÓN neoliberal en nuestra Patria. Nunca ocultó su preferencia por los ricos (fue banquero). La suavizaba manteniendo un discurso conciliador hacia los desfavorecidos, hablando de austeridad y “renovación moral”. Sus medidas de reducción del gasto social y de la inversión estatal provocó despidos, desempleo, inflación y aumento en las tarifas de los servicios públicos generando mucho sufrimiento y enojo popular claramente constatado durante la inauguración del Mundial de futbol (1986) en el estadio Azteca, cuando recibió un maremágnum de mentadas de madre e insultos emitidas por más de 100 mil gargantas presentes. Esa catarsis popular le valió un comino. Como bien sabemos, orquestó el fraude en 1988 e impuso a Carlos Salinas, orquestador de la etapa más negra de la Nación reforzada esmeradamente por Zedillo, Fox, Calderón y Peña Nieto.
Algunos pensaron que al llegar MORENA el neoliberalismo se iría. Lamentablemente NO es así. ¿Por qué? Simplemente porque los neoliberales están impunes, agazapados dentro y fuera de las estructuras del Estado. Si bien 30 millones de personas dieron el poder ejecutivo y legislativo a una facción política mayoritariamente ANTINEOLIBERAL, el poder judicial, económico (Bancos), incluso el militar, permanecen intactos protegiendo al modelo y a sus artífices.
Ese sistema de muerte no será sustituido, en el corto plazo, sin la rebelión organizada y consciente del gobernado. Dice la conseja popular: “si quieres leche, debes trabajar por ella; las vacas no la pondrán en el perol o tu mesa”. Del mismo modo, sí deseamos un mundo mejor no cabe esperar nos lo conceda alguien, gratuitamente. Debemos luchar por el. Hoy ocupa la presidencia otro reformista como Miguel de la Madrid, válgase la comparación, pero con una pregonada preferencia hacia los pobres. Continuará…