Por: Amílcar Salas Oroño. 14/01/2023
Análisis de la situación y los desafíos que enfrentará el nuevo Gobierno de Lula a partir del 1 de enero de 2023.
30 DICIEMBRE, 2022
Este 1 de enero de 2023 Lula, a los 77 años, asume su tercer mandato como presidente de la República Federativa del Brasil. Tanto por la convocatoria popular en Brasilia a la Esplanada dos Ministerios como por la cantidad de Jefes de Estados presentes en la posesión del cargo, evidentemente se trata de un evento clave para la historia política del país y para la geopolítica mundial. Bolsonaro ha desistido de traspasarle la banda presidencial a Lula tras viajar a EE. UU.
El bolsonarismo fuera del Gobierno
Tras la derrota, las apariciones públicas de Bolsonaro han sido muy pocas; por diversos intermediarios ha dejado entrever un estado de frustración personal no sólo con el resultado de las urnas en octubre, sino con el distanciamiento que fueron manifestando sus propios aliados, especialmente los del Congreso. Ningún representante político, ninguna figura pública de envergadura, ha salido a respaldar a Bolsonaro ni se ha acercado a las ‘protestas’ en frente de los cuarteles y menos aún a los iniciales cortes de autopistas. Si bien hubo operativos de la Policía Federal y procesamientos judiciales en varios estados para algunos involucrados, lo cierto es que Bolsonaro fue quedando cada vez más aislado, con tan sólo el respaldo explícito del presidente de su partido, el Partido Liberal, que le ha garantizado un sueldo y la cobertura de las costas judiciales que se vendrán. Después de 34 años –y de transitar por 10 partidos– Bolsonaro no tendrá un cargo público.
Si bien es cierto que el Partido Liberal eligió en octubre la bancada de Diputados más grande (99 de 513), dificilmente pueda mantener la cohesión del espacio: no todos se asumen como fervientes ‘bolsonaristas’. Tampoco sus dos aliados más cercanos – Partido Progresista (PP) y Republicanos, con quienes compusieron un soporte oficialista compacto durante los dos últimos años– se proyectan como una fuerza ideológica de bloqueo parlamentario frente al próximo Poder Ejecutivo. Con ese sentido de la oportunidad, el líder del PP y actual presidente de Diputados, Arthur Lira, será reelecto en enero como autoridad de la casa, incluso con cierto acuerdo del PT, que no competirá por el liderazgo.
Esta adaptación al nuevo oficialismo por parte de quienes hasta hace poco eran bolsonaristas –algo bastante usual en los comportamientos partidarios brasileños– se proyecta en otros órdenes de los Poderes Públicos del Estado. Tanto en las Fuerzas de Seguridad como en las Fuerzas Armadas también parece haber un reacomodo institucional a los nuevos tiempos. La coordinación logística de la transición y la línea definida por el próximo ministro de Defensa, José Múcio Monteiro (civil, con buen diálogo entre los militares) indican que los actos vandálicos –o la planificación de atentados, como el desbaratado hace días– tenderán a quedar cada vez más aislados.
Estructura y ejes del nuevo Gobierno
El diseño del nuevo Gabinete sigue dos líneas organizadoras: en primer lugar, el carácter de ‘Frente Amplio Democrático’ con el que se compuso no sólo la fórmula presidencial, sino la alianza electoral (bloque electoral). En segundo lugar, el armado del nuevo Gobierno tuvo que incorporar el resultado de negociaciones ocurridas durante el tiempo de la transición para garantizar los recursos públicos necesarios para sostener los programas de asistencia social durante los próximos años y sin los cuales el nuevo Gobierno de Lula encontraría muchas dificultades de inicio; este sería el ‘bloque de transición’, todavía más inorgánico y distante a las propias posiciones del PT. Se trata de dos bloques diferentes, con distintos tipos de pedidos. A ellos se podría sumar una tercera parte a considerar, la que tiene que ver con la correlación de fuerzas estaduales, un aspecto muy desarticulado luego de los cuatro años de Bolsonaro y que Lula quiere aprovechar para robustecer su gobernabilidad.
En líneas generales, y más allá del las identidades múltiples que compondrán el Gabinete, está claro que los ministerios clave –Hacienda (Fernando Haddad), Casa Civil/Jefatura de Ministros (Rui Costa) y Relaciones Exteriores (Mauro Viera)– serán del círculo cercano al presidente, al igual que Desarrollo Social (Wellington Dias), Luiz Marinho (Trabajo), Margareth Menezes (Cultura) y Flávio Dino (Justicia). En un segundo círculo más inmediato se encuentran los aliados (bloque electoral) que, aún con oscilaciones, han acompañado la trayectoria de Lula a lo largo de los últimos años como Sonia Guajajara (Ministerio de Pueblos Originarios), Carlos Lupi (Previdencia) o la misma Marina Silva (Medio Ambiente), entre otros. Y luego casos que ejemplifican esta transición y/o adaptación a las circunstancias: por ejemplo, el MDB (Movimiento Democrático Brasileño) tendrá 3 ministerios, siendo que fue un partido clave para lograr el impeachment a Dilma Rousseff en 2016 y acompañó la gestión de Bolsonaro en varias de sus principales medidas.
En el diseño gubernamental próximo existe también una preocupación por representar no sólo las cuotas de los bloques mencionados, sino vincular nuevamente al Gobierno con la sociedad civil brasileña, muy postergada por el sistema político durante estos años, lo que incluye las diferentes expresiones de las diversidades sociales, movimientos sociales, universidades. Esa marca, que fue característica de los Gobiernos petistas en el pasado, vuelve a ser manifestada; quizás el ejemplo más representativo sea la indicación de la próxima Ministra de Salud (Nisia Trinidade), de la Fundación Fiocruz, organismo de la sociedad civil clave para que la pandemia no hubiera sido más catastrófica de lo que fue. Se refleja también en el aumento que habrá en el número de los ministerios: de 23 que deja Bolsonaro Lula tendrá 37, sin ampliación del número de empleados. Por ejemplo, Economía volverá a fraccionarse en Hacienda, Industria y Comercio Exterior, Planificación y Gestión. También se van a reabrir Ministerios, como el de Desarrollo Regional y el de Deportes. Y serán relanzados organismos clave del dinamismo económico del anterior ciclo lulista, como el BNDES (Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social), que quedará a cargo de un histórico referente del PT, Aloizio Mercadante.
El retorno de un Gobierno popular
Los embates finales del bolsonarismo, con sus actos vandálicos y su movilización en frente de algunos cuarteles del Ejército, tienden a deshacerse progresivamente, en parte por la mencionada presión institucional para desactivarlos y la desafección de sus representantes políticos, pero también porque el resto de la sociedad ya comienza a ver con bastante expectativa el cambio de Gobierno.
Si el bolsonarismo no consigue concentrar la crítica futura a Lula, puede ser que las diferentes demandas corporativas (mediáticas, empresariales e incluso internacionales) lo hagan sin una mediación politico-partidaria, lo que no siempre termina siendo muy auspicioso. Valen como ejemplos los tonos y las editoriales de los principales medios de comunicación frente a la designación de Mercadante. Los primeros tramos del futuro Gobierno serán de permanente equilibrio; la cohesión entre los diferentes bloques, así como la orientación general hacia la sociedad (la recreación de alguna forma del anterior lulismo) serán los pilares de la gobernabilidad.
Es un escenario bien diferente al primer Gobierno de Lula del 2003. Ahora hay una inflación alta (para los parámetros brasileños), tasas de interés elevadas, una inversión pública muy baja (0,21 %) y un escenario del sector externo más complejo. Todo ello sin mencionar un muy deteriorado panorama social, una precarización del mercado laboral y cuentas fiscales desordenadas. Tendrá Lula que volver a rediseñar diferentes pactos entre Estado y Mercado, con las infinitas dimensiones y desdoblamientos que eso supone.
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Fotografía: Celag