Por: Juan Martín López Calva. 24/01/2025
En un mundo marcado por la superficialidad y la obsolescencia planificada, incluso las relaciones personales parecen diseñadas para “usar y tirar”, lo que hace preguntarse cómo superar la visión desechable del amor y fomentar relaciones auténticas y profundas.
Puede que Hollywood intente alimentarnos con películas románticas dominadas por constantes tonos color pastel, pero la realidad es mucho más fea y amarga que la mayoría de los idílicos finales que nos proporciona: la muerte ya no es lo que separa a la mayoría de las parejas. En la actualidad, una parte considerable de las relaciones –incluso aquellas aparentemente consolidadas por el matrimonio– terminan siendo simples víctimas del consumismo propio del siglo XXI. El amor, hoy, se concibe en parte como un nuevo producto de usar y tirar.
Decía un profesor español con el que tomé un curso en Tlaxcala hace ya varias décadas, que Shakespeare nos presenta la historia de amor entre Romeo y Julieta que relata un sentimiento apasionado y subyugante que lleva a ambos personajes hasta la muerte, porque su obra hubiera tenido mucho menos impacto si ese amor se hubiese logrado consumar en un matrimonio y la obra continuara con la vida cotidiana de la señora Montesco realizando sus labores domésticas.
Las películas de Hollywood y las de todas las cinematografías que crean historias desde esta visión del amor-pasión, que estudió amplia y profundamente Denis de Rougemont en su obra El amor y occidente, terminan normalmente con el beso que sella el juramento de amor que ha vencido algunas dificultades u obstáculos o con la ceremonia matrimonial en la que los novios de prometen mutuamente amarse para toda la vida.
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Ninguna de estas películas nos presenta lo que ocurre al regresar de la luna de miel con la pareja de protagonistas, porque si lo hace ya pasa de comedia romántica o melodrama a película humorística o incluso trágica -¿Recuerdan La guerra de los Roses?- puesto que como dice la autora del texto del que tomo el epígrafe de esta Educación personalizante, el amor se ha convertido, en este sistema capitalista global en que hoy vivimos, en una mercancía más que tiene, como todos los productos desde que son diseñados y fabricados, un período de obsolescencia planificada o programada, es decir, un tiempo de duración al final del cual se rompe, se descompone, falla, deja de servir y se tiene que desechar.
Son tiempos de usar y tirar, tiempos de adquirir lo que es fácilmente consumible, utilizable, operable, lo que no implique dificultades ni obstáculos para satisfacer la necesidad real o creada a partir de la cual se buscó ese producto o servicio. Además de ello, lo que guía la decisión para adquirir una cosa y no otra, es en gran medida la apariencia atractiva y el agrado que cause a nuestros sentidos. En el mercado hay productos más sólidos, más duraderos, de mejor calidad, con mayor alcance en sus beneficios, pero que no son tan apreciados porque estéticamente no son tan atractivos y porque no van acompañados de esa “experiencia” que se vende junto con el producto.
Las relaciones interpersonales tristemente han entrado en esta categoría, de manera que la amistad o el amor en sus distintas manifestaciones -filial, fraternal, de pareja, a la humanidad- están hoy marcadas también por la superficialidad, por la exigencia de evitar cualquier obstáculo o dificultad en lugar de vencerlo juntos, por el atractivo a los sentidos y las emociones espontáneas relacionadas con los estados de ánimo o el agrado y el desagrado.
La autora del texto que cito enmarca esta situación del amor en el concepto de modernidad líquida acuñado por el filósofo Zygman Bauman, señalando que el contexto social y cultural de esta etapa de nuestras sociedades, marcado por la falta de solidez, ha arrastrado también al amor haciéndolo similar al agua que se nos escurre entre los dedos sin que podamos hacer nada por retenerla.
Un segundo factor que señala además de la liquidez del mundo, es la creencia de muchas personas de que existe la perfección y que es posible entonces aspirar a la amistad perfecta, la vida perfecta, la familia perfecto y el amor perfecto, por lo que cuando se empiezan a presentar problemas o elementos que agrietan las relaciones y atentan contra esta perfección, se piensa que el amor ha muerto y se opta por la ruptura. Tal vez este factor o idea de perfección se deba precisamente a los cuentos de hadas que presentan las películas de amor más exitosas en términos de taquilla y popularidad.
A pesar de estos factores, Vila-Masana plantea que es posible construir relaciones de amor sólido, más allá del estado psicológico -o aún químico-hormonal- de enamoramiento temporal que nos lleva a idealizar al ser amado y aún en la liquidez de la realidad en que nos ha tocado vivir.
Desde mi punto de vista, el problema central -que sin duda está íntimamente relacionado con el mundo líquido y las visiones de perfección romantizada ya señalados- está precisamente en la confusión que hoy se da entre el enamoramiento y el amor. Porque hoy se dice muy popularmente desde las visiones vulgarizadas y a menudo deformadas de los avances neurocientíficos, que el amor es una mera reacción química de nuestro cerebro que tiene una duración determinada y se diluye fácilmente o bien que el amor es una etapa de idealización de otra persona que ocurre en nuestra mente y que desaparece cuando se convive de manera más prolongada y profunda.
Y no, tampoco es que el amor no sea un sentimiento como dicen quienes afirman que el amor sólido lo es precisamente por no ser algo afectivo sino una decisión que se toma libre y responsablemente. En realidad esta afirmación es en parte correcta, salvo por el hecho de que parte de una separación entre sentimiento y decisión, en lugar de hacer una distinción entre los distintos tipos de sentimientos que experimenta el ser humano y las consecuentes decisiones que tomamos a partir de ellos.
El filósofo canadiense Bernard Lonergan sostiene que existen en el mundo emocional del ser humano distintos tipos de afectos. En primer lugar, los estados anímicos que no tienen un objeto sino una causa. No hay nada más líquido que un amor basado en los estados de ánimo porque son los más volátiles y cambiantes. En segundo lugar, existen los sentimientos de agrado o desagrado que también son espontáneos y sí tienen un objeto al cual se orientan. El enamoramiento responde en gran medida a esta etapa en la que todo lo que dice, hace o es la otra persona nos agrada y nos atrae. Este amor basado en el agrado también es líquido pues en la convivencia cotidiana iremos inevitablemente descubriendo cosas de la pareja o de la otra persona que nos parecen desagradables e incluso algunas de las que nos agradaban pueden empezar a ser repulsivas para nosotros.
Pero existen también los sentimientos que son respuestas intencionales a la captación de valor. Cuando amamos a alguien experimentamos este tipo de sentimientos que son mucho más profundos y duraderos y ponen en perspectiva los estados anímicos y las cosas agradables o desagradables de la otra persona, porque sentimos -no sólo pensamos, sentimos- que esa otra persona es valiosa para nosotros y nos hace crecer como seres humanos, nos complementa, nos refleja cosas buenas y no tan buenas de nosotros mismos. El amor sólido es posible solamente cuando experimentamos ese sentimiento de que el otro o la otra son un valor para nuestra vida y entonces decidimos de manera totalmente libre y responsable amarla.
En estos tiempos líquidos en los que hay tanta necesidad de amor sólido y verdadero, los educadores tendríamos que promover el autodescubrimiento, la distinción y la apropiación de los distintos tipos de sentimientos para trascender la profunda soledad que produce la visión del amor desechable, del amor mercancía.
Juan Martín López Calva
Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es actualmente es profesor-investigador en la facultad de educación de la UPAEP.
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Fotografía: La dobe