Por: Judith Butler. Equipo Critica. 16/12/2017
Desde el primer momento las manifestaciones contra mi presencia en Brasil quedaron atrapadas dentro de una fantasía. Una petición pedía la cancelación de una supuesta charla mía en el Sesc Pompeia que nunca existió. La charla imaginaria parecía ser acerca de “género”. Pero la conferencia real se tituló “¿El fin de la democracia?”. Así desde el comienzo hubo una charla imaginaria en lugar de la conferencia real, y se decía que yo iba a dar una ponencia, cuando en verdad yo era la organizadora de un evento internacional sobre populismo, autoritarismo y la impresión contemporánea de que la democracia está siendo atacada. No sé cuánto poder le atribuyeron a la charla que yo supuestamente iba a dar. Habrán tenido la idea de una conferencia muy poderosa, dado que aparentemente era para atacar a la familia, la moral e incluso la nación.
El único significado que “Judith Butler” tenía para aquellos que se oponían a mi presencia en Brasil era el de una instigadora de la ideología de género, la fundadora imaginaria de este punto de vista absurdo y nefasto, alguien que -aparentemente- cree en la inexistencia de las restricciones sexuales, cuya teoría destruye la enseñanza religiosa y refuta datos científicos. ¿De dónde surgió todo esto y qué significa?
Comparemos lo que yo en efecto escribí, y en lo que creo, con esta corrosiva ficción que ha generado tanta alarma. A fines de 1989, hace casi treinta años, publiqué un libro llamado El género en disputa, donde daba cuenta del carácter performativo del género. ¿Qué significa eso? A todos se nos ha asignado un género desde el nacimiento, somos nombrados por los padres o las instituciones sociales de ciertas maneras. A veces cuando un género se asigna, se dan una serie de expectativas en relación a éste: ésta es una niña, entonces asumirá un rol femenino tradicional en la familia y en su lugar de trabajo cuando crezca. Este es un niño, así que asumirá un rol predecible en la sociedad cuando crezca. Muchas personas experimentan dificultades con esa asignación, no están conformes con esas expectativas, y sienten que parte de lo que son se aparta de la asignación social que se les ha otorgado. Así que la pregunta que se desprende de esto es la siguiente: ¿Qué tan libres son las personas jóvenes y los adultos para elaborar el significado de su asignación de género? Han nacido en una sociedad pero también son actores sociales que le dan forma a sus vidas para que sean más vivibles. Y las instituciones sociales, incluyendo las instituciones religiosas, escuelas, y los servicios sociales y de salud, deberían ser capaces de ayudar a las personas a que lleguen a saber cómo vivir mejor en sus cuerpos, perseguir sus deseos y establecer relaciones que les satisfagan. Algunas personas viven en paz con el género que se les ha asignado, pero otras sufren cuando se ven obligadas a conformarse con normas sociales que anulan su más profunda vivencia de quienes son o desearían ser. Y para esas personas la necesidad de establecer los términos de una vida vivible es urgente.
¿Qué ven cuando me leen?
Así que, ante todo, El género en disputa buscaba afirmar la complejidad de nuestras identificaciones de género y deseos y unirse a aquellos que dentro del movimiento LGBTQ contemporáneo creían que una de las libertades fundamentales que deberían respetarse es la libertad de expresión de género. ¿Era ésta una negación de la existencia de las diferencias naturales entre los sexos? Ciertamente nunca lo fue. Aunque subrayé que había diferentes paradigmas científicos para determinar las diferencias entre los sexos, y que ciertos cuerpos tenían atributos mixtos que los vuelven difíciles de clasificar. También afirmé que la sexualidad humana toma diferentes formas, y que no debemos suponer que conocer el género de alguien nos dará ninguna clave sobre su orientación sexual. Un hombre masculino puede ser gay o heterosexual, y lo mismo se aplica a una mujer masculina. Nuestras ideas sobre la feminidad y masculinidad varían según las culturas y no hay significados estáticos para esos términos. Hay dimensiones culturales de nuestras vidas que asumen diferentes significados a lo largo de la historia, y dado que nosotros mismos somos actores sociales tenemos cierta libertad para determinar esos significados. Pero el objetivo de aquella teoría era el de producir aceptación para el amplio espectro de identidades y deseos que constituyen nuestra complejidad como seres humanos.
Tanto ese trabajo como los que le siguieron estuvieron dedicados a condenar la violación y la violencia corporal. Más aun, la libertad para buscar la expresión de género o vivir como lesbiana, gay, bisexual, trans o queer (esa lista no es exhaustiva) solo puede garantizarse en una sociedad que se niegue a aceptar la violencia contra las mujeres y las personas trans, que se niegue a aceptar la discriminación en base al género y a patologizar a aquellos que han acogido esas categorías con el fin de vivir vidas con dignidad, alegría y libertad. El compromiso era oponerse a las formas de daño que socavan la posibilidad de vivir con alegría y dignidad. Así que me opongo inequívocamente a la violación, el acoso y la violencia, y todas las formas de explotación de niños. La libertad no es, y nunca será, la libertad de hacer daño. Si una acción libre hiere a otra persona o la priva de libertad, entonces el primer acto no puede considerarse libre; se convierte en una acción perjudicial. De hecho, lo que me ha preocupado es la frecuencia con que las personas que no cumplen con las normas de género y las expectativas heterosexuales son hostigadas, golpeadas y asesinadas. Las estadísticas de feminicidio son un buen ejemplo. Las mujeres que no son lo suficientemente serviles se ven obligadas a pagar con sus vidas. Las personas trans y travestis que solo desean tener la libertad de moverse en el espacio público tal como son y desean ser, son atacadas y asesinadas. Muchas mujeres pueden perder a sus hijos si salen del closet, muchas personas todavía pierden sus trabajos y lazos familiares al salir. El sufrimiento que generan el ostracismo social y el señalamiento son enormes. La injusticia radical del feminicidio debería ser condenada mundialmente y las profundas transformaciones sociales que harían que tal crimen sea impensable tienen que ser instigadas y sostenidas por los movimientos sociales y las instituciones que se niegan a permitir la muerte de personas por su género y sexualidad. En Brasil una mujer es asesinada cada dos horas. La reciente tortura y posterior asesinato de Dandara dos Santos en Fortaleza no fue más que un ejemplo gráfico de la matanza generalizada de personas trans en Brasil, que le ha valido la reputación de ser el país más conocido por los crímenes de odio contra personas LGBT.
Estos son los claros daños sociales y atrocidades a los que me opongo, y mi libro, y el movimiento queer del que es parte, han tratado de producir un mundo sin sufrimiento y violencia de este tipo.
La teoría de la performatividad de género es aquella que busca comprender la formación de género y apoyar la idea de la expresión de género como un derecho y una libertad básicos. No es una “ideología”. Por lo general, se entiende que una ideología es un punto de vista ilusorio y dogmático, que se ha “apoderado” del pensamiento de las personas de una manera acrítica. Mi punto de vista, sin embargo, es crítico, y se pregunta sobre los tipos de suposiciones que la gente da por sentado en su vida cotidiana, las suposiciones que los servicios médicos y sociales hacen sobre lo que es una familia y lo que cuenta como una vida patológica o desviada.
¿Cuántos de nosotros todavía creemos que el sexo biológico determina los roles sociales que asumimos en la vida? ¿Cuántos de nosotros todavía sostenemos que el significado de lo masculino y lo femenino está determinado por las instituciones de la familia heterosexual y la idea de la nación que impone una noción conyugal de matrimonio y familia? Las familias queer y travestis ponen en acto formas de asociaciones íntimas, compañerismo y cuidados de otros tipos. Las madres solteras tienen diferentes lazos de parentesco. También, las familias ensambladas, donde las personas se han vuelto a casar o se han unido en nuevas fusiones muy diferentes de las estructuras familiares tradicionales. Encontramos sostén a través de muchas formas sociales, incluida la familia, pero la familia también es una formación histórica: su estructura y significado cambian a través del tiempo y el lugar. Si negamos esto, estamos negando la complejidad y la riqueza de la existencia humana.
Género e ideologías
La idea de género como ideología fue introducida por Joseph Ratzinger en 1997 antes de convertirse en el Papa Benedicto. El trabajo académico de Richard Miskolci y Maximiliano Campana rastrea la recepción de esa formulación a través de varios documentos del Vaticano. En 2010, Jorge Scala de Argentina publicó un libro titulado Ideología de género que fue traducido al portugués por una editorial evangélica. Este puede haber sido un punto de inflexión en las recepciones de “género” brasileñas y latinoamericanas. Según la caricatura de Scala, quienes trabajan con los temas de género niegan las diferencias naturales entre los sexos y creen que la sexualidad debería estar libre de todas las limitaciones. Aquellos que se apartan de la norma del matrimonio heterosexual estarían libres de todas las normas. La teoría del género vista a través de tal lente no solo niega las diferencias biológicas, sino que produce un peligro moral.
En el aeropuerto de Congonhas, una de las mujeres que me confrontó empezó a gritarme acerca de la pedofilia. ¿De dónde viene esto? Puede que ella haya creído que los hombres gay son pedófilos y que el movimiento por los derechos lgbti era propaganda a favor de la pedofilia. Me encontré a mí misma preguntándome por qué un movimiento por los derechos sexuales y la dignidad, contra la violencia sexual y la explotación es acusado de pedofilia cuando es claro que la Iglesia Católica en los últimos años ha refugiado pedófilos, protegiéndolos del enjuiciamiento sin proteger a sus cientos de víctimas. ¿Será que la “ideología de género” se ha convertido en un fantasma del caos y la depredación sexual precisamente para desviar la atención de la explotación sexual y la corrupción moral dentro de la propia Iglesia Católica, una situación que ha sacudido profundamente su autoridad? ¿Tenemos que entender cómo funciona la “proyección” para comprender cómo una teoría del género podría transformarse en “una ideología diabólica”?
El retorno de las hechiceras
Tal vez aquellos que quemaron una esfinge que me representaba como una bruja trans no sepan que aquellas que fueron llamadas brujas y quemadas eran personas cuyas creencias no encajaban con el dogma católico. Históricamente a las brujas se las ha acusado de tener poderes que era imposible que tuvieran y se convirtieron en chivos expiatorios cuya muerte se suponía que iba a limpiar a la comunidad de la corrupción moral y sexual. Se creía que habían cometido herejía, en cooperación con el diablo y que había introducido lo diabólico en la comunidad en lugares como Salem, Massachusetts, Baden, Alemania, en los Alpes, Austria e Inglaterra. Muchas veces ese “diablo” era concebido como una licencia sexual. El fantasma de estas mujeres como el diablo o sus representantes resuena ahora en la ideología “diabólica” del género. La tortura y el asesinato de esas mujeres a lo largo de la Historia como brujas representaban un esfuerzo por reprimir las voces disidentes, aquellas que cuestionaban ciertos dogmas de religión.
Fue gente responsable dentro de la misma Iglesia quien puso fin a esto, que insistió en que la quema de brujas no representaba los verdaderos valores cristianos. Esta era, después de todo, una forma de feminicidio llevado a cabo en nombre de una moralidad y ortodoxia. Aunque no soy especialista en Cristianismo, entiendo que una de sus grandes contribuciones fue la doctrina del amor y la consideración por la vida, muy lejos del veneno de la caza de brujas.
Aunque solo se quemó mi imagen y quedé indemne, la acción me horrorizó, no tanto en mi nombre sino en nombre de aquellas valientes personas queer y feministas en Brasil que buscan defender una democracia donde se afirmen los derechos. Ese gesto simbólico de quemar mi imagen era un modo de enviar un mensaje de amenaza en todos aquellos que creen en la equidad para las mujeres, los derechos de las mujeres y las personas lgbt. Quienes creen en el derecho de los jóvenes a ejercer la libertad de encontrar su deseo y de vivir en un mundo que se niega a amenazar, criminalizar, patologizar o matar a todos aquellos cuya identidad de género o formas de amar no hacen daño a nadie. Esta es también la mirada del Arzobispo Justin Welby, de Inglaterra, quien recientemente afirmó el derecho de los jóvenes a explorar su identidad de género, apoyando una actitud más abierta y de aceptación hacia los roles de género en la sociedad. Esta apertura ética es importante para una democracia que incluya la libertad del expresar el género libremente.
Quizás el foco de “género”, al final, no estaba tan alejado de la pregunta que nos hacíamos en la conferencia, titulada “¿El fin de la democracia?”. Cuando la violencia y el odio se convierten en instrumentos de la moralidad religiosa y política, entonces la democracia está amenazada por aquellos que desgarran el tejido social, castigan la diferencia y socavan los lazos sociales necesarios para que se sostenga nuestra coexistencia aquí en la tierra. Recordaré Brasil por todas las personas generosas y reflexivas, ya sean seculares o religiosas, que trataron de bloquear los golpes y detener el odio. Son ellos quienes parecen saber que el “fin” de la democracia es mantener viva la esperanza de una vida común no violenta y el compromiso con la igualdad y la libertad, donde la intolerancia sea superada por la valiente afirmación de nuestras diferencias. Entonces todos comenzaremos a vivir, respirar y movernos con mayor facilidad y alegría, el objetivo último de la valiente lucha democrática a la que me siento orgulloso de pertenecer es ser libre, ser tratado como un igual y vivir juntos sin violencia.
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Fotografía: Equipo Critica