Por: Samuel Aguilar. Ciudad Versalles. El Salvador. 20/12/2017
El oscuro lienzo de humo entraba por los poros de la casa cargado aún de un olor nauseabundo. A lo lejos se oían perezosamente uno que otro petardo a quienes la tarde los había pescado descuidados. El caserío parecía un escenario de película de suspenso. El reloj marcaba las siete y cuarto de aquel primer día de noviembre. La bullanga de la noche recién clausurada era historia del carnaval de verano. Quedarían para el recuerdo las promesas, votos y confesiones de la noche anterior.
En la acera escuché un ruido que me obligó a levantarme y orientar mi oído que aún no se jubila hacia el origen del mismo. Mi corazón palpitó un poco más de prisa suponiendo que algún protagonista de la página roja quería iniciar la estadística morbosa de ese día en mi casa. Con un poco de duda y decisión quité la doble llave del portón y suavemente abrí la puerta. La claridad me segó por unos segundos y ví la escena con alguna dificultad. Un perro quien no sabe de calendario ni de carnavales ni fiestas, había roto una bolsa y se había posesionado de un gran hueso.
Pensando en el promontorio de basura que el Cuerpo de Agentes Metropolitano (CAN) me dejaría, quise asustarlo imitando un gruñido y poniéndome en posición de ataque; seguramente aquel animal sacó fuerzas de su estómago y con una actitud retadora apartó el hueso de su boca y me amenazó con lo que sabe y tiene: sus dientes. No necesité mejor prueba que su advertencia iba en serio.
En nuestro país a los puestos de trabajo públicos o privados se les conoce como huesos en el caló popular. En cada reunión o asamblea de partidos políticos para la elección de los distintos cargos de elección popular, los protagonistas, que casi nunca es el pueblo, que en ese momento se llama militantes, los que aspiran a ellos, van enseñando dientes con doble intención; una es ganar simpatías mediante una sonrisa y saludando a sus simpatizantes y, dos enseñando dientes a sus contendores y aspirantes también al hueso. En las convocatorias a reuniones de las llamadas bolsas laborales sucede por el contrario que los aspirantes llegan con esperanzas, afligidos y a veces resignados porque de igual manera se necesita roer ese hueso para subsistir.
Con un poco más de morbo que las otras campañas del pasado pero de igual parecido en sus míseras propuestas, la de este año pro-elecciones de alcaldes, diputados y presidenciales de dos mil diecinueve, centra su atención en matizar y embellecer la pobreza, exclusión y marginación sin enfrentarla. Lo que se va evidenciando es que muchos “dirigentes” eternizan su lucha por su hueso, incluyendo a funcionarios del ejecutivo, legislativos y municipales de los distintos colores, sabores y olores de nuestra clase política. El trabajo es un derecho que el estado debe respetar y proveer, y todo ciudadano debe ejercer ese derecho asumiendo que también es el derecho del otro.
Fotografía: adnpolitico