Por: Héctor González. Aristegui Noticias. 25/07/2017
El periodista retoma la historia de un familiar en ‘Un vaquero cruza la frontera en silencio’.
Gerónimo González Garza cruzó la frontera de México con Estados Unidos por primera vez en 1969. Desde entonces y hasta principios de los noventa, cuando finalmente se asentó legalmente en Texas, con su esposa e hijos, llevó una vida nómada. En Estados Unidos encontró oportunidades que nunca tuvo en su país.
Gerónimo es tío de Diego Osorno (Monterrey, 1980) y su historia lo ha acompañado desde hace varios años. La primera versión de Un vaquero cruza la frontera en silenciola publicó el Consejo Nacional para Prevenir la Prevención. Posteriormente circuló en Estados Unidos e Italia. Ahora, la Literatura Random House recupera el relato toda vez que a decir del propio Osorno, ayuda construir la narrativa de la frontera noreste de México, una región que a diferencia de Tijuana y Ciudad Juárez, no sólo está olvidada por el Estado, también por la literatura.
¿Contar historia de su tío parte de la necesidad de encontrar la narrativa del noreste del país?
Tenía la historia de mi tío desde hace muchos años. Mientras trabajo siempre hago una carta donde cuento mi conexión personal con el tema en turno. A veces se la enseño a algunas fuentes para explicar el proyecto. En 2010 mientras hacía una investigación sobre los zetas en la frontera noreste, comencé a escribir de mi tío porque él representa a quien cotidianamente desafía los retos fronterizos, sin dramatismo alguno. Por eso este es un libro sobre la vida cotidiana en un territorio colapsado. De hecho la carta es el primer capítulo y salió siete años después, sin tener nada que ver con la investigación que escribí entonces.
¿Hablar de un familiar qué tipo de ventajas y desventajas le representó?
En mi familia somos muy francos. Hablamos sin complejos. No vemos a Gerónimo como una víctima a causa de su sordera, es una figura admirable y en cierto sentido, heroica. A veces me ha tocado rozar temas que a la familia nos impacta, pero en este caso no fue así. Conforme contaba su historia me di cuenta de que estaba hablando de lo que sucede en la frontera noreste. En esos lugares los padres de familia le enseñan a sus hijos a no oír y ni ver cosas; les enseñan a no poner atención a lo que hablan ciertas personas o soldados, es una forma de perpetuar el silencio a causa del miedo a ser arrasado por la barbarie. Tijuana, Sonora o Ciudad Juárez, viven situaciones sociales complicadas pero tienen voces que cuentan su realidad.
Algo que no sucede en Tamaulipas…
En Ciudad Acuña, Tamaulipas, donde sucede el libro, no hay una voz. No hay literatura ni novela. No exagero es algo puntual. Un ejemplo es la masacre de Allende, Coahuila, ocurrida en marzo de 2011. Los periodistas que la dimos a conocer tardamos tres años en publicar sobre una masacre donde hay trescientas personas desaparecidas. Un pueblo fue arrasado por un comando y nos tomó tres años contarlo por el manto de silencio que predomina en la zona. Ahí es donde la historia de Gerónimo empata con la situación de frontera.
La sordera de Gerónimo se vuelve en la metáfora de una época.
Sí. Gerónimo nació sordo, pero aprendió a hablar a pesar de las adversidades económicas y físicas. Desarrolló un lenguaje propio, como creo que lo tiene que hacer la frontera noreste, de no haberlo hecho habría quedado prisionero para toda la vida. El lenguaje es el pensamiento y el pensamiento es la libertad. Los periodistas a diferencia de los escritores le damos más importancia al tema; y para un escritor lo prioritario es el lenguaje. Sin embargo, yo soy un periodista preocupado por el lenguaje aunque tampoco soy tan lírico. Me gustan Cormac McCarthy y Eduardo Antonio Parra, los narradores agrestes.
En los últimos meses han circulado, al menos tres libros, entre ellos Oriundo Laredo, de Alejandro Páez Varela, sobre la gente que vive en la frontera y la forma en que asumen vivir entre dos países.
En los últimos veinte años hemos visto una integración de facto de quienes se sienten mexicanos y estadounidenses, seguramente son millones, de tal manera que el establishment ha reaccionado, por esto tenemos a un personaje como Donald Trump. En el libro cuento algunos detalles de la frontera y en la búsqueda de esta voz, escuché grupos de hip hop en Reynosa, como Cano y Blunt: “Bienvenidos a mi reino: Reynosa querida,/ donde a diario la gente se rifa la vida,/ gente que pesa, gente que te vuela la cabeza./ Ándate con cuidado o de balas te atraviesan,/ cuerpos mutilados y tirados al canal,/ demasiada maldad pa’ caber en un penal./ Los cuerpos en la orilla de la villa,/ súbele al estéreo, puro Beto Quintanilla”. Ahí nos cuentan un conjunto de pistas sobre cómo se vive ahí.
Sus críticos lo califican como un periodista casi militante. ¿Cuál es la diferencia entre ser un periodista crítico y hacer militancia?
Soy un periodista independiente y eso casi por definición te lleva a ser un periodista crítico porque no tienes la atadura que te da trabajar en una estructura. No niego que hecho activismo, hace unos meses mataron a mi amigo Javier Valdez y por supuesto que me preocupé por su situación y la de mis colegas. Impulsé unas mesas de diálogo entre periodistas, pero de eso a decir que este libro puede ser un panfleto hay diferencia. No creo que un buen artículo o reportaje se pueda hacer únicamente con coraje. Es normal que sentir enojo e indignación por la situación del país, pero eso no es suficiente para hacer periodismo. Creo en el rigor y en el estilo. Una denuncia sin una propuesta estética o poética es un panfleto. Es normal que reciba cuestionamientos por el temperamento con que abordo ciertas historias y ni hablar tengo que aceptar las críticas porque para eso se escriben los libros, para ser leídos y criticados.
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Fotografía: aristeguinoticias