Por: Daniel Martínez. openDemocracy. 15/07/2020
La vida post-pandemia tiene que considerar sin excepción alguna, la modificación de los patrones de comportamiento y relación, que han perpetuado la desigualdad.
Experiencia de Liderazgos Comunitarios en el contexto de la Covid-19, TECHO 2020.
Parecería bastante evidente afirmar que la pandemia de la Covid-19 ha tenido un fuerte impacto en todos los habitantes del planeta: dado el inimaginable nivel de interconexión que hemos alcanzado como especie, independientemente de las medidas adoptadas por los gobiernos para prevenir los contagios hoy en día, menos de 10 países, principalmente islas, son los únicos territorios que no registran, aún, casos de coronavirus.
Esto ha permitido el posicionamiento de un astuto mensaje en términos de salud pública que, con algunas diferencias, ha sido difundido tanto por las autoridades competentes como por la mayoría de voces interesadas, prácticamente con el mismo sentido: “el coronavirus afecta a todos.” Si bien este mantra es no solo útil sino también necesario para promover y fortalecer las medidas de seguridad y los sacrificios que estas significan para la población, vale la pena indagar un poco acerca de las diferentes formas en que esa afectación tiene lugar en el día a día de grandes segmentos de la población.
Esta mirada diferencial permite afirmar un hecho que no puede ser más evidente. La pandemia no nos afecta a todos por igual. Pero resulta más interesante y menos evidente indagar acerca del por qué de dicha afectación diferenciada; como es sabido, hemos construido una sociedad eficientemente interconectada gracias a un constante intercambio de bienes y servicios, motivado a su vez por un consumo agresivo y una multiplicación de las ganancias, lo que se traduce en que el 82% de la riqueza esté concentrada en las manos del 1% de la población (ONG OXFAM, 2018).
Esta desigualdad extrema se traduce en un mundo habitado principalmente por personas que estando o no, dentro de los 1.300 millones de personas bajo la línea de pobreza (PNUD, 2018), deben luchar constantemente en medio de un sistema excluyente solo para procurar su subsistencia misma; mucho menos pueden garantizar acceso a salud, educación, vivienda y otros derechos que para estas personas no son más que conceptos ajenos repetidos insensiblemente y sin descanso por las agencias de cooperación y organizaciones que difícilmente tratan de apoyarles en la satisfacción de sus necesidades básicas. A este crudo escenario de inequidad debe sumarse ahora la Covid-19.
Desde este punto de vista, es claro que la pandemia del coronavirus, y en particular las medidas de aislamiento y el impacto económico de estas, no son de manera alguna la causa de la grave situación en la que se encuentran las millones de personas en condición de pobreza, sino que son principalmente un efecto de “los patrones de comportamiento y relación, que han perpetuado la desigualdad” (ONG TECHO, 2020).
Estos patrones de comportamiento son la razón de una emergencia constante y silenciosa a la que se encuentran sometidas más de 104 millones de personas únicamente en América Latina: los asentamientos informales. “Estos territorios, se caracterizan por la ausencia de viviendas saludables y falta de servicios básicos, además de acceso limitado e incluso inexistente a sistemas de salud preventivos y de emergencia” (ONG TECHO, 2020).
- Esta mirada diferencial permite afirmar un hecho que no puede ser más evidente. La pandemia no nos afecta a todos por igual.
Aunque sin duda la pandemia ha afectado a todos los sectores de la sociedad, dadas las condiciones previas de desigualdad, los habitantes de los asentamientos están pagando el costo más alto, ya que antes incluso de la aparición de la Covid-19, se encontraban en un estado de emergencia y se les había negado de manera sistemática y perversa unos mínimos de acceso a la ciudad, de la cual hacen parte, y por esta vía, les han sido impuestas históricamente barreras sociales y físicas de acceso al disfrute de sus derechos. Situación que muchos de ellos mismos reportan a la ONG TECHO:
“Antes ya pasábamos una situación difícil, ahora con el encierro y la falta de trabajo cada día es más desesperante, principalmente las últimas semanas, no podemos acceder a la canasta familiar estamos esperando que se levante la cuarentena y salir a trabajar, pero primero la salud. Estamos con miedo y desesperación.” (Viviana Tacuri, lideresa del asentamiento Las delicias, Argentina)
“Llegan más familiares que viven en alquiler para no pagar el mismo y se quedan en las habitaciones de su familia todos amontonados. Incluso en el peor de los casos cuando no entran porque son muchos se hacen un cuarto precario que no cumple con las condiciones básicas.” (Cristian Valverde, líder del asentamiento Nilo soruco, Bolivia)
“Para algunas familias el hambre representa más riesgo que el virus.” (Josney Marques de Oliveira, líder del asentamiento Vila Nova, Brasil)
No se trata solamente de los aspectos más evidentes. Resulta claro que, sin una vivienda digna, el discurso entero de las medidas de autocuidado se cae por su propio peso; se trata más bien de una situación de desinterés estructural, debido al cual estas poblaciones generalmente no son parte siquiera de la ciudad misma ni de sus esquemas de ordenamiento y gobierno y, por tanto, no son sujetos de las políticas públicas de los gobiernos distritales y mucho menos de las entregas de ayudas humanitarias o de los procesos de contención de la transmisión de virus.
“Más allá de tener el mismo problema de no agua, no luz, no mejora de calle, que no entran ni ambulancias ni patrulleros, con la llegada del coronavirus quedamos más solitarios, menos médicos, menos policía, no entra nadie al barrio. Todo más abandonado todavía, y no encontrás a quien recurrir…o no te contestan.” (Elena Gonzaga, lideresa del asentamiento Luján, Argentina)
Esta situación explica el papel crítico que desempeñan los y las líderes comunitarias en el cuidado y la subsistencia misma de los habitantes de los asentamientos informales. Cómo reacción inmediata a las medidas de aislamiento, los líderes comunitarios deben cargar con casi la totalidad del peso y responsabilidades de los estados ausentes, implementando distintas “actividades relacionadas a la difusión de información, desinfección, limpieza, reparto de mercadería e insumos, gestiones ante los gobiernos locales, entre otras” (ONG TECHO, 2020).
De todo lo anterior, solo queda enfatizar la afirmación del informe de la ONG TECHO (2020) según la cual: “la recuperación debe ir más allá del punto de partida” y de las desigualdades señaladas, ya que cuando esta pandemia necesariamente pase, la pandemia más grave y más costosa en términos de vidas humanas: la pobreza, seguirá acechando a los habitantes de los asentamientos informales y en general a las personas en situación de pobreza. Tal y como señala Gladys González, se hace necesaria una nueva mirada, un enfoque diferencial hacia la situación de los asentamientos y la consolidación de los derechos de sus habitantes: “deberían comenzar a cambiar la forma de ver a la gente más necesitada, ver cómo la organizan, acomodarlos y dejar de ignorarnos. Me gustaría que nos miraran con otros ojos.” (Gladys González, Lideresa Rincón del Lago, Colombia).
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Fotografía: openDemocracy.